Una publicación de la Asociación de Periodistas de la Provincia de Alicante

Memorias

Mi querida Aix-en-Provence

Institut de Sciences Politiques de Aix-en-Provence (Carlos Galiana).

Retales de memoria.

—Existen dos tipos de países: los del “quién” y los del “cómo”.

Las clases de nuestro profesor de Literatura Política eran contadas, pero muy apreciadas en aquella aula magna del Institut de Sciences Politiques de Aix-en-Provence. Allí mismo, en aquel curso 1966-67, Ramón Tamames, invitado por la sección de Lengua Española, nos dio una charla acerca del mercado común.

—Verán ustedes: cuando un país se enfrenta a una crisis, pueden plantearse 2 preguntas. La primera: ¿quién resolverá la crisis? O la segunda: ¿cómo resolveremos la crisis? Los países del quién corresponderían a la Europa del Sur, y los del cómo, a la del Norte —concluyó aquel profesor de literatura.

Semejante simplificación de categorías me sirvió más tarde para ir entendiendo los acontecimientos políticos en general. En cuanto al director y fundador del Instituto, Paul de Geouffre de la Pradelle, desde su sabia y elegante madurez, considerándonos a todos como futuros diplomáticos, nos instaba a ser los mejores defensores del “bien común”, todo ello entre anécdota y anécdota. Nos sentíamos unos privilegiados y predestinados alumnos en aquel edificio del siglo XV llamado Hôtel Maynier d´Oppède, sin imaginar que en esos bancos se sentaría más tarde Christine Lagarde, actual presidente del Banco Central Europeo.

Les Deux Garçons, en Aix-en-Provence (Carlos Galiana).

Terminada la clase, acercarse a la Ciudad Universitaria donde me alojaba resultaba un recorrido agradable por el paseo Mirabeau y su afamado café Les Deux Garçons, o por la Plaza de los Cuatro Delfines, en medio del ambiente tranquilo de un amplio patrimonio de la entonces influyente Aix-en-Provence del rey Renato. La pequeña ciudad poseía ese discreto encanto burgués, provinciano y provenzal, con la montaña de la Sainte Victoire en su horizonte pictórico.  

En la cité U., con mi compañero de estudios Armand, antiguo oranés de apellido español, solíamos comentar las asignaturas del día y la forma de impartirlas por un profesorado al que valorábamos por su formación y dedicación en un ambiente sereno. Por las tardes, y como música de fondo a nuestras horas de estudio, los lentos compases de Procol Harum, en su Whiter shade of pale, anunciaban ya un verano de corazones abrazados (o abrasados) en discotecas. Y tiempo nos sobraba para ir observando, como paletos, a los variopintos personajes del lugar, antes de comentar las noticias del telediario en blanco y negro.

—¿Te has fijado en aquella chica? Se parece a Jane Fonda.

—Ahora que lo dices: sí.

Nuestras imaginaciones y sentido del humor elaboraban estrategias de acercamiento a aquella preciosidad, en consonancia con una torpe timidez. O quizá fuera el resultado de una educación recibida en la otra orilla del Mediterráneo. De todos modos, en aquel año, quedaban prohibidas las visitas femeninas nocturnas a nuestras habitaciones. Mientras tanto, la verdadera actriz norteamericana salía en los noticiarios montada en una batería antiaérea norvietnamita, simulando que abatía aviones de su propio país y aplaudida con fervor por los militares asiáticos.

Fuente de Los cuatro delfines (Carlos Galiana).

Por otra parte, el ambiente, bastante animado por los sindicatos estudiantiles, estaba politizado con aquel conflicto, con noches en que elementos de la extrema derecha la emprendían violentamente con sus adversarios de la Unef o algunos maoístas de turno. De día, volaban las octavillas “antimperialistas”, llevadas casi tan alto como un B-52 por un furioso viento Mistral. Imperaba ya el “Haz el amor y no la guerra”, si bien el reglamento vigente en la ciudad universitaria otorgaba potestad a las empleadas de la limpieza para denunciar el hecho delictivo, in fraganti, de buena mañana…

La televisión francesa nos puso también al tanto de la Guerra de los Seis Días. La mayoría de los televidentes simpatizaba con Israel, mientras otros estudiantes, procedentes de Oriente Medio, mostraban su contrariedad. Terminada aquella contienda, Adamo estrenaba su plegaria cantada Inch´Allah.

El curso también nos deparó un “happening” en el marco del ajetreado restaurante universitario. Fue el pistoletazo con el que se quebró una costilla un émulo de Larra, un despechado amoroso que no murió en su intento, gracias a Dios.

Y para más comedias, el tinglado que montaron un sábado por la mañana bajo mi ventana. Focos y demás artilugios cinematográficos entre los que reconocí al actor cómico “sentimental” Bourvil, así como su partenaire Adamo. Escena única repetida diez veces para una comedia que resultó discreta pero agradable.

Bourvill y Adamo (Carlos Galiana).

Las clases de Derecho Constitucional —mi asignatura preferida— las impartía el rector Michel Fabre. En el anfiteatro de la facultad de Derecho, al leer los apuntes policopiados del año anterior, difíciles de procurarse, se podía comprobar cómo aquel profesor togado, de voz grave y pausada, repetía palabra por palabra lo que en su día quedara escrito. Hombre de mediana edad, se presentó sin éxito a las elecciones legislativas bajo una etiqueta centrista. Al reiniciar la clase, le aguardaban unas frases burlonas en la pizarra. Sin dudarlo un instante, nos anunció:

—Hoy no les daré clase. Les remito a los apuntes correspondientes. Adiós.

Facultad de Derecho y Economía en Aix de Provence. Fotografía de Dkliptus (Fuente: Wikimedia).

La asistencia sorprendida (incluyendo a nuestra “Jane Fonda”) quiso restarle importancia al incidente, pero provocó la desazón de aquel estudiante ciego que, punzón y regleta en mano, solía tomar sus notas con una destreza y una celeridad dignas de admiración.

Durante los fines de semana, en la ciudad universitaria destacaban más los estudiantes de la África francófona, sin parientes o amigos en la región. Se beneficiaban a la vez de una beca de su propio país, otra por parte de Francia, y con licencia para repetir cursos. Solían ir bien trajeados y, a menudo, llevaban un flamante automóvil francés. En cambio, mi acceso a las ventajas universitarias se debió únicamente a la buena amistad entre mi padre y un notable marsellés. Mi condición de españolito no significaba nada para la administración de Aix.

Armand y yo sacamos aquel primer curso, aunque por mi parte, y por imperativos económicos, tuve que regresar a Alicante. Al año siguiente, me escribió mi buen amigo:

“Ya permiten visitas de chicas. La otra noche invité a una preciosa africana”.

Era ya la primavera del 68, tanto en Aix, en París, como en Praga…

Carlos Galiana Ramos

Retrato de Carlos Galiana Ramos, un acrílico sobre lienzo, obra de Rosa Martínez Guarinos.

9 Comments

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  • Conozco el Aix-en-Provence de hace algo más de 15 años, e incluso quiero recordar «Les deux garsons», ¿ubicado en un amplio paseo que conducía al maravilloso Musee Granet ?
    Un abrazo Carlos.

  • No sé por qué, pero al leer esta publicación me vienen pensamientos de Alphonse Daudet. Muchas gracias por haber abierto esta ventana que da a esos paisajes de la «Garrigues» provenzal.
    Cordial saludo Carlos

    • Me alegro, Daniel, que te hayan llamado la atención esas pinceladas personales, con los colores de la memoria.
      Hasta pronto, espero.

  • Je viens de lire votre publication . J’ai moi aussi étudié à la fac. de Lettres d’Aix et elle a ravivé une foule de souvenirs enfouis dans la mémoire .Merci.