Una publicación de la Asociación de Periodistas de la Provincia de Alicante

Libros

Sobre “El gran ensueño” de Celso Castro

Celso Castro en 2016. Fotografía de Limeranza (Fuente: Wikimedia).

¡alto en nombre de la policía del psicoanálisis! ¿de qué se le acusa? el autor de esta novela ha cometido un metaforicidio. maneja una voz en primera persona tan intensa y envolvente que ya la quisieran muchos de los aspirantes a operación triunfo. tras este inicio tan sobresaltado y cinematográfico, no me queda nada más que advertirte de que estamos ante la última novela de celso castro, “el gran ensueño”. un autor con un universo propio en el que se suelen condensar todas sus obsesiones 

¿Os habéis fijado en que me he alejado del uso de la mayúscula, así como del punto final? Como guiño de complicidad a su estilo, por mi parte, ya es suficiente. Vuelvo a ellos. Esta es una de las marcas propias de la novelística del gallego. A esto se suma una primera persona que se impone, incluso, sobre la propia trama, una ambientación reconocible en su A Coruña natal, todo ello moteado con múltiples referencias filosóficas que otorgan al texto cierta complejidad. Pese a esto, si tú quieres entrar en el universo celsocastrista estás de suerte porque El gran ensueño está concebida para diversas modalidades de lectores, ya que puede ser abordada a tu propio ritmo. Si lo que te interesa es únicamente el argumento, basta con activar la velocidad x1. Castro lubrica su prosa con tal soltura que te permitirá una lectura desenfada y entretenida, yo la definiría como anfetamínica, tal que si la abandonas puede producirte un leve síndrome de abstinencia literaria. No obstante, ten cuidado de esta voz narrativa. ¡No te fíes porque es algo tramposa! Celso Castro es un trilero. ¡Lo sabía! Su tono envolvente y sus constantes apelaciones al lector pueden hacernos partícipes de cierta complicidad, pero conviene advertir que todo se encuentra al servicio de un viaje cuyo propósito no es otro que su manera de ser en el mundo. Por otra parte, tenemos una segunda opción. Sin cuota extra. Estáis de suerte. Para los que prefiráis una lectura más reflexiva y sosegada, con mayor poso, que os permitirá deteneros en sus múltiples resonancias filosóficas -donde el filósofo neoplatónico Plotino actúa como telón de fondo y base de las actuaciones del protagonista-, la elección adecuada será la velocidad x 0.5. En cualquier caso, ambas decisiones son acertadas.

Supongo que te habrá sorprendido o extrañado, al menos, el inicio de estas mis impresiones. Voy a volver con el neologismo que ha dado pie a este texto: el “metaforicidio”. Más allá de una posible definición simbólica como la acción y efecto de asesinar una metáfora, quiero hacer énfasis en la importancia que en este texto va a tener la premisa procedente del psicoanálisis freudiano de “matar al padre”. No estoy destripando nada de la novela ni tenéis que llamar al 112 si os indico que se ha cometido un parricidio porque no es así. A lo que me quiero referir con esta idea que se va a ir desarrollando es a lo siguiente: Tenemos un narrador en primera persona. Su padre, tótem de la amoralidad, yace como una sombra que impide a nuestro personaje vivir en total libertad. Lo que viene a ser en psicoanálisis la figura del “padre castrador”. No sólo se relatará la fragilidad de un hijo ante el padre maniaco y ausente, sino que convertirá esta lucha en un acto poético de destrucción donde la voz literaria se fundará en un territorio propio.  El protagonista, atrapado entre el miedo y rechazo hacia su padre, y el amor exacerbado hacia su madre, supondrá una distorsión de la realidad según sus emociones y su fantasía. “Matar al padre” aquí significa romper con esa herencia asfixiante. Darle puerta. El narrador necesita “despersonalizarse” —haciendo con este término un guiño a Plotino, tan presente en la novela— de ese vínculo paternal desactivando su influencia psíquica y alejándolo de su centro vital. Añado que la incredibilidad de este narrador sospechoso o poco fiable preferirá un mundo personal filtrado por su propio ensueño, por lo que tendremos que poner todo lo dicho en cuarentena, ya que su posible dependencia patológica hacia su madre y padre —por motivos distintos—, puede desvirtuarnos la realidad y los hechos que acontecen en sus páginas. ¡Que no te fíes, leñe! Aquí, no sé vosotros, pero a mí me viene a la mente Norman Bates y la magnífica Psicosis. Y aquí tenemos otra de las madres del cordero. Nunca mejor dicho. El complejo de Edipo. Me están saliendo unas impresiones de lo más freudianas. Ahora quién es el guapo capaz de dormir sin interpretarse.

La Coraza del Orzán vista desde la Playa de Riazor, A Coruña. Fotografía de X’Troiano (Fuente: Wikimedia).

Antes una breve descripción de la novela. Recuerda que puedes acelerar o frenar tu conducción de la lectura. Nuestro protagonista comienza contándonos la historia de amor de sus padres en clara similitud con la serie televisiva Cómo conocí a vuestra madre. Carga con un padre destructivo frente a una madre bondadosa. El progenitor, poeta maldito y absoluto jeta —por decirlo con suavidad—; ella, música de éxito y contrapunto sereno a su marido. Y en medio queda nuestro protagonista, obligado a habitar en esta contradicción. El padre actúa como losa y la madre como refugio, aunque ambos lo mantienen, por razones distintas, en una especie de candor infantil. A mí que no me inviten a cenar en esta casa. No hace falta ser muy aplicado para detectar la huella del mito freudiano de Edipo, aunque aquí se reformula en clave contemporánea y con matices propios. La novela se articula en tres partes, y en paralelo nuestro personaje irá creciendo en una A Coruña casi mágica desbordante de recuerdos y rincones. Se enamorará y desenamorará explorando relaciones que lo marcarán, pero siempre dentro de una dialéctica constante con el padre y la madre. El principio de destrucción frente al principio de cuidado. La negatividad contra la afirmación. Una especie de eco niezscheriano entre lo convulso y lo dionisiaco que nunca termina de resolverse. Y es precisamente en este conflicto de pares donde surge la verdadera fuerza: su voz narrativa, la de nuestro protagonista, tan potente que casi podría medirse en decibelios, destinada a afirmarse frente al peso de esos dos gigantes que lo moldean. 

Oye, cambio de párrafo que ya me estaban bailando las líneas y necesitaba algo de aire. ¿Estáis ahí? Ya tenéis mérito. Avancemos. Aunque os haya indicado las posibles similitudes con Psicosis quiero dejaros tranquilos. No hay cuchillos que atraviesen cortinas de baño ni los chirriantes violines “ñi-ñi-ñi” de Bernard Herrmann que se clavan en nuestra mente. Como mucho se apuñalarán los recuerdos de infancia y juventud. Frente al retorcimiento edípico de Norman Bates, frente a su psicosis, Celso Castro reescribe el vínculo familiar de nuestro protagonista dentro de su mundo de ensoñación. Uno utilizará el cuchillo para matar, el otro la palabra para sanarse. Para ello, recurrirá a Plotino y su necesidad —aquí surgirá un concepto interesante— de “despersonalización”, ya mencionado líneas antes. De huir de sí mismo significa, de su corporeidad para poder unirse con la idea universal de ser. Si habéis elegido velocidad de crucero x1, podéis saltaros estas líneas, olvidad mis palabras y dejaos arrastrar por su prosa. Pero por el contrario, si queréis marearos un poco no dudéis de la posibilidad de entrar en un diálogo con Plotino, Freud y Hitchcock. Otra cuestión será si salís indemne de él. Igual que le sucede a nuestro protagonista que plantea esa idea de “disolución” del ser en favor de una confraternización con algo más universal. Por eso es, también, un ser peculiar, que va contracorriente y no se deja arrastrar por la marea de la sociedad. Lo que en términos generales sería un “rarete”. Sus fracasos sentimentales son, en realidad, un triunfo de una personalidad tan singular: “lo mío no, lo mío era mucho más simple y doméstico, una soledad sin nombre y sin tristeza, despreocupada, y muy placentera”.  Aquí podríamos establecer un paralelismo entre esta visión tan personal y líquida de su propio flujo de vida con el concepto de “falacia afectiva” que estima que el texto ha de ser independiente de las proyecciones que el lector hace de él. Que sí. Aprovecha y adelanta a velocidad x1.5. Sin embargo, los constantes acercamientos hacia el lector, la práctica generalizada de un humor negro y las confusiones y torpezas que comete nuestro joven protagonista hacen de sus peripecias una estrategia para empatizar con él. ¡No es Norman Bates, pero cuidado! Celso Castro consigue así con esta novela —naranja kandinsky— operar en un doble plano: el afectivo y el reflexivo. ¿Las velocidades, recuerdas? No pases por alto el cuadro de Kandinsky Orange, de 1923, cuya intención visual es proponer una sinfonía equilibrada entre sensaciones. Entre color y geometría. Entre estímulo y matemática. Entre, y vuelvo a unas líneas antes, lo afectivo y lo reflexivo.

«Naranja con tablero de ajedrez» de Wassily Kandinsky, en 1923. Dallas Museum of Arte (Fuente: Google Arts and Culture).

Celso Castro ha construido una novela donde la voz es sumamente importante, tanto como la trama. Como la de los buenos tenores que no se limita a sonar, sino que resuenan, llenan el lugar donde nos encontramos y se espacia una vez que el silencio se haya querido imponer. Afortunadamente, también es inocente del “metaforicidio” porque ha sido en legítima defensa. Sus lectores lo hemos absuelto —ojalá compartáis mi veredicto— de todo cargo salvo el de permitirnos disfrute y pensamiento. Oye, y aprovechando la posibilidad de “despersonalizarse”. ¿Me puedo yo despersonalizar en Brad Pitt?

Luis Marín Franco

Un lector. Mi propósito consiste en demostrar que la vida real únicamente se encuentra en la ficción.

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