Una publicación de la Asociación de Periodistas de la Provincia de Alicante

Al paso

Jaime I el Conquistador, un creyente que nos deja en ridículo a sus descendientes

Retrato de Jaime I por Jaume Mateu. Museo Nacional Catalán (Fuente: Wikimedia).

Todos sabemos que el ‘9 de Octubre’ es el Día de la Comunidad Valenciana. Casi todos conocemos que tal día como ese, en 1238, Jaime I el Conquistador entraba triunfante en Valencia y proclamaba un nuevo reino para la Corona de Aragón y el fin del reino moro, cuyo  soberano, Zayyan, salvó su vida y la de miles de súbditos firmando unas capitulaciones generosas por parte del vencedor y contrarias al deseo de los nobles y sus mesnadas ansiosas de victoria sangrienta y de reparto de botín.

Algunos lectores acaso sepan que la conquista de Valencia tuvo bula de Cruzada porque así la concedió el papa Gregorio IX. No todas las hazañas de los reinos cristianos, durante los largos 782 años que duró la Reconquista, tuvieron el respaldo ‘cruzadista’, si bien es cierto que todas las empresas de los reinos cristianos para recuperar los territorios de la España visigoda tenían el apoyo de la cruz frente a la media luna.

Los reinos eran todos cristianos y los reyes, unos más religiosos que otros. Jaime I tiene fama de devoto, como su padre, Pedro II, apodado ‘El Católico’, que participó en la decisiva batalla de las Navas de Tolosa (1212) junto al rey castellano Alfonso VIII y el navarro Sancho VII. Tras las Navas, Pedro II no tuvo fortuna y un año más tarde (en 1213), murió en la batalla de Muret, en el sur de  Francia, cuando Jaime I, el hijo que había nacido de su matrimonio con María de Montpellier, tenía sólo cinco años. Muchos territorios del sur de Francia, entre ellos Montpellier, formaron parte de la Corona de Aragón. Y en Montpellier nació, en 1208 el Conquistador, ciudad en la que nacería, cien años más tarde, san Roque, el patrón de Callosa de Segura y copatrón de Alicante capital, junto con san Francisco Javier, ambos acompañando al patrón capitalino san Nicolás.

La entrada en Valencia de Jaime I fue una ceremonia impresionante, con un boato similar al de nuestros más fastuosos desfiles de Moros y Cristianos y con un matiz fundamentalmente religioso. Abría el cortejo un grupo de caballeros con el confesor del rey. Don Jaime montaba, soberbio, con las mejores galas, un hermoso caballo blanco escoltado por sus más fieles y entre ellos los obispos de Tortosa y Narbona, sus afines, éste último, el más poderoso en huestes, pues aportó unos 600 soldados, que destacaron entre los de los demás obispos y nobles. Ya sabrán los lectores que en aquella época la Iglesia, con el papa y los obispos, tenía también poder temporal. Las Cortes de los distintos reinos tenían representantes de los tres estamentos más poderosos: clero, nobles y ciudades. Las Cortes de Aragón proclamaron mayor de edad a Jaime I con sólo ocho años. Clero, nobles y ciudadanos distinguidos acompañaron a don Jaime hasta la mezquita mayor de Valencia convertida en Catedral. Hubo tedeum y misa solemne oficiada en una capilla que aún subsiste adosada a la actual catedral.

Entrada triunfal de Jaime I el Conquistador en Valencia el 9 de octubre de 1832. Pintura de Fernando Richard Montesinos. Museo del Prado de Madrid (Fuente: Wikipedia).

No siempre fueron buenas las relaciones entre la Iglesia y Jaime I. En 1941, el rey fue excomulgado por el papa Inocencio IV. Y es que el Conquistador se había atrevido a cortar la lengua al obispo de Gerona, entonces su confesor, debido a que el monseñor, Berenguer de Castellbisbal, había roto el secreto sacramental, al parecer ‘chivando’ al papa los amoríos de don Jaime con algunas damas de alta alcurnia. La excomunión no le fue levantada hasta cuatro años más tarde, en 1245.

Era una época de grandes creyentes y no menos grandes pecadores. No como la nuestra, en la que, en amplios espacios políticos y no políticos, a la Iglesia se la ningunea cuando no se la ataca directamente con políticas de un Gobierno socialcomunista que disfruta masacrando la doctrina cristiana tradicional, la de unos preceptos que coinciden casi por completo con los emanados de la ley natural: no matarás, honrarás a tu padre y a tu madre, no robarás, no mentirás, no desearás la mujer de tu prójimo, no serás adúltero, no calumniarás.

En todos los tiempos, incluso en los que el catolicismo y otras confesiones cristianas estaban muy arraigadas en el pueblo, había pecadores, hasta pecadores en abundancia, pero sabían que lo eran y tenían conciencia de sus malos comportamientos. Se arrepentían de sus fallos y se confesaban una y otra vez y todos, o casi todos, cuando se acercaba la muerte, recibían la unción de los enfermos, morían en paz con Dios, con los suyos, sus familiares y con todos sus amigos y vecinos que acudían al funeral masivamente y muchos acompañaban el féretro hasta el cementerio. El cura cantaba ‘in paradisum conducant te angeli’ (‘al paraíso te conduzcan los ángeles’). Eran otros tiempos. Hace casi un siglo; la gente moría en casa y casi todo el mundo entendía un poco de las oraciones en latín.

Hay que respetar los nuevos tiempos y las nuevas costumbres, lo que no impide que los ancianos echemos de menos los tiempos en que se vivía y se moría de otra manera. Y a los cristianos nos duele que cada vez haya menos bautizos, menos primeras comuniones, menos bodas religiosas, menos gente en las misas, menos extremaunciones, menos funerales con misas de difuntos que son muy bonitas y conducen a los fallecidos hasta el cielo, junto a Dios, los ángeles y los santos.

Casi nada es igual ahora que en tiempos de Jaime I el Conquistador, entre otras cosas el rey. Aquél reinó y gobernó bien, con leyes justas y respetando Los Fueros, ‘Els Furs’, que él mismo otorgó al Reino de Valencia dentro de la Corona de Aragón y que algunos juristas reivindican para nuestra autonomía. Yo, más humildemente, reivindicaría para el rey, en la Constitución, alguna competencia más, y para nosotros, los ciudadanos del montón, más respeto a los derechos fundamentales y una vuelta de la sociedad a los grandes valores del ser humano, entre ellos los religiosos, con la absoluta convicción de que éstos nos ayudarán a ser mejoras ciudadanos. Creo que Jaime I fue un gran rey, un gran hombre y un gran cristiano que nos deja en ridículo a sus descendientes.

Ramón Gómez Carrión

Periodista.

4 Comments

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  • Siempre aprendo de usted, maestro,
    en esta ocasión del poder de la fé
    (fidelidad a lo invisible o valentía e inteligencia supra consciente, si alguien desea asemejarla a estos dones)
    y, ante todo, creencia en la humanidad y la bondad…
    Gracias, don Ramón Gómez Carrión

  • Buen artículo, Ramón.
    Presentas muy bien a Jaime I haciendo una buen introducción poniendo en antecedentes al monarca y llevándolo a tu terreno (que dominas a la perfección) mostrando su devoción cristiana.
    Un abrazo.