Está tan llena de fabulosos misterios la religión católica que no me explico que no tenga más seguidores, desgracia que atribuyo a un triste y penoso desconocimiento. Una vez más se confirma esta sentencia latina: “Nihil volitum quin praecognitum” (“Nada es querido que no sea previamente conocido”). La descristianización de Europa y de todo Occidente se inició con la Revolución Francesa y se consumó con la Revolución Rusa y la expansión del comunismo por todo el orbe terráqueo, una filosofía anuladora de los valores del hombre, no sólo como individuo libre sino como pieza sagrada del tejido social. La persecución de comunistas y nazis (el nazismo tiene raíces socialistas) contra el cristianismo merece tratamiento exclusivo que dejamos para otra ocasión.
Está en juego permanente la dignidad del ser humano que, con el monoteísmo judío, no sólo era la cumbre de la creación, sino que estaba hecho a imagen y semejanza de Dios. Cuenta el Génesis cómo Dios creó a Adán y Eva y cómo pecaron usando mal la libertad, desobedeciendo al creador que les había prohibido comer la fruta de un árbol. Y con el paso del judaísmo al cristianismo se operó un doble milagro: Dios, la segunda persona de la Trinidad, se hizo hombre y el hombre fue elevado a categoría de hermano de Jesucristo y, por tanto, hijo de Dios y heredero de su gloria. La historia del hombre sobre la tierra se cuenta dividida en ‘antes de Cristo’ y después de Cristo’. ¿No es esto fabuloso?
Dicen los teólogos que el pecado de Adán y Eva fue ‘infinito’ por razón del ofendido y se necesitaba una reparación ‘infinita’ para restablecer las relaciones entre Dios y los hombres. Esa es la explicación del misterio de que Dios Hijo se haga hombre, que muera en la cruz y redima al género humano. ¿No es genial? Y se hizo hombre en el seno de María, la Virgen Madre, como habían anunciado los profetas del Antiguo Testamento. Madre de Jesucristo, Dios y hombre verdadero, madre de Dios y madre nuestra. ¿Qué nos parece?
Antes de la pasión y muerte del Viernes Santo, en la santa cena del Jueves Santo, Jesús instituyó la eucaristía, un hecho prodigioso que sólo se le pudo ocurrir a Dios. Se iba a ir Jesús al Cielo tras la resurrección, pero se las ingenió para quedarse, a la vez, entre nosotros bajo las especies de pan y de vino y les dio poder a sus apóstoles —los hizo sacerdotes, otros Cristos— para convertir el pan y el vino en el cuerpo y la sangre del mismo Jesucristo, pronunciando las palabras de la consagración, las mismas que usó Él para el milagro de la transustanciación. La sustancia de pan se convierte en el cuerpo de Cristo y el vino, en su sangre. Hecho portentoso que, para los que tengan dudas, puede constatarse acudiendo a Internet y leyendo ‘milagros eucarísticos’, hechos inexplicables según estudios científicos que los lectores pueden consultar. Merece la pena buscar un hueco en el tiempo que dedicamos a navegar por Internet.
En otra ocasión, según cuentan loa Evangelios, Jesús dio a sus apóstoles el poder de perdonar los pecados, sacramento de la penitencia, que ahora también se llama de la reconciliación: “A quienes perdonareis los pecados les serán perdonados”. Esa es la grandeza del sacerdocio y de la Iglesia, la institución que creó Jesús para que guardara sus enseñanzas hasta el fin de los tiempos, dejando como custodios de su doctrina a san Pedro (“Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia… hasta el fin de los tiempos”), a los apóstoles y a los discípulos que les sucederían y que certificarían con sus vidas la fidelidad a las enseñanzas del mismo Dios hecho hombre, el que prometió la resurrección y la vida eterna en el Reino de los Cielos, reino que (lo dijo bien claro) no es de este mundo, reino que alimenta la esperanza de los cristianos y que acogerá también a todos los hombres de buena voluntad, de buenas obras y que no conocieron el Cristianismo. Los cristianos siguen muriendo en diversos países de África y Asia, asesinados por su fe.
El cristianismo no es excluyente y los pecadores tienen las puertas de la Iglesia abiertas y un Dios misericordioso, siempre con los brazos abiertos como el padre del hijo pródigo. Jesús predicó estas palabras: “Hay más alegría en el Cielo por un pecador que se convierte que por cien justos que hacen penitencia… Un mandamiento nuevo os doy, que os améis los unos a los otros como yo os he amado, hasta la muerte… Amad también a vuestros enemigos, porque si sólo amáis a los que os aman, ¿qué mérito tenéis?” En la cruz, antes de morir, la primera de las denominadas ‘Siete Palabras’ (en realidad siete breves frases) fue ésta: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”. De las otras seis podríamos hablar otra semana. Los Evangelios, como los demás libros de la Biblia, están llenos de maravillas humanas y divinas para ayudarnos a los seres humanos a ser más humanos y divinos. No somos animales que viven sólo de sus instintos. Con todo el respeto y cariño hacia los animales, los humanos estamos hechos para cosas más altas, aunque algunos se empeñen en ser demonios. Allá ellos. Los demás tenemos derecho a vivir como hermanos, hermanos con Cristo y herederos de la gloria, que es el reino que no es de este mundo. Genialidades del cristianismo.
Gracias por tu artículo. Es un «genial» relato de paz cristiana.