El principal sueño del que escribe es que le lean. Los que escribimos tenemos una especie de necesidad de compartir lo que sale de la tecla con los demás, para ver que no clamamos en el desierto o que nos lee alguien más que nuestros amigos, que ya nos aguantan en reuniones o encuentros. Pero lo cierto es que el poder de la palabra es universal, de hecho, hay artículos que han cambiado la historia y, sin duda, será un pensamiento expresado lo que cambiará el futuro.
En mi etapa de profesor de Medieval en nuestra UA, hacía pensar a mi paciente alumnado que planteara qué nueva clase social aparecerá en el futuro o cual desaparecerá, también que inventara un sistema político mejor que la democracia o que me dijera cómo explicar el feudalismo a un grupo de interesados recién llegados extraterrestres. Soluciones había. Recuerdo a Esther López que escribía (y creo que sigue haciéndolo) como los ángeles y a otros alumnos brillantes que tocaron levemente soluciones audaces. No era fácil y yo no les ofrecía ninguna solución. El picatostismo no existirá.
Pero caminar realidades, encontrar soluciones, es algo que planteamos día a día los que escribimos, con poca suerte normalmente. Me gustaría que hubiera más debate, que los comentarios se amontonaran, pero solo veo radicales que insultan en RR. SS., cobardemente, normalmente desde avatares o troles, sin aportar más que odio. Encima, las normas limitan espacios, tiempo y contenidos (esto habría que reflexionarlo, ya que eso es exactamente lo que no se debe admitir).
La palabra es algo que o es libre o no importa, y nadie habla con absoluta libertad. Un buen amigo me dijo que deberíamos escribir un libro sobre la historia reciente de Alicante, pero que tendría que publicarse cuando ya no estuviéramos. Miedo, autocensura, practicidad… Valemos más por lo que callamos que por lo que sabemos. Estas son las cosas que seguramente no nos dejan crear ideas libres y metas que cambien la realidad o parte de ella.
El 31 de octubre de 1517, un monje agustino alemán clavó unas peticiones en la puerta del Palacio de Wittenberg como una invitación abierta a debatirlas. Las 95 tesis condenaban la avaricia y el paganismo en la Iglesia como un abuso. Este acto tuvo una difusión nunca antes vista, favorecida por la imprenta recientemente creada. Europa entera se enteró del debate y, de alguna manera, cambió el mundo. Reforma y contrarreforma papal dividieron para siempre el cristianismo. Lutero, teólogo y reformista radical, no era un bendito, sino que se lo pregunten a los judíos a los que consideraba «gusanos venenosos» y hasta justificaba su «eliminación», ¿les suena?
Mucho después, en 1898, un articulista francés, Émile Zola, reveló en un artículo, Yo acuso, la injusticia cometida por el Estado francés con el capitán de origen judío Alfred Dreyfus y provocó una sucesión de crisis políticas y sociales inéditas en Francia que dividieron el país y desenmascararon a medios de comunicación, a ocultos grupos violentos y puso en tela de juicio el poder de la «razón de estado» por encima de la verdad.
En la historia de la prensa española destaca Volveremos a ser libres, escrito por Manuel Chaves Nogales (qué gusto leer a este hombre) y publicado en el diario Ahora el 1 de abril de 1939, poco después de la victoria del bando franquista en la Guerra Civil. En este artículo se critica la opresión del régimen franquista y se defiende la restauración de las libertades y derechos democráticos en España. Este artículo es considerado uno de los últimos actos de resistencia periodística antes de que la dictadura de Franco estableciera una férrea censura sobre la prensa española durante décadas. Si bien no tuvo una repercusión inmediata, lo cierto es que mantuvo su importancia al dejar claro que España nunca tendría un pensamiento único por mucho que se quisiera.
¡Cuidado con la propaganda!, escrito por José Ortega y Gasset y publicado en el diario El Sol el 1 de febrero de 1937, durante la guerra civil española, es una critica a la manipulación y la utilización de la propaganda política durante el conflicto, instando a los lectores a ser críticos y reflexivos en su enfoque hacia la información. De rabiosa actualidad. Pero el tema es que hoy cuesta pensar, cuesta leer y cuesta ir más allá del día a día, de las necesidades inmediatas y del yo mismo con mi mecanismo. Por si acaso alguien me entiende, creo que el poder de la palabra debe volver a tener su lugar, el debate, el pensamiento libre, las ideas… Muchas veces me he sentido como aquel día que, en una evaluación en el colegio donde era representante de alumnos, un profesor amigo me daba una patada por debajo de la mesa porque había tuteado a un egregio sacerdote y discutible profesor de inglés de origen noble. ¿Cuántas patadas nos damos nosotros mismos cuando tenemos algún interés propio o colectivo? ¿Cuánto nos callamos cuando podemos y debemos hablar?
Perderíamos clientes, amistades, parejas, incluso afectos paterno y materno filiales, seguro. Pero, ¿no tienen ganas de decir lo que piensan sin tapujos, sin medir las palabras, como si estuvieran solos en un valle entre montañas? Griten, díganlo, háganlo. Yo, ahora mismo, me voy a gritar al campo.
Ahí lo dejo, haciendo amigos.












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Muy interesante tu artículo en defensa de la libertad de expresión y muy sugerentes tus referencias a los casos de Lutero y Dreyfus, así como tu elogio a dos grandes, como Chaves Nogales en el periodismo del siglo XX y a Ortega y Gasset en la filosofía y el pensamiento, dos republicanos de corazón y mente que criticaron duramente a los ineptos políticos socialistas, comunistas y republicanos radicales que se empeñaron en gobernar sólo para media España. Un saludo cordial.
Un abrazo
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