Una publicación de la Asociación de Periodistas de la Provincia de Alicante

Palabreando

Disneylando

Diseneyland París- Fotografía de www.depositphotos.com.

No, no estuve en Hogueras en Alicante, no pude disfrutar de esa maravillosa fiesta alicantina donde al final no se quemaron las portadas de las barracas pero sí contenedores en las calles, donde no se pudo festejar en las playas de la ciudad la noche de San Juan, pero sí en Muchavista, en Campello, porque Barcala, según he leído, tan sólo pegó fuego a la portada de su barraca. Entiendo que lo de decir que no es tradición lo de las playas pues, sinceramente, creo que no es de aquí, porque uno que tiene casi 55 años y recuerda toda la vida esa tradición.

Abandono mi causa con los patinetes del alcalde porque parece ser que, supuestamente, está mucho más por su propia labor, aunque sale muy guapo en las fotos de las barracas. Mira que he coincidido personalmente con él y es, aparentemente, bastante asequible y cercano, pero quizá, Alicante y sus costumbres no son lo mismo que Alicante y su política; las costumbres permanecen, la política y los políticos pues, con el tiempo, desaparecen. Es lo que hay. Yo le digo a mis alumnos y alumnas que los contenidos están bien, que aprender es lo fundamental, pero que cuando pasen veinte años y me los cruce por la calle no recordaré si aprobaron o no el examen del ciclo del agua, que recordaré cómo eran, que eso es lo importante, la esencia de cada uno.

Lo dicho, que no estuve en Hogueras porque viajé a Eurodisney. Mi mujer planeó un viaje sorpresa para su hija por las notas, y, claro, uno va en el paquete con toda la ilusión del mundo deseando ver las atracciones de Star Wars «que la fuerza me acompañase» y esperando que en ningún momento hubiese cambiado de paternidad. Que no me llamo Luke, pero todo el mundo se equivoca y me llama Hugo y a ver si, ahora, a mi edad, va y descubro en París que mi padre es Darth Vader. Mi padre, el de aquí, destaparía una botella de champán y hasta lo celebraría porque uno es pesado de nacimiento y quitarse un peso de encima y más de este calibre —he engordado—, no tiene precio.

Lo escrito a partir de ahora lo cuenta una persona con vértigos y respeto a los vuelos que no sean rasantes y en los que no vaya uno mismo. Es decir, no, no me gusta volar porque no soy Superman, pero es que si lo fuera sería un Superman con vértigo y eso ya supondría un problema para salvar cualquier planeta que no pasara de Mutxamel, San Juan pueblo o algo que no tuviera mucho cambio de rasante. Si podemos evitar las autovías para salvar el mundo sería todo un detalle. Aviso para atacantes del planeta Tierra rollo Alicante: mejor centraos como siempre en grandes urbes, que Trump seguro que os pone en vuestro lugar con algún tipo de arancel extraterrestre o algo parecido.

Lo dicho, aeropuerto de Alicante, bueno, que es de Elche, por los taxis, porque la peña no dejaba de preguntar. Lo más, no hay otro mejor. A ver, uno tampoco ha viajado mucho, pasas todos los controles con un respeto y un saber hacer que lo flipas. Entras en la zona de embarque y hay más tiendas que en la milla de oro de Maisonnave. —Aprovecho e invito a hacer turismo por esa zona y descongestionar el centro—. Ahí se vende de todo, lo mismo que en cualquier supermercado pero, eso sí, el triple de caro. Ahí te sientes como que con dos euros, como no bebas a morro del grifo del baño y los tires (los euros) como en la Fontana de Trevi, pues como que no es agua. Todo es megacaro, pero es megacaro porque lo puedes subir al avión y llevarlo fuera. Hay gente que hizo gárgaras todo el viaje para poder beber gratis en el vuelo. La picaresca española no tiene precio y menos, pasado el control.

Imagen generada con ChatGPT.

El vuelo en sí mismo —el de ida, que luego vendrá el otro—, es una hazaña; obviando lo del rollo de las maletas, las que facturas, las que llevas en el avión, las mochilas, o lo que sea, que me da igual. Para una persona como yo que, bueno, si Dios no nos dio ni alas ni wifi y si el azafato ya dice que pongas el modo avión y hay peña que no lo hace, ¿por qué no quitan cualquier tipo de wifi en el vuelo de manera automática? Porque yo vi a la peña que iba escribiendo mientras el aparato despegaba y, claro, yo tengo el modo avión para no morir de aquí a ver a Mickey Mouse, a ver si la voy a palmar por un idiota que se salta las reglas y el aparato va a explotar pensando en Campanilla, Dumbo, Pinocho y si el color rojo del baño se pone en verde porque me estoy haciendo pis prostático y aún no podemos quitarnos los cinturones. Sería un fin de película de humor.

Llegas al hotel, uno de los que está fuera del recinto porque el de dentro vale un potosí, que diría mi abuela, para lo mismo, que es dormir. Pero que está todo bien coordinado. De hecho, pasa un autobús cada diez minutos para llevarte a tiempo, no sea que te pierdas una cola de atracción de más de hora y media (una se rompió justo después de más de dos horas de espera sin devolución de nada, por supuesto). Ese paseo por el bus ya puedes tomarlo como una atracción en sí misma porque te podría sorprender la peña maleducada que hay. Y lo más triste es que los más maleducados somos los españoles. Había un matrimonio con dos hijos pequeños en el bus y un crío que sería de quinto grado sentado ocupando con sus dos piernas dos asientos sin dejar que se sentaran los pequeños mientras sus padres pasaban de todo. La tiranía infantil está a la orden del día. El que nace idiota muere idiota y pasa madurando su idiotez toda la vida.

Bueno, ya en el campo de batalla todo es genial, con sus desfiles, sus colas, sus tiendas cobrando por una camiseta el quíntuple que la misma en Shein. Pero como estás ahí, pues como que si no compras algo, pues como que te falta algo. Que pudiendo comprar una gorra o un muñeco por 35 euros en pleno directo y no lo haces, pues como que has perdido la oportunidad de tu vida parisina. Que también hay colas para comprar. El parque, en verdad, es espectacular. Ahora que una botella de agua que sabe a reciclada te cuesta casi tres euros y sólo se vende cerveza en los restaurantes, a media de 8 euros, pues ya se comprende que luego lleguen a nuestra Costablancadisney y que se vayan a Mercadona y por 35 céntimos se pillen botes de cerveza sin sirope de glucosa. Con diez euros, media vida de alcohol, se pueden poner como el culo y acabar pensando que saltar de balcón a balconcillo es como ir a un parque de atracciones. Lo dicho, España es diferente y mucho mejor.

Por cierto, ir a comprar un par de hamburguesas y una caja de nuggets y que te claven casi 60 euros pues bueno, que sí, que estás en París, la ciudad del amor y todo eso, pero es que hay que regresar y seguir viviendo, que todavía queda mes para comer y vivir.

Lo cierto es que la gente es espectacular, te ayudan en todo. Pocos hablan español, aunque si en el Congreso piden pinganillos para escuchar personajillos que pueden entender castellano, no te vengas arriba y pidas que te entiendan si eres catalán o vasco. Que te haces el longuis con el español y al final acabarás hablando inglés o francés o, si das con algún español, pues genial, pero sin pinganillo, por supuesto. Y seguro que no te vas y pones alguna queja porque no se habla tu idioma o lengua oficial. Tampoco hay traductores que hablen el idioma que se habla metido en un maletero.

Lo del trato a las minusvalías lo llevan genial, está todo adaptado, no hay problema para que todo el mundo pueda subir a las atracciones, por cierto muy bien indicadas, con un panel de instrucciones. Antes de subir, que si tienes esto o lo otro, te lo ahorres, y la peña la verdad es respetuosa. Quizá las colas para comer son tan largas como para subir a las atracciones y puedes pasarte más de una hora y media esperando, pero bueno, yo no soy de ir a parques de esta índole y no sé si en Port Aventura, o en la Warner sucede lo mismo, El hecho de no vender, ni beber alcohol salvo a la hora de la comida, en los restaurantes y con menú, está genial (sin comida no hay alcohol). En los puestos nada de nada, porque “no queremos ver gente bebida con niños”. Lo cierto es que el espectáculo y la estancia son tan mágicos como prometen, también es que el tiempo acompañó y, como sucede aquí, si te vienes a Alicante y te sale malo, como que no es lo mismo.

La vuelta pues también espectacular. El vuelo buenísimo, salvo dos personajes que no apagaban los móviles y una familia que la lió parda en el embarque por una maleta y que, al final, se quedaron en tierra y no volvieron con nosotros porque empezaron a gritar y pensamos que no se fiarían de que la liaran en el vuelo. Tan sólo lo era por una maleta que pesaba más de lo normal, pero al final las formas son las formas.

La tripulación de mil y la llegada a Alicante un 23 de junio de madrugada pues imagínate, cola para coger un taxi y todo ese rollo, pero todo con una sonrisa. Y yo dándole vueltas si llevo genes Jedi.

Por cierto, y me permitirán esta romántica licencia escrita pues mi esposa cumplió años la misma noche de San Juan. “En ocasiones hay fuego y llama que tanto enciende la pasión como produce calma”.

En la ida coincidimos con la gran autora Noelia Vicente Selfa cuyo libro, Cuatro por Cuatro, no deja de cosechar éxitos allá donde lo presenta, por lo que fue un viaje completo a todos los niveles culturales. Las canciones de Mary Poppins sonaban con un poco de azúcar. Lo dicho, recomendable para todos los públicos, eso sí, con paciencia por las colas, pero que la espera merece la pena.

Canción, cualquiera de Mary Poppins.

Libro, Cuatro por Cuatro, de Noelia Vicente Selfa.

En fin, que ustedes lo lean, lo pasen y  lo paseen bien.

Bruno Francés Giménez

Escritor de serie B.

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