Una publicación de la Asociación de Periodistas de la Provincia de Alicante

Opinión

Tristan da Cunha, la isla del «trending topic» que seducía a Verne

Tristan da Cunha, ilustración de La esfinge de los hielos (1897).

Un hilo en Twitter sobre la isla Tristan da Cunha (Tristán de Acuña) en el hemisferio sur del Atlántico ha despertado un interés imprevisto por esa parte del mundo. Desde la cuenta @Azul_Mistico se ha excitado la atención de no pocos tuiteros y tuiteras que han desviado su mirada hacia un lugar volcánico, poblado por tres centenares de personas que se distribuyen siete apellidos en un único pueblo: Edimburgo de los Siete Mares. A Tristan da Cunha, de pertenencia británica, es difícil acceder porque carece de aeropuerto y conserva un escaso tráfico de barcos. El lugar habitado más cercano es la isla de Santa Elena, a más de dos mil kilómetros, y el punto continental más próximo es Sudáfrica, motivo por el cual desde Ciudad del Cabo se traslada un barco, con escasa capacidad de pasajeros, en pocas ocasiones al año.

Y sin embargo esa isla apartada del mundo y del covid-19 no ha sido un punto ajeno ni desconocido en la historia. La erupción de su volcán en 1961 recordó al planeta que seguía en su sitio. El siniestro obligó a desalojar a su escasa población, que no pudo regresar hasta dos años después.

El hilo generado en Twitter elevó hace días en España el nombre de la isla a la categoría de trending topic. Y es aquí, a propósito del imprevisto, cuando uno puede recordar el momento en que se ha estado allí, aun sin pisar su tierra firme. La inusitada atención tuitera me ha despertado la imagen propia como lector adolescente de la novela La esfinge de los hielos de Julio Verne en compañía de un Atlas y de una esfera escolar del mundo para seguir el trayecto del protagonista, el norteamericano Jeorgling, a bordo de la goleta Halbrane desde las islas Kerguelen a la mismísima Antártida, con paso y parada en Tristan da Cunha.

Tuit de Azul Místico.

La novela verniana, editada en 1897, quiso ser la continuación de otra que el escritor francés admiraba, Las aventuras de Arthur Gordon Pym de Edgar Allan Poe publicada en 1838, cortada abruptamente con un enigmático final: la escena en la que los náufragos protagonistas, supervivientes sobre una balsa que conduce la corriente, se precipitan por una catarata en los confines antárticos, abriéndoseles el abismo y surgiéndoles ante sí una figura humana de tamaño desproporcionado con “la perfecta blancura de la nieve”. Verne, que siempre consideró que este desenlace brusco y sobrenatural dejaba inconclusa la novela de Poe, maduró darle continuidad. Y así lo consumó al imaginar la búsqueda posterior de los náufragos en La esfinge de los hielos, dotándole además al colofón de una explicación científica.

Poe había dejado en su novela una descripción de Tristan da Cunha al narrar el paso del barco Jane, en el que viajaba Gordon Pym, y su estancia fugaz para acopio de provisiones. El escritor estadounidense fue escueto en el relato. Pero Verne, que con anterioridad ya había forzado el paso por la isla del yate Duncan en Los hijos del capitán Grant, con circunvalación incluida, hizo visitar el poblado a Jeorgling y a otros marinos de la Halbrane en el capítulo VII, cuestión que aprovechó para informar a sus lectores sobre la vida en la isla. También para definirla, en alusión a su naturaleza volcánica, como “la caldera de los mares africanos”. En su intento de lograr noticias sobre Gordon Pym, Jeorgling consigue entrevistarse con el gobernador, quien le confirma el paso hacia el sur de la Jane. Lo curioso es que, al hablar Verne del archipiélago de tres islas, del que forma parte Tristan da Cunha como la principal, regaló una descripción de su visión, lo que concuerda con el uso de algún mapa: “Proyectada en plano, Tristan da Cunha semeja una sombrilla desplegada de una circunferencia de quince millas, y cuya armadura, convergiendo al centro, está representada por las crestas regulares que van al volcán central”.

Que a Verne le pareciera una sombrilla no deja de ser curioso, además de acertado: se trata de una imagen que hoy tiene mejor comprobación en Google Maps. Esta es la vista que me surgió en la pantalla del ordenador en el verano de 2018, al releer La esfinge de los hielos, prescindiendo esta vez del Atlas y de la esfera escolar. Seguramente Google Maps es el medio más inmediato y doméstico de visitar Tristan da Cunha, de acercarse incluso a su superficie. “Hoy he viajado a Tristan da Cunha, sin querer”, escribía en verso no hace tanto el poeta ibicenco Ben Clark, registrando su experiencia –“pero no me he movido del despacho / que ocupo en una isla de otro mar”– y convirtiendo en poesía una tarde con vistas al ordenador.

Y uno piensa en cómo el volcán, el océano y la lejanía han protegido siempre a los moradores de Tristan da Cunha, dejándose apenas visitar. Y en cómo se consiguen extrañas paradojas en un planeta en interconexión donde un virus es capaz de conquistar el mundo en unos días, aunque sin alcanzar ese lugar vedado al que, a pesar de todo, es tan sencillo llegar. Nos basta un tuit, un poema, una novela de aventuras, la pantalla de un ordenador o la de un móvil para habitar un momento esa isla remota de la Tierra.

José Ferrándiz Lozano

Profesor universitario de Ciencia Política y miembro de la Junta Directiva de la Asociación Valenciana de Escritores y Críticos Literarios. Doctor en Ciencias Políticas y Sociología con Premio Extraordinario. Autor y coautor de varios libros, Premio internacional de Periodismo Miguel Hernández y Premio nacional AECPA de Ciencia Política. Exdirector del Instituto Alicantino de Cultura Juan Gil-Albert y exdecano del Colegio de Politología y Sociología de la Comunidad Valenciana, ha colaborado en distintos medios de comunicación.

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