Hay historias desconocidas que no deberían olvidarse, esas cosas que no se enseñan en los colegios y que explican muy bien las situaciones vividas. Muchas historias se pierden y sólo el recuerdo de los que las vivieron nos pueden hacer rescatarlas. La historia del recuerdo, la memoria oral de primera mano, tiene una vida de 60-70 años. Hoy la generación que vivió la Guerra Civil está prácticamente en extinción natural, sólo las historias que contaron o escribieron nos quedarán, pero nunca las transmitiremos con la misma pasión, objetividad y sencillez que los que las vivieron.
El misterio de los olivos es una de estas historias que, gracias a esa gent gran que tiene mucho que hacer y sobre todo mucho que decir, nos ha llegado por saber escucharles y dedicar algo de nuestro «valiosísimo» tiempo. Aquello fue algo así: declarada la Guerra Civil, el país se dividió en dos zonas, en las dos Españas que, desde entonces y de antes, nos han dado tantos disgustos y ahí seguimos.
En la zona republicana y hasta el último tiro bélico cayó Alicante y su término municipal. Allí estuvieron hasta que del puerto salieron los últimos y otros se quedaron esperando a hermanos, padres, hijos, parejas… Un buen grupo de desdichados que comenzaron un camino que culminó en un muro de fusilados, en el exilio, algunos en Mauthausen y otros en una libertad muy tardía.
En la huerta alicantina, entre sus viñas, huertos y cítricos, estaban esos olivos, muchos milenarios, que daban su oro líquido cada octubre. Por allí pasaron las autoridades civiles en la guerra y en ese momento también militares de milicias con las que las ciudades se defendían de los sublevados y exigieron ayuda a las fincas de las huertas, a sus dueños y a sus guardeses para la causa, y así requisaron y talaron una de cada tres ramas o troncos de aquellos olivos para leña, utensilios de madera o cualquier uso que necesitaban las autoridades en esos difíciles momentos.
Pensemos en las zonas de guerra de hoy y añadamos que ni había móviles, ni ayuda internacional, ni ONG. Los huertanos ni se negaron, ni se podían negar, además les tocó talar, no sin pena, sus queridos olivares y llevar el material a los lugares indicados por aquellas autoridades. Los olivos antiguos de la huerta de Alicante tienen dos ramas, no tres como es común para su recolección.
Pasó el tiempo y la guerra también, la huerta siguió y por allí se continuó labrando, trabajando, regando y sembrando.
No tardaron en pasar los nuevos mandamases por allí y con un nuevo objetivo que no fue otro trozo de los olivos, sino el por qué les habían cortado esas ramas. Las gentes del campo suelen ser sabios y dieron distintas versiones pero algún falangista valeroso del momento sugirió castigar a los «colaboracionistas» oliveros rojos que tuvieran olivos semi talados en sus fincas.
La cosa fue a más y la amenaza no era cárcel, ni muerte, fue algo peor para un huertano que se le ocurrió a algún tuercebotas: cortarles una mano por lo talado. ¡Cuánto cabrón! Al final reinó la cordura en tiempos locos y no se consumó la amenaza, pero lo cierto es que no se puede esperar nada bueno de los conflictos humanos ya que, al parecer, sacan lo peor de nosotros mismos, sobre todo eso de creer que tu ideología justifica tu propia barbarie.
En fin, la historia es así y nos enseña que hay que escuchar y, sobre todo, escuchar sin barreras y los mayores son una fuente de sabiduría siempre. Hay que escucharlos. Siempre se aprenden cosas interesantes: Misterios explicados, historias perdidas. Haciendo amigos.
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