Nos anuncia el almanaque que ha llegado el verano, con sus días largos y su calor sofocante. Este año además la canícula parecer querer cobrarse la revancha de un invierno lluvioso y fresco, anticipándose con temperaturas más propias de agosto.
Por su parte, las Hogueras en las calles nos han recordado que el verano es fiesta, alegría y disfrute con los demás. Un tributo a lo efímero, como semblanza de la propia vida, que nos afanamos en llenar de buenos momentos a pesar de algunas circunstancias. Y es que no podemos sustraernos a la realidad de las guerras que salpican distintos puntos del orbe y que gravitan como una amenaza sobre toda la humanidad, a la desilusión por la corrupción que nos rodea, pero que no nos abate, a la tentación cada vez más presente del individualismo y la soledad…
Quienes hemos pasado ya muchas hojas de calendario, hemos conocido también situaciones tristes y complejas, violencias, enfermedades…, que el esfuerzo y la ilusión humanas han sido capaces de superar. Ahora llamaríamos resiliencia a este amor por el mundo y por quienes lo habitan, que es la receta definitiva para mantenerse cuerdo y aceptar y querer a quienes nos rodean, aprendiendo a disfrutar de tantas cosas buenas que nos ofrece la existencia. Sobre todo el verano, el descanso y el tiempo para hacer lo que nos dé la gana.
Los que recordamos Verano Azul —creo que nos llaman boomers—, una especie en vías de extinción y un problemón para la sostenibilidad de la Seguridad Social, aún somos capaces de recordar esas escapadas en bicicleta, baños en la playa con bocadillos que harían desmayarse a los nutricionistas y siestas interminables de nuestros padres que nos imponían juegos de cartas en silencio o largas conversaciones con amigos, hermanos y primos (todos cabíamos en ese verano aunque hubiera diferencia de edades).
Las salidas en bicicleta desafiaban el sentido común por lo intempestivo de las excursiones, ya sea bajo el rigor más extremo del sol, expuestos a los rayos uva y la deshidratación, ya durante la noche, porque los veranos de antes se disfrutaban en “el pueblo”, donde la tranquilidad por los desplazamientos y los horarios era la tónica general y los niños gozábamos de una amplia libertad.
Ahora, viajar y conocer otros lugares parece que se ha abierto camino como medio de esparcimiento veraniego, de modo que, acomodando nuestros bolsillos a esas expectativas de tierras lejanas, nos aventuramos a lo sumo una semana en lo exótico y el resto del tiempo tratamos de sobrellevar las vacaciones en la propia casa, con la ayuda del aire acondicionado y de Netflix.
En cualquier caso, sea cual sea la opción, nuestra experiencia vital veraniega es recomendable que nos permita reconectar con la familia y disfrutar de los pequeños placeres de esa pertenencia común, ese mismo sentido del humor y costumbres y ese cariño recíproco que nos conforta y enriquece. Hacer planes juntos, estar con amigos y cultivar el espíritu disfrutando de buenas lecturas y con la inquietud de ayudar a los que más lo necesitan, dándoles un poco de ese tiempo del que no disponemos habitualmente y que las vacaciones nos proporciona.
Vendrán modas y modos de disfrutar el verano, pero la esencia que nos une a las distintas generaciones, desde los más maduros que impulsamos el estado del bienestar con nuestro trabajo duro, hasta las nuevas generaciones que han mostrado su empatía y generosidad ensuciándose de lodo para ayudar a desconocidos que lo habían perdido todo en los pueblos de Valencia afectados por la Dana, pasa por descubrir el sabor de esas cosas, aparentemente pequeñas: familia, amigos, prójimo y uno mismo, que podemos permitirnos cuidar y desarrollar este tiempo de vacaciones que es el verano.
No dejemos que este verano pase sin provecho, dormitando con un dolce far niente. Aprovechemos la oportunidad rememorando nuestras raíces o impulsando sanas costumbres que nos enriquezcan y nos relacionen con los demás.
Feliz y provechoso verano para los lectores de esta Hoja del Lunes.
Javier Martínez Marfil, presidente de ASAFAN.
Me ha gustado mucho el artículo y no por pertenecer al grupo «en vías de extinción», aunque acaso tambíén por eso.