Donald Trump ha ganado las elecciones presidenciales americanas. Bravucón, misógino, racista, xenófobo, populista… calificativos que se ha ganado a pulso en los diferentes análisis y artículos de los medios de comunicación a merced de los mensajes que ha ido diseminando durante toda la campaña. Mientras, su contrincante Hillary Clinton, tenaz y experimentada profesional, avanzaba en las encuestas y la prensa hacía presagiar que haría historia como la primera mujer presidenta de los Estados Unidos. Se equivocaron.
¿Cómo? ¿Por qué? Se preguntan los analistas, los votantes demócratas, y los espectadores de medio mundo que han seguido la carrera presidencial a través de los medios de comunicación, los mismos que asistieron con sorpresa a la irrupción de Trump como candidato republicano, con un discurso plagado de mensajes con alta carga de populismo apocalíptico.
Sin duda, el apoyo de las rotativas más influyentes de los Estados Unidos ha servido de poco para aupar a Hillary a la presidencia. Las redes sociales, entonces en ciernes, y que hace ocho años ayudaron a un desconocido Obama a llegar a la Casa Blanca, tampoco esta vez han funcionado. La gran masa de votantes indecisos, aquellos que ambos candidatos ambicionan para llevarse el gato al agua, han confiado más en Trump que en Clinton.
Con el fracaso de la campaña mediática de Clinton, queda demostrado el poco peso que hoy día tiene el “cuarto poder” en la población. Los medios de comunicación han perdido peso en la decisión del votante, y los tiros, en lo que a comunicación política se refiere, van por otros lados. Por lo menos en esta ocasión, en esta coyuntura, no han funcionado.
Los factores, diversos. En primer lugar, puede que la candidata demócrata no fuera la ideal. Demasiado vista, demasiado conocida, demasiado fría. En la era de la cultura audiovisual, del espectáculo, de la inmediatez viral, su imagen no ha funcionado. El factor espejo del candidato político no ha devuelto al elector a su presidenta ideal. Sin duda, su tenacidad la distingue, si bien a la vez la dota de una frialdad que la separa del resto de los mortales. Ya en su día no dio pie al espectáculo con el “lebinsky gate”, cuando era Primera Dama, y el pasado jueves se esperó seis horas a comparecer a los medios y reconocer su derrota, por primera vez en la historia de las elecciones americanas; tiempo muerto, no quiso improvisar un discurso que tal vez no llevaba bien preparado. Tampoco le sirvió el apoyo de la farándula, tradicionalmente demócrata, aunque está vez lo hizo con la boca pequeña, muy diferente de aquel video viral de la campaña de Obama de hace ocho años. Springsteen cantó, pero su voz no llegó a los obreros de Ohio, y Jennifer López le bailó, pero tampoco convenció a todos los hispanos. El triste concierto improvisado de Madonna en la noche previa a la electoral parecía un presagio, y sólo faltó la negativa de Susan Sarandon…La puntilla la puso el FBI, que nada ayudó despertando el lado oscuro de una Hillary hierática y encerrada en sí misma.
En el otro bando, Donald Trump, la otra cara de la moneda. Millonario empresario, histriónico, no proviene del stablisment intelectual de Clinton, vecina hace mucho tiempo de las élites americanas. ¿Cómo ha llegado entonces al corazón de los americanos indecisos? Su populismo, encerrado en la frase de su ya mítica gorra roja: “make America great again”, -“hagamos una América grande de nuevo”- lo dice todo. Su puesta en escena, impecable para llegar a su objetivo: él solo ante el peligro, si nadie, sin escenarios modernos ni transgresores, solo, arropado únicamente por la bandera americana, muchas banderas americanas, y su gorra roja que, si bien chirriaba con su traje impecable de magnate, lo aterrizaba en los problemas y desvelos de las clases trabajadoras americanas cuyo día a día no ha cambiado en los ocho años de gobierno demócrata. Y mira, a veces los magnates también se ponen una gorra y son como nosotros…El llanero solitario de los áridos caminos de la política, siempre por detrás en las encuestas, ha cumplido con el paradigma del “hombre hecho a sí mismo” del sueño americano –ojo, en terreno político, en el económico es heredero de una gran fortuna- y ha llegado donde quería llegar.
Podríamos decir que, en términos generales, ha vencido el miedo y el populismo de la nostalgia de una América que no existe ni existirá, pero cuya promesa ha funcionado. Trump se ha llevado el voto blanco, incluidas las mujeres, de la américa rural, y el del jubilado que goza de un retiro dorado en Florida. Mientras, Hilary, a pesar del apoyo tradicionalmente demócrata, no ha tenido el empuje ni el carisma de Obama para unir en un solo bloque a hispanos y afroamericanos, que también presentan sus diferencias. El hecho de que fuera mujer era un tanto diferenciador a su favor, pero no ha sido suficiente. Michelle, tienes cuatro -u ocho- años para prepararte.
¿Cumplirá con su programa político y despachará a sin papeles, levantará muros y rezará hasta el final su mantra de “América para los americanos”? Habrá que verlo, acaba de llegar y en su discurso de agradecimiento tras los resultados bajó mucho el tono bronco de los anteriores mítines en una puesta en escena bastante triste para ser de un ganador, presagio de lo que puede llegar: solo acompañado por su hijo –el tradicional heredero, el futuro-, un casi niño con cara de circunstancias al que poco se dirigió, sin ninguna mujer a su lado. Al finalizar el discurso, por fin entraron en un desigual desfile con su esposa a la cabeza, bella y callada, el resto de féminas del clan con sus descendientes. Mientras, habrá que esperar si los demócratas abatidos cumplen su promesa y se exilian a Canadá, que no a México…será por el frío?
Comentar