Una publicación de la Asociación de Periodistas de la Provincia de Alicante

Sin recortes

¿Por qué mentimos los seres humanos?

“Uno ya no se atreve a confesar, porque hay que confesar también que uno ha mentido”. Simone de Beauvoir lo dice en La mujer rota y ese “uno” podría perfectamente ser yo: he mentido para sobrevivir, para amortiguar el dolor, para construir una coraza ante el mundo que a ratos se siente demasiado cruel. Esa mentira pequeña, esa omisión, ese engaño mínimo que se admite solo en voz baja, también forman parte de nuestras vidas. Yo también he mentido. Me acuerdo de veces en las que callé verdades para no herir, o en las que cambié la historia para que fuera menos dolorosa, menos comprometida. Mentí en el colegio, con amigos, con la familia, incluso conmigo mismo. Mentí para que me aceptaran, mentí para evitar castigos, mentí para protegerme. Porque en ocasiones la verdad era demasiado despiadada, demasiado pesada para cargarla cada día. Es cuestión de supervivencia, pero el problema es cuando lo convertimos en razón y modo de ser.

Es un aprendizaje que parece inherente, casi automático: desde niño uno descubre que se puede ganar algo con la mentira —menos dolor, menos confrontación, más paz momentánea—, y también que hay castigos si se es demasiado sincero. En el mismo relato anterior, Beauvoir añade luego otra reflexión poderosa: “me costó admitir que todos los niños mienten a su madre”. ¿Cuándo empezamos a mentir? ¿Cómo se convierte el engaño en sombra cotidiana? ¿Desde cuándo mentimos? Os recomiendo un artículo interesante de la revista Psichology Today (11/11/2023) de Romeo Vitelli. Según investigaciones modernas en Psicología del desarrollo, los niños comienzan a decir mentiras ya desde los 2 a 3 años de edad, en lo que algunos estudios llaman “mentiras primarias”, diseñadas para ocultar una falta pero sin mucha conciencia de la perspectiva del otro.  A medida que crecen —entre los 4 y 6 años aproximadamente— comienzan a surgir mentiras más complejas: las llamadas mentiras secundarias, con cierta conciencia de lo que el otro puede pensar, con estrategias más sofisticadas. Ya en la adolescencia y en la vida adulta la mentira puede adoptar muchas formas: desde los pequeños engaños para evitar daño emocional o conflicto, hasta mentiras estructuradas con fines de poder, lucro o control.

Ya en el adulto la mentira se convierte, pues, en una máscara social. Así van más allá del alivio momentáneo. Cuando la mentira se convierte en hábito, cuando alguien vive en un mundo falso, construye una identidad que no siente, tergiversa la realidad hasta el punto de no reconocerla, entonces dejamos de hablar de supervivencia: hablamos de alienación. Simone de Beauvoir sugiere que la mentira no es solo lo que ocultamos, sino lo que negamos de nosotros mismos: admitir que hemos mentido es admitir que hemos actuado con cobardía, que hemos sido vulnerables, que quizá no somos los que queremos ser. Mentir, también a sí mismo, se vuelve una forma de autoengaño que puede corroer la autenticidad. Es el momento en el cual debemos asumir las mentiras con sus consecuencias.

No es solo un asunto privado. En el ámbito político, las mentiras pueden matar, pueden herir, pueden erosionar la confianza en instituciones, en solidaridad, en memoria. Un ejemplo cercano es la gestión de la DANA en Valencia en octubre de 2024. Asistimos al proceso judicial del caso y vamos conociendo el conjunto de despropósitos y de falsedades en sus declaraciones que han ido creciendo desde aquel momento. Así, por ejemplo, José Ángel Núñez, jefe de climatología de AEMET en la Comunidad Valenciana, denunció ante el juzgado que se difundieron afirmaciones falsas por parte de la Generalitat de Carlos Mazón sobre los avisos meteorológicos, los tiempos de activación de los órganos de emergencia y los horarios de alerta. Las víctimas y asociaciones sociales han pedido repetidamente que Mazón asuma responsabilidades, que deje de minimizar lo ocurrido. El tiempo pasa y seguimos sin conocer la verdad.

Y no es un fenómeno aislado: en el plano internacional, gobiernos han encubierto abusos, masacres, operaciones militares con mentiras sistemáticas. En Gaza, hoy, hay testimonios creíbles de que ciertas acciones se niegan oficialmente, se ocultan o se justifican con mendacidades, mientras mueren miles de civiles, incluyendo niños, y mientras la prensa libre y organismos internacionales luchan por conseguir evidencias confiables. Los informes más recientes evidencian bombardeos sobre zonas civiles, falta de acceso humanitario, uso de la censura informativa. Estas mentiras políticas no son simples errores retóricos: implican decisión, cálculo, ocultamiento de pruebas, manipulación de la opinión pública, daños irreparables. Observamos de esta manera que hay personas —y personajes públicos— para quienes la mentira deja de ser recurso y se convierte en razón de vida. Construyen su identidad sobre mentiras: lo que dicen no importa, lo que importa es lo que les conviene que los demás crean. Se rodean de espejos deformados que reflejan una historia conveniente, una imagen inmaculada, una responsabilidad nunca asumida. Viven en un escenario ficticio en el que ellos son los héroes, los mártires o simplemente inocentes. En ese mundo falso, cualquier destello de verdad es peligroso, porque amenaza la construcción entera.

Cierto es que la mentira es condición humana, una especie de defensa: un escudo contra el dolor, una forma de proteger la esperanza, una estrategia para existir sin desmoronarse. Se aprende desde muy temprano, somos seres narrativos que usamos la ficción para suavizar la realidad, para pedir perdón sin decirlo, para guardar confidencias no dichas. Pero no deberíamos permitir que la mentira nos gobierne. Debemos exigir —y formarnos— en la honestidad. Hay que enseñar a la ciudadanía a mirar más allá del envoltorio. Hay que transmitir a los lectores de los medios cómo verificar las fuentes y a cuestionar lo que parece demasiado cómodo. A los políticos, por el contrario, habría que recordarles que el poder sin verdad es tiranía. Y a nosotros mismos, tenemos que rebelarnos para no acostumbrarnos a vivir en el engaño. Porque solo desde la verdad, aprendida, desafiada y a veces dolorosa, podemos construir un mundo digno y auténtico.

Carles Cortés

Catedrático de universidad y escritor.

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