Perdonen la comparación. Lo sé, puede sonar a provocación, espero que no. Los personajes son distintos, lo entiendo, pero ambos beben de la misma fuente. De la mentira y la chulería. De negar las evidencias. Hablamos de Donald Trump, hablamos de Luis Rubiales. Viven de enfrentar a la opinión pública mediatizada, de buscar refugio en esa otra opinión que no se ve, que no detectan los medidores demoscópicos, esa opinión cabreada de una parte de la población que está a la contra, que va por otros cauces, esa masa de cabreo de una parte (¿importante?) de la población que se siente al margen.
Mirando, leyendo, tratando de entender estos días los acontecimientos del beso robado del presidente del fútbol español, Luis Rubiales, a la jugadora de la selección, Jenni Hermoso, en el acto de entrega de trofeos del campeonato mundial femenino ganado por las jugadoras españolas, examinado su “tocahuevos” en el palco para celebrar el éxito, leyendo la catarata de declaraciones, peticiones, opiniones, que exigen su dimisión y escuchando las palabras del propio Rubiales el viernes pasado en la asamblea extraordinaria de fútbol, me acordaba del tiempo no tan lejano en que otro patán, otro negacionista, otro machista de libro, se presentaba contra todo pronóstico, contra todo evidencia, a la presidencia de los EE.UU. Primero, haciendo claudicar a su propio partido, el Partido Republicano, después, a toda la nación.
Como en parte sucede ahora con Rubiales, en aquel tiempo Trump parecía tener enfrente a toda la prensa, a la opinión pública, y sus posibilidades de éxito eran una y otra vez ninguneadas, ridiculizadas por los medios llamados serios. Era, claramente, un outsider. Pero, contra toda evidencia científica, demoscópica, política, etc., Trump logró primero ser el candidato republicano y, después, ser el presidente en disputa contra Hillary Clinton. ¿Qué había pasado? ¿Cómo era posible aquello? ¿Estamos —me pregunto— y salvando todas las distancias ante un caso similar?
Hay una aparente unanimidad en la descripción zafia y chulesca publicada del personaje —Rubiales—, en la petición y necesidad de cese. Pero hay algo oculto, extraño, que me hace pensar que esta supuesta unanimidad es algo ficticia, que hay una parte de la realidad que no emerge pero que está ahí: solo bastaría mirar los hilos de algunas de esas noticias en algunos de esos medios cuyos periodistas y editoriales sí han pedido el cese del hasta ahora presidente de la RFEF para atisbar ese otro sentimiento. Trump ganó a todos y contra todos, dio carta de naturaleza a las realidades alternativas, veremos cómo se escribe la última página del caso Rubiales.
Hoy vemos y asistimos horrorizados cómo la realidad del impostor, de aquel machista confeso (“cuando eres famoso puedes agarrar a una mujer por el coño. Lo que quieras”, se ufanaba Trump), de aquel defraudador de impuestos compulsivo, ha dado un nuevo giro de guion aún más grotesco y amenaza de nuevo. Está haciendo su carrera en las inmediaciones de las cárceles que visita. Ya tiene ficha policial, como un delincuente más, por intentar subvertir las elecciones presidenciales en el estado Georgia, pero todo eso (y los numerosos casos aún en proceso) no suponen un baldón para él, sino la necesaria espoleta que le hace casi invencible en sus propias filas. Y ello pese a estar, como quien dice, a un paso de la cárcel. Su cara de casi presidiario, de malo de película, figura como imagen personal en la antigua Twitter propiedad de su amigo Elon Musk. Esta es a día de hoy la terrible descripción del presente. Su carta de presentación.

Hace unos años, todo esto nos habría parecido una distopía, pero resulta que está sucediendo, que el personaje —Trump— no tiene rival en su propio partido, tanto que está muy cerca de poder ser nominado otra vez y quizás, si los jueces no lo impiden, pueda intentar volver a ser el presidente de los EE.UU. Y ahí las encuestas lo sitúan en un empate técnico con el hoy presidente demócrata, Joe Biden. Todo este entramado de hechos excepcionales que a cualquier candidato que no fuera Trump le supondría una barrera insalvable para siquiera intentarlo, para él, para Trump, constituye la argamasa de su campaña, el aceite que lubrica la maquinaria del victimismo que no aparece en los medios. En este paisaje, en esta realidad alternativa, pensaba estos días viendo y oyendo al presidente de la Real Federación Española de Fútbol dando sus alocadas “explicaciones”, en su particular huida hacia adelante de cómo sucedieron los hechos.
Ya sé, ya sé, que Rubiales no es Trump. Que hay una gran diferencia entre ambos, que uno opta a ser reelegido comandante en jefe de nada más y nada menos que los EE.UU., y que este, el nuestro, solo está al frente de una federación nacional de futbol. Pero ambos, si los miramos de cerca, se parecen en demasiadas cosas, tienen demasiadas sombras que les persiguen. Y tienen la misma caradura para negar las evidencias, para inventarse una realidad alternativa, para acomodarla a sus intereses (“El beso no fue robado, fue mutuo, espontáneo, eufórico y consentido”), realidad que poco o nada atienden a la de la propia víctima (“Me sentí vulnerable y víctima de una agresión”). ¿Quien pensaba que un truhán, mentiroso compulsivo, machista de libro, negacionista de manual, defraudador de impuestos, llegaría un día a ser presidente de los EEUU y está cerca de volver a conseguirlo, al menos de intentarlo? ¿Cómo ha podido llegar Rubiales donde ahora está?
Rubiales, ya lo sé, no es Trump. Pero ha lanzado un órdago que compromete al Gobierno, a todo el país, que enfrenta a la opinión pública, que enfrenta y divide al mundo del fútbol, también al femenino. ¿Qué pasará cuando el tema se enfríe en unas hipotéticas elecciones a la Federación Española de Fútbol? ¿Qué pasará si el Gobierno no puede activar las herramientas para cesarlo?
Afirmar que Rubiales es, por lo sucedido, un proscrito, sería lo más lógico, como lo sería decir que un personaje tan atrabiliario como este no debería haber nunca representado a este país en un mundo como el fútbol de tanta trascendencia, pero ciertamente sucedió. Las imágenes de los aplausos en la asamblea del fútbol donde anunció contra todo pronóstico que-no-iba-a-dimitir no invitan al optimismo. Quizás, dándonos la razón, elevando el tono contra Rubiales, pueda suceder que no seamos capaces de entender que Rubiales no es solo Rubiales si no un síntoma de lo que pasa, de lo que nos pasa. Que describiendo al personaje como lo describimos, no somos conscientes de que estamos contribuyendo a la creación del monstruo. Más o menos como Trump en 2016. Más o menos como Trump ahora, en 2023. Y sí, claro, perdonen la comparación.












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Jennifer Hermoso calificó el beso de «anécdota», el domingo por la noche en directo en La Cadena Cope, pero luego alguien se encargó de echar gasolina al desafortunado comportamiento de este Torrente 6 con su provocadora pregunta del piquito y luego su entrada en vestuarios anunciando el regalo del viaje a Ibiza y el cachondeo de la boda allí de Jenni y Rubiales… Pregunta: Puede que Rubiales mantenga un pulso con alguna diva y su entorno económico y promocional a quienes ya plantado guerra como exsindicalista de la AFE que fue y está dando una lección para desterrar actitudes de dominio y guetos del fútbol femenino… Cierto que hay que escudriñar en otras realidades rascando un poco más en la superficie de los hechos… Un abrazo… Pedro J Bernabeu
PD: Cierto que Trump ni posee la inteligencia ni el atrevimiento y astucia de quien como Rubiales en la Asociavñcion de Futbolistas Españoles (AFE) se enfrentó en muchas batallas contra los dirigentes de clubes para que los futbolistas cobrasen sus nóminas y contratos… Es un provocador y luchador nato…