Hace unos cuantos años, casi todo el mundo en España se sabía el Padrenuestro en latín:
“Pater noster qui es in caelis, santificetur nomen tuum; adveniat regnum tuum; fiat voluntas tua, sicut en caelo et in terra. Panem nostrum quotidianum da nobis odie et dimitte nobis debita nostra, sicut et nos dimittimus debitoribus nostris. Et ne nos inducas in tentationem. Sed libera nos a malo”.
Mucha gente no sabe que el Padrenuestro es una oración compuesta por Jesucristo, el hijo de Dios Padre, que se hizo bebé en el vientre de la Virgen María, que pasó de niño a adolescente y joven, trabajando en el taller de carpintería de su padre putativo, José, y que, a la edad de 30 años, inició una etapa ‘sacropolítica’ dando mítines religiosos y humanísticos, período que duró tres años y que terminó, como casi todo el mundo sabe, detenido por orden de los sumos sacerdotes Anás y Caifás, éste yerno y sucesor del anterior, quien mantuvo el privilegio de copresidir el Sanedrín, el tribunal supremo de los judíos. Los jefes judíos lo apresaron, lo llevaron ante el procurador romano Poncio Pilato, lo acusaron de enemigo del emperador Augusto y consiguieron que lo condenara a morir crucificado.
Los religiosos judíos estaban agrupados en dos ‘formaciones’, saduceos y fariseos, entre los cuales había una diferencia fundamental: los saduceos no creían en la resurrección de los muertos. Precisamente una resurrección, la de Lázaro, hermano de Marta y María, fue el punto y final del odio que corroía a fariseos y saduceos contra Jesús, ese predicador del que se decía que era más que un profeta, es decir el Mesías anunciado por los profetas con el que llegaría la redención espiritual de la humanidad, no un reino judío al estilo de los de David o Salomón en el esplendor del sionismo, sino de otro signo: “Mi reino no es de este mundo”. El reino de los hijos de Dios, de todos hermanos, con una sola obligación: “amaos los unos a los otros como yo os he amado”, hasta la muerte.
Nuestra vida en la tierra no es “el río que desemboca en la mar, que es el morir”, como escribiera Jorge Manrique, sino que culmina su curso en un océano que es la inmensidad y la eternidad de un ser excepcional, principio y fin de todas las cosas, alfa y omega, que existió en un principio y nunca tendrá final. No sólo nos creó sino que es nuestro padre. Nos lo dijo a través de su hijo, eterno como Él y como el Espíritu Santo, la Santísima Trinidad. Tuvo Jesucristo multitud de discípulos y de entre ellos eligió a doce apóstoles, sus amigos más íntimos, los que convivieron tres años con él y recorrieron Galilea, Judea, Samaria y otros territorios cercanos, como Tiro. Lo que predicó el maestro (bueno, una parte, pues ya dice san Juan en su Evangelio que harían falta multitud de libros para englobar todo lo que predicó e hizo) fue un poco como lo hicieron los profetas del Antiguo Testamento, pero añadiendo la esencia del cristianismo. Lo que ya es sabido: amad a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a vosotros mismos y, algo nuevo e increíble, “amad también a vuestros enemigos, porque si sólo amáis a vuestros amigos ¿qué mérito tiene?».

Me pongo un poco pesado, creo, hablando de Dios, pero pienso que es un deber de hermano hablar a sus hermanos pródigos de que no pueden estar más tiempo ignorando quién es su padre y las ganas que tiene ese padre de que los hijos que le desconocen vayan a reconocerlo y a recibir su afecto mientras vivan y, luego, la herencia compartida, la herencia del cielo, que no es una ficción. Ficción es “este mundo traidor, en el que nada es verdad ni mentira, sino según el color del cristal con que se mira” (Campoamor), el cristal de las ideologías, de los intereses de las grandes economías, de los grandes dirigentes mundiales, de supuestos combatientes contra los bulos y el fango siendo a su vez enormes mentirosos y fabuladores de consignas alienantes y, lo que es peor, creadores de odio y de enfrentamientos criminales por el daño que producen no sólo entre partidos políticos de distinta índole, sino en la propia sociedad. El ‘mundo mundial’ pocas veces estuvo tan manipulado por mentiras repugnantes y que se quieren meter a la fuerza en las mentes de los ciudadanos. No sólo Estados Unidos y Rusia y China y la Unión Europea están llegando a extremos de estupidez y desvergüenza inconmensurables. Aquí, en España, nos quieren enfrentar a los ciudadanos unos politiquillos miopes y estúpidos que se insultan y descalifican todos los días en lugar de buscar puntos de encuentro para hacer de este país lo que fue durante los primeros 30 años de democracia recuperada con la Transición ejemplar, una Transición que Zapatero y Sánchez (no me gustaría tener que dar sus nombres, pero es inevitable) llevan años intentando denigrar para volver al frentepopulismo nefasto de 1936, que provocó la llamada Revolución Nacional Sindicalista y franquista, un levantamiento contra la República que recuerda aquella otra Revolución de Asturias de 1934 del PSOE de Indalecio Prieto y Francisco Largo Caballero, un golpe de Estado del que Largo Caballero nunca se arrepintió (en busca de la dictadura del proletariado, por algo le llamaron ‘el Lenin español’) mientras Prieto, en 1947, desde su exilio en México, confesaba que su protagonismo en lo de Asturias era el gran pecado que pesaba sobre su conciencia. Este detalle justifica la calle que lleva su nombre en las inmediaciones del Museo Arqueológico Provincial de Alicante.
Muchos historiadores han dicho que la Guerra Civil no la ganó Franco sino que la perdió la República. Zapatero y Sánchez, en contra de lo que hicieron Felipe González y Alfonso Guerra, no quieren Transición ni alternancia democrática en el poder, ni siquiera pactos de gobierno con el partido más votado y con más escaños en el Congreso de los Diputados. Lo dije una vez y lo repito ahora: se alían con los Populares europeos para gobernar en la Unión Europea, pero aquí levantan muros frente a una derecha que no puede estar más centrada ni más injustamente tratada de ultraderecha por unos dirigentes socialistas vendidos y rendidos vilmente a las exigencias de Junts, ERC, PNV, Sumar y Bildu, mezcla de siglas ultraderechistas y ultraizquierdistas.
Me temía que, en este artículo, iba a mezclar religión y política. ¿Acaso son cosas incompatibles? Creo que no. Sinceramente pienso que el hombre es un ser esencialmente religioso. La historia de la Humanidad lo confirma. Los restos arqueológicos y los libros de historia revelan la religiosidad de todas las civilizaciones por muy antiguas que sean. Dios ha dejado su huella, su firma, en todos nosotros, como dejaron su sello, su firma, los grandes alfareros: “Oficio noble y bizarro,/ entre todos el primero;/ pues, en las artes del barro,/ Dios fue el primer alfarero/ y el hombre el primer cacharro”.
Dios es nuestro padre, de todos. Por cierto y volviendo a la Segunda República, el último de sus presidentes, Manuel Azaña, en sus últimos meses de vida, exiliado en la localidad francesa de Montauban, trabó amistad con el obispo de la diócesis, Pierre-Marie Théas, lo que llevaría al presidente a morir reconciliado con la fe católica. Dios aparece siempre al final de nuestras vidas. Tengo argumentos para creerlo firmemente. Y pido a Dios que perdone a Sánchez por lo que haya hecho mal y cuando llegue el momento. Y que también perdone a Feijóo, al resto de la banda y a mí. Lo pido de corazón. Amén.
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