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De la final entre dos marcianos, el murciano fue el mejor

Fuente: YouTube House of Highlights.

París, 8 de junio de 2025. Roland Garros ha vivido hoy una de las jornadas más memorables de su historia. Carlos Alcaraz ha derrotado a Jannik Sinner en una final legendaria que se extenderá por generaciones en la memoria de los aficionados. Más de cinco horas de combate, cinco sets vibrantes, tres bolas de partido salvadas… y una sensación unánime: hemos asistido al mejor partido que se haya jugado nunca sobre la tierra batida de París.

Dos personalidades totalmente distintas se dieron cita hoy en este duelo inolvidable. De un lado, Jannik Sinner, el marciano de hielo. Un portento físico, técnico, preciso, que recorrió cada centímetro de la pista sin apenas expresar una sola emoción. La procesión, probablemente, iba por dentro, pero su rostro fue una máscara durante todo el encuentro. Enfrente, un murciano que rebosaba pasión, que jugaba con el alma en cada punto. Carlos Alcaraz no solo disputó el partido: lo vivió. Lo gritó, lo lloró, lo sintió. Y supo contagiar a la grada con esa electricidad que lo convierte en un jugador diferente.

Cuando todo parecía perdido, tres horas antes del final, con el marcador en contra y las piernas al límite, Alcaraz levantó un partido imposible. Con su energía desbordante y una conexión total con el público, fue capaz de cambiar el destino de la final. La Chatrier se transformó en un hervidero murciano, rugiendo cada punto, empujando cada juego, llevándolo en volandas hacia la gloria.

Lo que ocurrió hoy no fue solo un enfrentamiento deportivo, fue una batalla emocional y mental. Intercambios larguísimos, dejadas quirúrgicas, reveses paralelos imposibles y un dramatismo que ni el mejor guion de Hollywood habría imaginado. Fue un duelo que exigió no solo tenis, sino alma y todo ello además con una exquisita deportividad de los dos contendientes que además ya son amigos.

Sinner, pese a la derrota, firmó una actuación mayúscula. Jugó como un campeón. Pero enfrente tuvo a un Alcaraz desatado, heroico, convertido en leyenda.

El italiano dominó los dos primeros sets, tuvo el partido al borde del cierre en el cuarto, incluso disfrutó de tres bolas de partido. Pero Alcaraz, en un ejercicio de fe y resistencia física y mental, resucitó una y otra vez. Con golpes imposibles, subidas a la red valientes y una actitud de guerrero indomable, logró remontar, forzar el quinto set y rematar la obra maestra en el super-tiebreak.

Lo vivido hoy no fue solo un partido. Fue una epopeya moderna. Un espectáculo que trascendió el deporte y se instaló en la memoria colectiva de millones de aficionados. Los intercambios, de más de 30 golpes; las dejadas milimétricas; los puntos que desafiaban las leyes del cuerpo humano… Todo ocurrió a un nivel técnico y emocional pocas veces visto.

Alcaraz no solo defendió su corona en París: se consagró como el heredero definitivo del trono de Rafa Nadal. Se convirtió en el nuevo rey de la tierra batida. Con apenas 22 años, lo ha ganado todo, pero lo que hizo hoy fue otra cosa: escribir su nombre en la historia con tinta dorada.

Con esta victoria, Carlos Alcaraz revalida su título en Roland Garros y se consolida como el nuevo rey de la tierra batida. Ya no hay dudas. Hoy, el murciano ha escrito su nombre junto al de Nadal, no solo por lo que ha ganado, sino por cómo lo ha ganado.

De los dos marcianos que disputaron la final, sin duda el murciano fue el mejor de ellos. Y el tenis vivió, quizá, su día más grande.

Pedro Pujalte

Eldense apasionado.

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