Imaginad que conocéis a una persona con la que sentís una conexión instantánea, profunda y difícil de explicar. No se trata solo de atracción física o intereses comunes: es como si esa persona llenara un vacío interno, como si siempre hubiera estado destinada a encontrarte. Sientes que, a su lado, eres una versión más completa de ti mismo. Esa experiencia que tal vez reconocéis es lo que se llama “encontrar a tu media naranja”, o sea, sentir la plenitud de quien completa su identidad. Seguramente no sabéis que fue Platón en El banquete (385-370 a. C.) quien construyó esta teorización que tanto desarrollo ha tenido a lo largo de los siglos. El diálogo en cuestión versa sobre el amor a partir de una cena donde los comensales abordan diversos temas relacionados sobre la materia. En el turno del comediógrafo griego Aristófanes, este explicó cómo en un tiempo remoto los seres humanos se dividían en tres géneros que eran a su vez seres esféricos partidos en dos por designio de Zeus que quería debilitar su poder: los hombres-hombres, las mujeres-mujeres y los andróginos, creados mitad hombre y mitad mujer. Eran esferas completas con cuatro brazos, cuatro piernas y dos caras que fueron partidos por la mitad. Así, cada mitad de ellos vagaba por el mundo buscando su otra parte perdida. El amor era lo que les motivaba a la búsqueda, ya que necesitaban conseguir la reunificación de sus dos mitades: su media naranja.
Esta expresión no aparece como tal en Platón, pero la metáfora se consolidó en la tradición occidental como una forma de aludir a ese mito del amor platónico: el alma gemela que completa al ser humano. La naranja se usó como símbolo por su forma redonda y por la idea de que cada mitad encaja perfectamente con la otra. Del mismo modo, se ofrecía una justificación mítica y natural de la homosexualidad, tanto masculina como femenina, en el marco del amor. Los seres que eran mujer-mujer dieron lugar a mujeres que aman a mujeres; los seres que eran originariamente hombre-hombre dieron lugar a la homosexualidad masculina y, finalmente, los andróginos fueron la base de los heterosexuales. Todo ello para transmitir el deseo final de cada ser de encontrar la media naranja que fue separada por los dioses, donde el amor será su motor de búsqueda. Un deseo innato de reintegración con la mitad que fue perdida en el origen de los tiempos.
Los autores cristianos y neoplatónicos reinterpretaron el mito en clave espiritual y moral, adaptándolo a la idea de la pareja predestinada por Dios, dejando a un lado el planteamiento de la homosexualidad y centrándolo a la idea de la pareja heterosexual ideal. Así, novelistas como Gustave Flaubert en Madame Bovary (1857) explicaban cómo “ella creía que el amor debía llegar de repente, con grandes truenos y relámpagos […] Un hombre, por fin, debía aparecer, el hombre con el que, por fin, todo encajaría”. Una idealización del amor que llegaría a su fin porque, como ley divina que se concebía, todo hombre debería encontrar su alma gemela en una mujer y viceversa. Esta visión romántica del mito es el que en algunas ocasiones, pues, ha llevado a rechazar la homosexualidad como una forma de amor posible, como una desviación del designio divino de la procreación, y que tantos quebraderos de cabeza han provocado a quienes buscan el amor de su mismo género de manera innata. Del mismo modo, esta visión romántica de encontrar el alma gemela ha conducido en ocasiones al mantenimiento de parejas tóxicas, aquellas a las que insistimos retener y sobre las que sentimos una dependencia emocional cuando uno de los dos intenta controlar y manipular al otro. En esta relación de desiguales, surge la desconfianza constante y el planteamiento de celos desbordados, todo ello con una falta de comunicación sana, con chantajes emocionales y desprecios que potencian el sentimiento de culpa y la proyección del miedo. Si además añadimos acciones violentas para retener lo que no se puede mantener, estamos en una situación desigual que nada tiene que ver con el planteamiento platónico del mito expuesto. Seamos honestos y vivamos la vida en pareja con sinceridad y complementación, indistintamente de nuestras preferencias afectivo-sexuales. De lo contrario nuestra otra mitad será una pieza defectuosa que acabará con la integridad de nuestra existencia. Tomemos nota de ello.
Imagen de www.depositphotos.com
Comentar