Una publicación de la Asociación de Periodistas de la Provincia de Alicante

Semblanzas

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I

Frente al espejo y mientras que, con movimiento certero del peine, ajusta con cuidado la raya hacia la izquierda, observa mi tío Charlie de adolescente ese vello endurecido debajo de la nariz propicio para convertirse, más adelante, en un fino bigote que, sin duda, sabrán valorar las chicas. Aquel hombrecito de dieciséis años se parecería a su padre, con una expresión algo triste y profunda, y con un pensamiento tan lejano como inasequible. Es esa misma mirada la que aparece, algo más tenue, en sus cuatro hermanas y que confiere a todos un encanto ineludible.

Lleva hoy un traje —o casi, puesto que los pantalones son algo cortos— exigido por la circunstancia, pues es época de entrega de premios. Charlie ha resultado ser un alumno excelente en el seno de una academia oranesa. Llegado desde España hace doce años a aquella gran ciudad de Argelia, pronto aprendió francés y se acomodó —como el resto de su familia— a esa otra versión de la cultura mediterránea. Se hizo muchos amigos de juegos y conservó siempre los de su Alicante natal, en la que deseaba seguir veraneando. En cuanto a la escuela, no dejaba de escribir a su padre —un hombre de negocios, viajando a menudo entre Francia y España— para decirle hasta qué punto «papá Carlos» podía sentirse orgulloso de su digno hijo.

Carlos Ramos (Fuente: Carlos Galiana).

El patio de las “Études Françaises”, donde se han acomodado las familias interesadas, resulta un poco justo para esa clase de evento. Arropado por los suyos, el chico saluda a sus compañeros de uno en uno, ya que, tras la ceremonia, piensa reunirse con ellos y ponerles al tanto. De hecho, hace sólo dos semanas que sus padres le confirmaron la salida de Orán. Desde aquel momento, la noticia ha ensombrecido la mente de Charlie, marcando todavía más los rasgos de un rostro serio por naturaleza. Mientras espera su turno, no deja de pensar en el balance de su vida oranesa, tratando de tenerlo todo en cuenta puesto que, a partir de ahora, deberá proseguir sus estudios en España. Piensa en Christine, aquella rubita alegre a la que le encantaba ayudar en sus deberes, y a la que contaba sus primeros proyectos de vida. Su amiguita lo hacía rabiar a menudo llamándole “¡Españolito de mi vida!” delante de todos, subrayando la exclamación con una ruidosa risa que perdonaba su acento francés. A veces se sentía celoso, e incluso desgraciado, cuando ella tiraba del brazo de otro compañero mayor que él. Entonces le fallaban las fuerzas al sentir su existencia ninguneada de golpe. Sin embargo, otro día, con ocasión de coincidir en el cine, un simple ademán de Christine, tan natural con un vestido nuevo, disipaba de pronto las brumas que le envolvían el alma.

En aquel inicio del verano de 1941, la separación atañía también a su familia, puesto que dos de sus hermanas se habían casado recientemente con oraneses, dándole así sobrinos y sobrinas y dejando ya trazados sus destinos argelinos.

Albert Camus en Orán (Fuente: Carlos Galiana).

Cuando subió por fin a la tribuna, recibió el abrazo del Señor director, se volvió hacia los asistentes, un poco a la manera de un torero al principio de faena, dirigiendo una sonrisa a su familia que arrancó en aplausos y luego tendió ostensiblemente la mano hacia uno de sus profesores predilectos. Su profesor de Historia y Geografía, de unos treinta años, apagó su cigarrillo y le dijo en voz baja:

Monsieur Ramos, le deseo lo mejor en su país. Escríbame aquí mismo, si lo desea. Me harán seguir su correo. No se olvide de su buen amigo Albert.

Se había confiado un poco al señor Camus, ya que toda su familia mantenía vínculos con la España desgarrada y exangüe y, a este lado del Mediterráneo, el año pasado la guerra europea había infligido un verano mortífero a la vecina Mazalquivir. El alumno modélico también se hacía preguntas acerca de la acogida que le reservaría el Colegio Francés de Alicante, del cual ya le habían comentado la excelencia.

-A partir de ahora, Sr. Camus, vendré a Orán a pasar mis vacaciones.

Una semana después, Charlie, su madre y una hermana, regresaban a España, hacia otro futuro, cruzando Marruecos. Fueron cuatro días y un sinfín de visados.

Pasaporte de Carmela Ramos (Fuente: Carlos Galiana).

II

Colegio Francés de Alicante. León Dupuy y Juan Vidal Ramos, 1926 (Fuente: Carlos Galiana).

Son las doce en este final de mes de diciembre de 1941 y la sombra proyectada del Colegio Francés de Alicante subraya los ornamentos arquitectónicos de aquel edificio de los años veinte. Nada más penetrar en el vestíbulo, al hombre ya cincuentón, delgado y canoso, le sorprende el torbellino de los griteríos del recreo. Le recibe el director, deferente y atento.

-Don Carlos, no tenía que haberse molestado. Yo mismo hubiera podido…

-Don Ricardo, había que hacerlo, y cuanto antes.

-Sí… Dios nos los da y Dios nos los quita… cuando quiere. Dichosas enfermedades…

Carlos Ramos recogió de manos del director una cartera conteniendo material escolar de su hijo, luego dio las gracias a media voz y se dirigió hacia la salida, sintiendo en lo más profundo de su ser la opresión de un silencio insoportable. 

Carlos Galiana Ramos

Retrato de Carlos Galiana Ramos, un acrílico sobre lienzo, obra de Rosa Martínez Guarinos.

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