Una publicación de la Asociación de Periodistas de la Provincia de Alicante

Educación Opinión

Tener corazón: el arte de encontrar consuelo y serenidad

Fuente: Freepik.

En este mundo que nunca parece detenerse, donde los días se consumen a la misma velocidad que surgen las obligaciones y nos dejamos llevar por la prisa y el estrés de la vida, es fácil olvidar algo tan esencial como el corazón. Ese corazón que no solo late en nuestro pecho, sino que simboliza la empatía, la ternura y nuestra capacidad de conectar con los demás y amar. Tener corazón es algo más que una cualidad de las personas que sabemos buenas; es un acto de valentía, un refugio que ofrecemos a nuestros semejantes y que también necesitamos para sentirnos plenos y más humanos.

El consuelo, término que proviene del latín comfortare, nace de lo más profundo de nuestra humanidad, ya que se interpreta como reforzar el ánimo de otra persona. No se trata de palabras grandilocuentes, pues la palabra es humilde. Tampoco hace referencia a grandes gestos, sino a algo tan sencillo y poderoso como estar presente y permanecer al lado de quien nos necesita. Es mirar con dulzura, escuchar con todo el ser y ofrecer un espacio seguro donde alguien pueda descansar sus penas. El consuelo no busca respuestas ni soluciones, sino acompañar el dolor ajeno con una caricia invisible que dice: «Estoy aquí contigo». Por esta razón, a veces, un silencio lleno de respeto y cariño puede sanar más que mil palabras bien intencionadas.

La serenidad, una palabra que procede del adjetivo latino serenus, quedaba ligada a las personas con un alma limpia de nubes, tranquilas. Así, se convierte en ese remanso de paz al que todos aspiramos llegar, un lugar donde las tormentas de la vida no puedan arrastrarnos, pues el azul del cielo despejado envuelve todo. No se trata de evitar los problemas, sino de aprender a sostenerlos con un corazón apacible. La serenidad florece cuando dejamos de luchar contra lo que no podemos cambiar y aprendemos a abrazar lo que somos y lo que vivimos. Es como un lago en calma que refleja la luz incluso en los momentos de mayor oscuridad.

En la magia del consuelo y la serenidad, se entrelazan las historias humanas. Quien consuela encuentra, sin darse cuenta, una paz que llena su propio corazón. Y quien busca serenidad descubre que, al abrirse a los demás, su carga se aligera. Es un intercambio silencioso y hermoso, una danza de compasión y ternura que nos recuerda que ninguno de nosotros está solo.

La sociedad actual, tan centrada en lo superficial, a menudo olvida lo que verdaderamente importa. Nos enseñan a ser rápidos, eficientes, a cumplir objetivos sin detenernos a pensar en las emociones que nos atraviesan y nos conectan. Pero tener corazón es un acto revolucionario que desarma la frialdad y siembra semillas de humanidad. En una sonrisa sincera, en un abrazo que no pide nada a cambio, en un «¿cómo estás?» dicho con genuino interés, se esconde un poder que trasciende lo cotidiano. Solo basta recordar a Saint-Exupéry y su pequeño Principito, que miraba con los ojos de un niño y con la pureza de un alma serena.

Imagina un mundo donde cada pequeño gesto esté acompañado de un sentimiento del corazón. Un lugar donde la gente no tema mostrarse vulnerable, donde el consuelo sea un regalo tan natural como respirar. Podemos crear ese mundo. No es necesario recrear grandes espacios, recargados de detalles barrocos. Es suficiente con un pequeño gesto, un pequeño mundo como el de nuestro pequeño príncipe. Porque, aunque parezca insignificante, cada vez que alguien siente que su dolor es comprendido, que su lucha es reconocida, algo cambia en el desierto de la vida preocupada y se extiende más allá de las estrellas. Ese cambio, por mínimo que sea, tiene el potencial de iluminar vidas.

Fuente: Freepik.

Tener corazón también significa aprender a perdonarnos a nosotros mismos, a tratarnos con la misma dulzura que ofrecemos a los demás. A veces, somos los que más necesitamos consuelo, y en esos momentos debemos recordar que la serenidad comienza por dentro. Cerrar los ojos, respirar profundamente y permitirnos sentir. Permitámonos llorar, reír, amar o equivocarnos. Todo ello forma parte de ese latido único que nos hace humanos, de ese compás que nos solemos oír en nuestro pecho y marca nuestra vida.

El corazón no conoce fronteras ni barreras. Es inclusivo, compasivo, infinito. Nos invita a abrazar nuestras diferencias y a ver en el otro un reflejo de nosotros mismos. En el fondo, todos compartimos los mismos anhelos: ser comprendidos, ser amados, encontrar paz. Y cuando recordamos esto, descubrimos que no estamos tan lejos unos de otros como pensábamos.

Vivimos rodeados de oportunidades para practicar el arte de tener corazón. Está en mirar a los ojos a un desconocido y regalarle una sonrisa, en escuchar con atención a quien nos confía sus miedos, en ofrecer un pequeño gesto de bondad sin esperar nada a cambio. En un mundo lleno de ruido, donde los latidos se confunden con los motores de los coches, estas acciones pueden parecer mínimas, pero son el eco de algo mucho más grande: la capacidad infinita de nuestro corazón para amar y sanar.

La serenidad que buscamos no es un destino, sino un camino que se construye día a día. Cada acto de bondad, cada momento de consuelo, nos acerca a ese estado de paz que tanto deseamos. Porque cuando actuamos con corazón, algo dentro de nosotros también se transforma. Descubrimos que el verdadero poder no está en controlar todo lo que nos rodea, sino en aprender a confiar en que, pase lo que pase, tenemos dentro de nosotros la fortaleza para superarlo.

Así que, en este mundo que tanto necesita de corazón, recordemos que cada uno de nosotros tiene la capacidad de ser un faro en la oscuridad. No se trata de cambiar el mundo de una sola vez, sino de hacerlo más humano, más amable, más lleno de amor, un latido a la vez. Porque al final del día, lo que realmente importa no es lo que logramos, sino el amor que dimos y la paz que compartimos.

V Jesús Martínez

Divulgador educativo.

1 Comment

Click here to post a comment

  • Divulgas fabulosamente. Nos hacen falta millones de divulgadores como tú para mejorar este mundo tan crispado, tan poco sereno. Un cordial saludo.