Ahora el mar está en calma. Pero cuando el mar embravece es fuerte, todopoderoso, inmenso. Ahora el mar está en calma. Pero cuando el viento azota, el agua se levanta creando inmensas olas, capaces de lograr lo que una sola gota ni imaginaría.
Cuando el mar ruge, incontables olas llegan hasta la orilla escupiendo de sus entrañas inertes trozos de madera, irreconocibles partes de un todo que durante un tiempo fueron. Pequeñas piezas de un puzle que con mimo alguien compuso y que ahora se desperdigan por la arena como pequeños sueños rotos. Ahora el mar está en calma. Pero cuando enfurece ni los más fuertes bombarderos ni acorazados pueden domar su furia. El mar es capaz de mover toneladas de arena, desplazar playas, romper diques. El mar puede crear leyendas pero también hundirlas. El agua que forma el mar es singular pero, unida, puede golpear con fuerza. ¿Lo comprendes hija? Tienes que ser mar.
Estas fueron las palabras que, durante días mi madre no dejó de repetirme después de que, una noche de marzo de 2011, asustada, cubierta hasta la cabeza y a media noche, cogiera con fuerza mi mano y me arrastrara por caminos de tierra dejando atrás una humeante Damasco. Yo tenía 14 años no entendía lo que estaba pasando. Atrás dejaba mi cama, mi casa, mis amigas, mi barrio. ¡¿Por qué?! Grite con fuerza durante mucho tiempo.
Tras muchos días de camino y habiendo pasado por muchos sentimientos
diferentes – miedo a lo desconocido, euforia ante la posibilidad de vivir una
nueva vida, desesperación por no comprender la situación.- llegamos a
Valencia.
Una vez allí mi madre, una mujer fuerte, valiente y, casi más importante,
positiva, pensaba que ya casi todo estaba superado. Pero nada más lejos de la
realidad. Madre inmigrante con una hija adolescente, sin conocer el idioma, sin
trabajo y sin casa. No era una situación idílica precisamente.
Le costó muchísimo salir adelante pero lo hizo. Lo hizo ella, tirando con fuerza de las dos porque yo, durante demasiado tiempo, estuve enfadada con ella y con el mundo. Sentía rabia por no ser como las otras niñas. Rabia por no estar en mi casa. Rabia por no obtener respuestas a mis preguntas. Con el paso del tiempo, la rabia pasó a ser vacío y más tarde monotonía y hastío. Hace unas semanas mi madre estuvo hospitalizada y hasta su habitación llegaba el ruido ensordecedor provocado por centenares de mujeres concentradas frente a la Facultad de Medicina. Súbitamente las palabras que mi madre me recitó durante días, como si de un mantra se tratase, resonaron en mí y, una a una, pugnaron por salir con más fuerza que nunca por mi garganta: Tienes que ser mar.
Tuve la necesidad de salir a la calle y unirme a esas mujeres que buscaban libertad.
Hoy, mama, comprendo tu cántico, lo hago mío y lo declaro cantar de toda mujer, grande o pequeña que se sienta poderosa y fuerte, decidida a romper diques, decidida a ser mar.
*»Ser mar» ha sido galardonado con el primer premio del Primer Certamen Literario «Matria, por la Igualdad de género 2018» organizado por la asociación de mujeres Matria.
Comentar