Mientras escribo este artículo conocemos la noticia de que los bomberos consiguieron durante la noche del viernes perimetrar el incendio de Ibi, en la parte de Solana del Parque Natural de la Font Roja. Durante la tarde, las llamas llegaron a la cresta de la sierra y amenazaron la parte alcoyana, la umbría boscosa donde se encuentra la mayor riqueza forestal y de fauna de este espacio patrimonio de todos nosotros. Hemos pasado una noche con el cor en un puny, angustiados y preocupados por lo que podía haber acontecido si los medios aplicados no hubieran tenido los resultados positivos que deseábamos. El susto inicial ha ido desapareciendo, aunque el riesgo de una reanimación de alguno de los frentes sigue estando latente. Hay que felicitar, en primer lugar, a los medios humanos, terrestres y aéreos, que han conseguido la proeza.
Tiempo habrá para saber el origen de las llamas, localizadas en un centro concreto de la sierra, el Cenáculo, una comunidad dedicada a la reinserción de jóvenes y adultos que piden ayuda ante adicciones. Ahora es el momento de centrarse en la finalización del incendio y en la recuperación de la superficie dañada, unas 200 hectáreas. Del mismo modo, tendrán que revisarse los protocolos de actuación, si han sido los mejores, con la crítica por el retraso en solicitar la actuación de la UME (Unidad Militar de Emergencias) y la reacción de nuestros gobernantes. Pero sobre todo habrá que tomar conciencia de las consecuencias del cambio climático que algunos se esfuerzan en negar: un Mediterráneo cada vez más cálido que actúa de bomba incendiaria, tanto en episodios de calor y de viento extremo, como los vividos estos días, como en situaciones de lluvia, como los del pasado octubre en las comarcas vecinas de Valencia. Asistimos impasibles al desarrollo del negacionismo como estrategia política. Algunos líderes, vinculados con la extrema derecha, usan este posicionamiento para conectar con sectores de la población que se sienten amenazados por la transición ecológica. Diversos lobbies de pensamiento han sembrado dudas sobre el consenso científico mediante grupos de reflexión (los llamados think tank), medios afines o influencers políticos. Se aprovechan de la base psicológica del ser humano, preparado para responder a amenazas inmediatas, pero no para problemas lentos y globales. Aceptar esta realidad presente y futura representaría cambiar nuestro estilo de vida o afrontar una realidad inquietante. Así, hemos llegado a escuchar frases como la de Donald Trump, afirmando que «el concepto de calentamiento global fue creado por la China para provocar que la industria norteamericana no sea competitiva» (2012). Con afirmaciones como esta, cuesta entender cómo algunos movimientos políticos europeos sigan defendiendo el pensamiento o las proclamas del actual presidente norteamericano.
Más allá de las consecuencias obvias del calentamiento del planeta, habrá que revisar también las políticas preventivas de los incendios forestales. Seguimos sin tener unas políticas preventivas básicas que se desarrollen durante todo el año en nuestros bosques. Necesitamos una gestión forestal activa y continua, con la limpieza controlada del sotobosque, la creación de franjas de seguridad en zonas próximas a urbanizaciones o infraestructuras críticas, el mantenimiento y apertura de caminos forestales que faciliten el acceso de los equipos de emergencia, así como una repoblación estratégica con especies menos inflamables y más resistentes a la sequía. Otras iniciativas podrían ser el impulso de la ganadería extensiva de cabras y ovejas que reduzcan el combustible vegetal en zonas forestales e incentivar el cultivo en campos en desuso para romper la continuidad del bosque y actuar como cortafuegos natural. Serían necesarias, pues, ayudas para la agricultura de montaña o de secano tradicional, compatible con la conservación. Finalmente, son fundamentales unas campañas educativas y de sensibilización de la ciudadanía que fomente su implicación, al mismo tiempo que el desarrollo de una mejora tecnológica y de vigilancia. Habría que aprovechar el desarrollo de la Inteligencia Artificial para detectar zonas de riesgo elevado según el clima, la pendiente o la cubierta vegetal, o de aplicaciones que permitan a la ciudadanía avisar del humo, fuego o conductas negligentes. Del mismo modo, hay que llevar a cabo una limpieza integral de nuestros bosques en el otoño y el invierno que prepare el terreno frente a posibles incendios.
Hay que pasar, pues, de un modelo reactivo y estacional a un modelo proactivo, sostenible y anual, donde la prevención es parte de la gestión territorial y económica del medio rural. Como se dice en atención sanitaria, prevenir antes que curar. Porque la realidad de nuestros gobiernos no parece tener en cuenta esta situación, dedicando solo los esfuerzos cuando se desata un incendio. Negar la realidad es fracasar como sociedad. De lo contrario, seguiremos viviendo con el cor en un puny cada vez que un desastre natural, por acción humana o no, vuelva a aparecer. Es cuestión de responsabilidad y de sentido común.












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