En 2024 fueron asesinados 4476 creyentes en Jesucristo en África y Asia.
Lo que me indujo a escribir estas líneas fue el artículo de Ángela Labordeta publicado el pasado día 12 en el diario Información con el título Otra fe es posible. La escritora aragonesa es hija del famoso cantautor, poeta, novelista y ensayista, José Antonio Labordeta, quien además fue político y diputado del Parlamento durante dos legislaturas (Ha quedado para la posteridad su exabrupto enviando “a la mierda” a un adversario político que le sacó de quicio). Ángela se me antoja muy temperamental porque inicia su escrito dando una de cal y otra de arena al papa Francisco para luego atacar a la Iglesia y a todas las religiones.
“La Iglesia católica —dice— una iglesia que encierra en sí misma todo lo bueno y malo, porque si, por un lado, encierra bondad y personas altruistas y luchadoras, por el otro es poderosa y quiere seguir siendo poderosa y quiere manejar sentimientos como la culpa y el odio para generar conflictos y, sobre todo, no quiere renunciar a sus derechos y por eso no le importa que el hombre vaya matando poco a poco su espontáneo tesoro que es la vida y prefiere que la fe sea el dogma que todo lo cura cuando la cura no existe”.
El párrafo es confuso y se completa con este otro: “La fe va teñida de sangre eternamente y, eternamente, es un lugar solitario del que nos deberíamos alejar para ser más libres y estar menos contaminados”. El pesimismo de la escritora culmina con esta frase: “El mundo camina sobre aguas color de acero entre almas lúgubres y estridentes discursos en los que para lo único que no hay lugar es para la humana convivencia”.
Yo le diría a Labordeta que no se puede meter a todas las religiones en el mismo saco. Y añadiría que la fe va ‘teñida de sangre’, sí, pero no de la misma manera en todas las religiones. El cristianismo nace con Jesucristo, Dios y hombre verdadero; el Unigénito de Dios Padre que se hace hombre, muere en la cruz para perdonar todos los pecados de todos los hombres que se arrepientan de obrar mal y nos dice que, igual que Él resucitará de entre los muertos, también nosotros resucitaremos si cumplimos con su mandamiento nuevo: “amaos los unos a los otros como yo os he amado”, hasta la muerte y muerte de cruz. La fe de los cristianos les lleva a ser solidarios con los demás hombres incluso sufriendo el martirio. No causan la muerte y la sangre, sino que sufren la muerte y la sangre por amor al prójimo.
Miles de cristianos sufrieron la muerte, en los tres primeros siglos, tras Jesucristo por defender el evangelio del amor. Y miles de cristianos sufren martirio todos los años aún en nuestros días, aunque muchos no lo sepan y algunos no lo quieran saber. Acaba de hacerse pública la cifra de cristianos asesinados, en el año que acaba de terminar, el 2024, en el mundo: 4476. El año anterior, 2023, los mártires cristianos fueron 4498. La persecución contra los fieles de Jesucristo no ha cesado y no cesa. Los cristianos mueren; algunos islamistas matan y los ignorantes atacan a la Iglesia, una institución que no cesa de predicar la justicia social, la paz y la solidaridad entre los hombres. Las muertes de cristianos se han producido, casi exclusivamente, en países africanos y asiáticos. Países con alto nivel de persecución religiosa se encuentran en África, con Nigeria a la cabeza. Le siguen Somalia, Sudan, Libia y Eritrea. En Asia, Pakistán, Afganistán, Arabia Saudí, India, Myanmar y Corea del Norte.
A pesar de todo, el cristianismo sigue avanzando en casi todos los países del mundo, menos en las naciones de Occidente, países que fueron evangelizados masivamente a lo largo de los siglos y prosperaron material y culturalmente sobre la base de la civilización grecorromana y cristiana. Es de lamentar que tanto Europa como América caminen por derroteros equivocados, contrarios no sólo a criterios de fe sino a principios éticos exclusivamente humanos y humanitarios. Se equivocan los que piensan y difunden que a la religión cristiana “no le importa que el hombre vaya matando poco a poco su espontáneo tesoro que es la vida y prefiere que la fe sea el dogma que todo lo cura cuando la cura no existe”. Ese pensamiento pone de manifiesto la ignorancia de lo que es la esencia del cristianismo, que es el amor a Dios y al prójimo, amor a nosotros mismos y a todos los otros. Todos hermanos, hijos adoptivos de Dios que nos hizo a su imagen y semejanza y es capaz de curar todas nuestras heridas aquí en la tierra y nos ha hecho herederos del cielo para toda la eternidad. No se puede pedir más, querida Ángela Labordeta, hija de un padre al que admiro y por el que elevo una oración al Altísimo si es que le necesita para saltar del Purgatorio, aunque pienso que está en el Cielo como todos los hombres buenos.












Enhorabuena. Un artículo pleno de lucidez, defendiendo los valores de nuestra fe, tan perdida ya en Occidente.
Gracias.