Una publicación de la Asociación de Periodistas de la Provincia de Alicante

Opinión

La España vaciada y la solidaridad

Río Mijares a su paso por Villarreal. Fotografía de Ordial (Fuente: Wikimedia).

El espectáculo de nuestros representantes, de los que llamamos políticos, no puede ser más triste ni vergonzoso como el que contemplamos ante catástrofes como la DANA de Valencia o los ruinosos y dramáticos incendios sufridos —¿por casualidad?—, en tres regiones de España durante el actual verano. Es casi unánime la afirmación de los distintos medios de comunicación de que una buena parte de ellos han ocurrido, y están ocurriendo, en la llamada España vaciada —o mejor, vacía—; en zonas de España cuya densidad de población por kilómetro cuadrado puede llegar a igualar la de zonas polares de Europa.

Describir, en base a mis propias vivencias personales, cómo se ha llegado hasta aquí, es el objetivo del presente comentario. También extraer consecuencias para el futuro. Voy a describir hechos reales vividos basándome en mi personal experiencia por haber nacido y crecido en un pequeño pueblo de Teruel, en una de las comarcas vacías de la España actual. Este pueblo fue citado por Benito Pérez Galdós en sus Episodios Nacionales al describir uno de los enfrentamientos sangrientos de aquellas guerras carlistas y lo hace señalando el número de cabezas de ovejas que invernaban en su término municipal, es decir, por su riqueza ganadera.

Situado en la ribera del río Mijares, por tanto entre las sierras de Javalambre y Gúdar, perteneció en la Edad Media a las Aldeas de Teruel. Sus mejores tierras se regaban y podrían regarse con agua de sus abundantes nacimientos y, quizá por ello, el ingente trabajo que anteriores generaciones realizaron para abancalar una ladera con paredes de piedra vista, desapareciendo poco a poco por abandono y desidia. En el censo oficial de 1860 tenía una población de 555 habitantes que descienden en el año 1900 a 396; en el año 2000 pasan a tan solo 48 y en el año 2014 a 36 habitantes. Hoy, en el año 2025, durante los meses de invierno el número de personas que pernoctan en sus casas pueden contarse con los dedos de las manos. Hasta aquí, datos reales y oficiales.

Al lado de estos fríos datos estadísticos, quiero resumir los que puedo acreditar por haber sido testigo de los acontecimientos que han llevado al abandono actual. Durante mi infancia teníamos dos escuelas, una de niños y otra de niñas, cada una con unos 30 alumnos. Hoy, y desde hace años, no hay escuelas. Entonces éramos un municipio, hoy un simple barrio del pueblo de al lado, sin el menor vestigio de una oficina municipal para atender al menos 1 hora cada semana a su envejecida población. Entonces los funerales eran solemnes, incluso en el pórtico de la Iglesia y el féretro del difunto era transportado sobre una plataforma de madera por cuatro hombres por un camino, una calleja que, como otras, eran el camino de acceso a los bancales colindantes. Los familiares podían visitar a sus difuntos realizando un paseo en medio de la naturaleza. Hoy, esa calleja está intransitable, en tramos con paredes derrumbadas obstruyendo el paso, cuando no las zarzas y matorrales que lo hacen intransitable incluso para una sola persona. Los féretros ahora se transportan en vehículo, por una pista forestal hasta su sepultura en el mismo cementerio. Entonces había varios atajos de ovejas y hasta uno, comunitario, de cabras. En sus bancales, todos cultivados, se cosechaban patatas, maíz, remolacha, calabazas, pepinos, tomates, zanahorias, lechugas, además de trigo y cebada y forrajes, así como el centeno, avena para el ganado. Se cultivaba en las únicas tierras, las de secano, que se aprovechan hoy. Teníamos árboles frutales, no muchos por no restar terreno a otros cultivos, con peras, manzanas, ciruelas, albaricoques, melocotones, cerezas, higos, parrales, almendros y frondosos nogales. Todos con frutos de un sabor y olor desconocidos para los ”urbanitas” de hoy.

Entonces había varios atajos de ovejas y hasta un rebaño comunitario de cabras, muchos años pastoreadas por el tío Cecilio. Había una industria, la del carbón vegetal, que permitía talas periódicas y planificadas de los bosques de carrascas y rebollos y los suelos se mantenían limpios de arbustos y de restos de los árboles no aprovechados para el carbón. 

Hoy, las mejores tierras, las que se podían y se pueden regar con el agua de su permanente fuente, están abandonadas y, poco a poco, invadidas por la flora autóctona como el olmo, creciendo en la superficie antes dedicada a cultivos como los citados. Esa flora, cada día más abundante, se aproxima más y más a las casas del pueblo con el peligro de repetirse lo que ahora contemplamos en nuestros televisores con los dramáticos y terribles incendios de Galicia y Castilla León. Durante mi infancia solamente recuerdo un conato de incendio en uno de los montes, extinguido rápidamente por los propios vecinos del pueblo.

La incesante despoblación la he contemplado con el éxodo de las mujeres jóvenes a la ciudad en primer lugar, buscando empleo fácil en el servicio doméstico de las ciudades, en mi pueblo, Cataluña y Valencia. Aquellas chicas llegaban al pueblo durante sus vacaciones, con unas manos libres del rudo aspecto del pueblo y, poco a poco, eran imitadas por otras. Tras la mujer siempre ha ido el hombre y, tras aquellas chicas, siguieron muchachos jóvenes, cuando no familias enteras, buscando un modo de vida algo mejor que el que les ofrecía el pueblo. Así, se fueron despoblando comarcas, pueblos y hasta provincias, incapaces de ofrecer otros incentivos. Tras la despoblación, la pérdida de servicios (el ferrocarril Valencia-Teruel-Zaragoza mucho peor que el que yo tomaba en Puerto Escandón para llegar a Zaragoza). Los impuestos municipales, provinciales y estatales continuamente crecientes ahogan a sus habitantes hasta hacerlo insoportable. Con la despoblación viene el abandono y la pérdida de servicios públicos. ¿Puede, ante esta realidad, sorprender a alguien la continua extensión, de la España vaciada?  

En la actual España, en la que gastamos ingentes recursos a ayudas sociales, subvenciones y regalos varios, ¿no se pueden planificar incentivos que creen las condiciones necesarias para hacer la vida en los pueblos más atractiva y deseable? ¿Es que su escasa población llega a ser tan insignificante para el político de turno por su escasa o nula influencia para decidir un escaño en las Cortes y Senado? ¿No se podría y debería dar mayor peso a los votos de esas zonas? ¿No ocurre así en el País Vasco y Cataluña? En lugar de las recíprocas y aceradas críticas, ¿por qué no afanarse en encontrar soluciones realistas y eficaces a problemas como éste y hacer que la solidaridad sea real para todos?

Fausto Gómez Guillén

Buscando justicia y verdad.
Turolense, alicantino y ciudadano del mundo. Licenciado y Doctor en Medicina y Cirugía buscando ser un Médico y un humanista, que no sé si lo habré conseguido. Mi inquietud por las cuestiones socio-sanitarias me ha llevado a expresar mi opinión sobre las mismas en diversos medios, casi siempre escritos: Diario "Información" de Alicante, "ABC", "El País", "Heraldo de Aragón", Prensa profesional como "Diario Médico", "Médicos y Pacientes", "Revista" del Colegio de médicos de Alicante y algo en revistas científicas.

Escribo cuando considero que tengo algo que decir que pueda resultar de interés general.

2 Comments

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  • Hace mucho tiempo que faltabas a tu cita con la Hoja del Lunes y me alegra que vuelvas con unas reflexiones tan acertadas. Ignoro si te van a leer los politiquillos que tenemos, a los que, como bien denuncias, sólo les interesan los votos. Un saludo cordial.

  • Y si pusiéramos a pensar y a trabajar a los alcaldes, y a presidentes de diputación y autonómicos para que buscarán soluciones a estos problemas? Es el político elegido el que debe velar por los ciudadanos, yo estoy en la España vacía y cada día peor, eso sí los impuestos de todo tipo no se les olvida cobrarlos, agua, alcantarillado, basuras, IBI…de todo, no repercute en nada al ciudadano, al contrario vamos a peor, es para ver el pueblo, de pena