Una publicación de la Asociación de Periodistas de la Provincia de Alicante

Caminando con la historia

Cuando el tiempo se detiene en La Mancha

Plaza de España de Tomelloso. Fotografía de Carlos de la Osa (Fuente: Wikimedia).

Mientras el mundo se lamenta por la pérdida de la magia de las costas, ahogadas en masificación y aguas cálidas, yo me aferro a otro tipo de eternidad, la de los veranos en Tomelloso donde el tiempo no avanza con la tiranía de los relojes, sino con el ritmo pausado de los atardeceres manchegos. Aquí, entre viñedos infinitos y calles llenas de recuerdos que guardan el eco de las bicicletas y risas de antaño, el verano no es una estación, sino un estado del alma.

No necesito mar para sentir que la vida es grande. En Tomelloso, el horizonte se quiebra en líneas de tierra y cielos azules, tan intensos que parecen pintados por un dios con prisa por demostrar su obra maestra. El calor no es un enemigo, sino un viejo conocido que te recibe con un abrazo fuerte, como esos que dan los amigos de toda la vida cuando vuelves al pueblo después de años. Las mañanas en la puerta de las casas, entre abuelos, tíos  y vecinos, la magia comienza temprano. A las ocho, cuando el sol todavía no ha alcanzado su furia, y mi abuela habla de ir a la tahona de la calle don Víctor, cerca de la plaza de toros de nuestra calle Cadarso, comenzaba esa puesta de largo de las tertulias matutinas con mi amado abuelo.

Hay hombres que llevan su tierra tatuada en el alma. Mi abuelo fue uno de ellos. Salir de Tomelloso en la mitad de los años sesenta no fue una elección, sino una necesidad. Como tantos otros, partió hacia Madrid con unas maletas y una promesa: dar a sus hijos lo que el pueblo no podía ofrecer. En Madrid, mi abuelo construyó una vida pero nunca dejó de ser El Manchego, con sus cajas de herramientas llenas porque todo era importante y no se tiraba nada a la ligera por si te podía servir en un momento dado, aunque ese momento nunca llegase. En la ciudad, hablaba poco. Pero en Tomelloso, bajo la parra de la casa familiar, se transformaba. Allí, entre amigos del pueblo ahora con canas y arrugas, recuperaba las historias de juventud.

Él me enseñó que la sabiduría no está en los libros, sino en el ciclo de las cosechas. Que el respeto se gana con la palabra dada, no con papeles. Y que el tiempo no se mide en relojes, sino en lunas y siembras. En Madrid yo corría, en Tomelloso, respiro. Pero por más que la capital le dio trabajo, techo y futuro, nunca le quitó ese hueco en el pecho que solo se llenaba al pisar de nuevo la tierra manchega. Yo todavía disfruto y me acerco sigilosamente a los abuelos, sentados en bancos de madera, que discuten sobre el tiempo, la cosecha y los partidos de fútbol de antaño.

Casa típica manchega en Tomellos. Fotografía de Josemanuel (Fuente: Wikimedia).

Hoy, cuando piso las calles de Tomelloso, siento su presencia en cada rincón. En el olor a tierra mojada después de que regase el patio, en el eco de las campanas de la iglesia, en ese silencio cómplice que solo existe donde la gente se conoce de toda la vida.

No hace falta mar para sentir eternidad. Mi abuelo lo sabía, la verdadera eternidad está en los pueblos que nos esperan igual que los dejamos, en esa mesa puesta para el que vuelve, aunque tarde cincuenta años. Tomelloso no es un lugar en el mapa, es el latido que sigue sonando cuando todo lo demás calla. ¡Qué bonito es acercarte a la panadería y que te conozcan por tu nombre, ¿verdad?!, y me regalan frases como «¿Cuándo te vas esta vez?». Como si supieran que, aunque me vaya, siempre vuelvo.

A mediodía, el pueblo se adormece (la siesta castellana). Las persianas se cierran y las calles quedan en silencio, rotas solo por el estridente de alguna moto a escape libre. En La Mancha, las familias se reúnen alrededor de una mesa con platos sencillos pero llenos de amor, migas con uva, pisto manchego, un queso fresco de la tierra. Y así, entre anécdotas y carcajadas, las horas pasan sin que nadie las cuente. Por la tarde, cuando el sol empieza a ceder, las calles comienzan a llenarse de vida nuevamente. Yo me siento en uno de los bancos frente a la plaza de toros donde algunas cosas no cambian, y eso es un consuelo en un mundo que va demasiado rápido. Pero el verdadero corazón del verano late por la noche. Cuando el calor se hace más llevadero y las calles se llenan de murmullos. Las terrazas de los bares se animan con grupos de amigos que comparten cervezas bien frías. Y cuando la madrugada avanza, camino de vuelta a casa bajo un cielo estrellado que parece más grande aquí que en ningún otro sitio. No hay contaminación lumínica que opaque su brillo, ni ruido que ahogue el canto de los grillos. Solo paz. Solo Tomelloso.

No necesito que el mar sea eterno. Yo tengo mi Tomelloso, donde los días no se miden en horas, sino en momentos que se graban en el alma. Donde la gente te llama por tu nombre aunque hayas estado años fuera. Donde cada esquina, cada aroma, cada risa compartida, es un recordatorio de que hay lugares en los que el tiempo no se escapa, sino que se queda.

Mientras el mundo corre, aquí, en el corazón de La Mancha, el verano nunca termina. Porque Tomelloso no es solo un pueblo. Es un refugio de eternidad.

Jorge Monreal

Natural de Madrid y dianense de adopción, estudié Educación Física (INEF) y toda mi vida ha estado vinculada a la nutrición y alimentación para el alto rendimiento deportivo, aunque mi vocación siempre fue el periodismo, así que con la ayuda de la Universidad de Barcelona logré tener el grado de comunicación además de otros estudios paralelos como Máster de Comunicación Empresarial y Corporativa en la Universidad Isabel I, un posgrado en Publicidad y Relaciones Públicas y un MBA en una escuela de negocios en Florida.

Lo importante es que soy una esponja para el periodismo y su historia, presente y posibles escenarios de futuro. Formar parte de la familia periodística y más concretamente de la APPA ha sido un verdadero honor al que espero poder contribuir engrandeciendo la Asociación y buscando un futuro próspero como profesionales y comunicadores, aunque tenemos que reconocer que en España nos queda un gran trabajo.

1 Comment

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  • Creo que muy pronto te harán ‘Hijo adoptivo de Tomelloso’ y tendrás que añadir el gentilicio ‘tomellosero’ a tu ‘natural de Madrid y dianense de adopción’. Un abrazo.