En el campus de Universidad de Alicante (UA) se vivió hace pocos días una escena que me produjo vergüenza, indignación y profunda tristeza. Un grupo organizado encabezado por el agitador ultra Vito Quiles irrumpió —sin solicitud formal de espacio para charla y, según la Universidad, sin autorización— en los espacios públicos del campus de Sant Vicent del Raspeig. Allí desplegaron simbología preconstitucional, totalitaria, y vociferaron discursos de odio ante alumnado de diversas procedencias. La respuesta oficial fue un amplio dispositivo policial que incluso incluyó cargas contra estudiantes. Esta imagen, la de jóvenes universitarios acosados por ideas autoritarias, policías cargando en un espacio académico, un agitador que busca su minuto de gloria viral a costa del régimen democrático, es la punta de un iceberg preocupante: el ascenso de los “agitadores de la prensa”, personas con escasa formación que utilizan las redes sociales como altavoz para bulos, informaciones sesgadas y consignas populistas. Su modus operandi: vestirse de comunicador o influencer, agredir la base de la democracia bajo la apariencia de libre expresión y convertir los medios y espacios públicos en escenarios de provocación.
El caso Vito Quiles no es una excepción: funciona como laboratorio de esa estrategia que denuncian los medios y expertos. Su presencia en espacios universitarios de nuestro país, con el aviso a la policía antidisturbios facilitada por sus responsables, la exaltación de símbolos totalitarios y la utilización de estudiantes como público para viralizar el acto, plantea una pregunta urgente: ¿cómo frenamos este tipo de agitadores que agreden la democracia? El fenómeno no es nuevo, pero adquiere nueva dimensión con las redes sociales. Personas sin formación periodística, activistas ultraconservadores o populistas, se acreditan como “medios” o aprovechan credenciales laxas para acceder al congreso, ruedas de prensa o instituciones diversas, como denuncian los profesionales. Un estudio de 2018 publicado por la norteamericana Cornell University sobre el funcionamiento de las redes sociales advierte que la exposición a contenido negativo, polarizado y manipulativo proliferado por bots o activismos digitalizados genera efectos graves de radicalización. En nuestro país, en el Congreso de los Diputados se han registrado boicots y tácticas de los llamados agitadores de prensa, como el mismo Vito Quiles, para interrumpir ruedas de prensa y hostigar a periodistas profesionales. Esto supone que la línea entre información, propaganda y espectáculo se difumina peligrosamente.
Volviendo al campus de la UA: que jóvenes se enfrenten a simbología franquista o neonazi, que personal de seguridad o policía acabe cargando en un recinto académico, me retrotrae a los años 70, y me produce una pena infinita. La universidad es un espacio de libre discusión, pensamiento crítico y diversidad, por lo que no puede permitirse convertirse en altavoz de agitadores que acuden sin permiso, generan tensión, viralizan su espectáculo y luego se van. ¿Dónde estaba la coordinación de la empresa de seguridad del campus? ¿Por qué no se controló el acceso a la universidad frente a una convocatoria que corría por las redes? ¿Por qué se acabó realizando parte del acto sin solicitud formal? ¿Y por qué la institución ha de cargar con un despliegue policial masivo por algo que debería haberse gestionado internamente con rigor? ¿Se sabía que iban a entrar 43 efectivos de la policía? Estos elementos no son menores: revelan una debilidad en los protocolos de defensa de la libertad académica frente al asalto del populismo.
Como sociedad, tenemos que reaccionar; reconocer el problema de la ofensiva contra el periodismo institucional y contra los valores democráticos. La prensa libre se ve atacada cuando los agitadores actúan impunemente. No basta con que la sociedad diga “qué asco” ante bulos; hay que reforzar los estándares de acreditación, el control de quién ejerce “periodismo” y sancionar comportamientos que no respeten la ética. Por su parte, las universidades deben tener protocolos claros para autorización de actos, control de simbología, seguridad privada supervisada por la institución, y evitar que solo la policía estatal cargue cuando el problema se ha gestado externamente. Al mismo tiempo, tenemos que educar a nuestros jóvenes en el uso de medios y de redes. Necesitamos programas educativos que enseñen a diferenciar entre periodismo serio y agitadores virales. Sin alfabetización digital, el futuro es de quienes manipulan.
Por lo que se refiere a los partidos políticos, es un acto de responsabilidad democrática exigir que estos excluyan y deslegitimen ese tipo de figuras de sus actos, listas o plataformas. Cuando los partidos políticos legitiman o no condenan a los agitadores, están colaborando con esa deriva. En definitiva, pues, tenemos que reaccionar y decir basta. Basta al espectáculo, basta a los bulos, basta a que los jóvenes se formen con discursos de odio en lugar de pensamiento crítico. Basta a que los agitadores encuentren en redes un altavoz sin control. Somos una sociedad democrática y como tal debemos responder: reforzando instituciones, exigiendo responsabilidades y recuperando la palabra periodismo para quienes la merecen. Porque si permitimos que el agrio ruido de los agitadores se convierta en rutina, estaremos minando la libertad. Y hacer que la libertad se convierta en rutina no es salvaguardarla, es profanarla. Siento pena. Tristeza por los estudiantes que vieron ese espectáculo en la UA y por las generaciones que podrían normalizarlo. Y rabia por quienes, con micrófono en mano y acreditación dudosa, agreden la base de la democracia: la prensa libre, la universidad abierta, el debate respetuoso.












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