Una publicación de la Asociación de Periodistas de la Provincia de Alicante

Contrastes

¡Que inventen ellos!

Sello conmemorativo en honor al inventor riojano Cosme García
Sello conmemorativo en honor al inventor riojano Cosme García
En esta ocasión Benjamín Llorens nos trae el recuerdo de la vida y obras del inventor riojano Cosme García, autor del primer submarino español y de otros muchos inventos que, de haberle apoyado el gobierno de la época, quizás otra sería la historia de nuestro país. Pero, como reza el dicho, «nadie es profeta en […]

En esta ocasión Benjamín Llorens nos trae el recuerdo de la vida y obras del inventor riojano Cosme García, autor del primer submarino español y de otros muchos inventos que, de haberle apoyado el gobierno de la época, quizás otra sería la historia de nuestro país. Pero, como reza el dicho, «nadie es profeta en su tierra» y el caso de Cosme García bien puede ilustralo. 

La histórica marginación en España de la ciencia y la tecnología se ha llegado a convertir en una especie de tópico o estereotipo nacional. Incluso dio origen a una larga polémica entre Unamuno y Ortega y Gasset, el primero más celtíbero, Ortega más europeísta. Eran los primeros años del siglo XX, España venía de una centuria con tres guerras carlistas, alguna que otra epidemia, una revolución (la Gloriosa) que derrocó temporalmente la monarquía y la pérdida total de las colonias de ultramar. Pues bien, en ese contexto tan desfavorable del XIX hubo tres españoles que fueron capaces de diseñar y poner en práctica tres proyectos distintos de nave sumergible. Para la época era tecnología punta en Europa, de primerísimo nivel. Si el país hubiese tenido una situación general más tranquila y favorable lo mismo inventan los cohetes espaciales. Pero, bromas aparte, el caso es que los tres submarinos quedaron en el olvido y no fue hasta 1915 cuando, mediante la Ley Miranda (sancionada por Alfonso XIII), se creó el Arma Submarina española. Naturalmente, comprando los sumergibles en el extranjero, a Estados Unidos (clase Holland, astilleros de Massachusetts) e Italia (fabricados por Fiat). Nada más y nada menos que 55 años antes, en el puerto de Alicante, se había probado con éxito la primera nave submarina española (*). Inventamos aquí y luego lo compramos fuera, una muestra más del proverbial ingenio español.

Viene esto a cuento de conocer mejor a uno de los inventores españoles del XIX más olvidados y desconocidos. El hombre que habría puesto a Alicante en el inexistente mapa tecnológico de la época: Cosme García Sáenz.

En mi etapa escolar no recuerdo haber oído hablar de él, pero sí de Peral o Monturiol como inventores del submarino español. El caso es que el primero en patentar el sumergible y realizar una demostración práctica fue Cosme, un año antes que Monturiol y casi 30 antes que Peral.

El inventor Cosme García era de mar adentro. Nació en Logroño allá por 1818. Ya desde chaval mostró un espíritu inquieto y pasión por los artilugios mecánicos. Su padre murió pronto, en 1833, como consecuencia de los ataques carlistas a Logroño. Cosme tenía 15 años y pasó a ejercer como cabeza de familia, haciéndose cargo de su madre y su hermano pequeño. Trabajó como aprendiz en una relojería, aprovechando el tiempo y su natural inquietud por saber para especializarse en todo tipo de mecanismos. En 1836, con 18 años recién cumplidos, se alistó en la Milicia Nacional Urbana, ejército de reserva de los liberales, y al año siguiente no tuvo más remedio que casarse con su embarazada novia, Úrsula Porres, madre de sus primeros cuatro hijos. Ya para entonces ejercía la profesión de «ebanista guitarrero», fabricando bandurrias y guitarras. Ahí también desarrolló gran capacidad de precisión, como requería el oficio.

 Siempre autodidacta, comenzó a interesarse por la imprenta y sus mecanismos, lo que a la larga le reportaría beneficios económicos. En 1854 Cosme hizo las maletas y, con toda su familia, se trasladó a Madrid, sentando sus reales en la calle Barquillo. Trabajó como impresor en varios periódicos de la capital y llegó a ser regente de la Imprenta Nacional, construyendo las máquinas de timbre de la Casa de la Moneda. Y casi sin ir a la escuela. En los documentos de un juicio por deudas que tuvo en su natal Logroño se conservan notas manuscritas atribuidas al inventor con evidentes faltas de ortografía, sin embargo hay constancia de que era un consumado concertista de violín.

En 1856 obtuvo tres «privilegios de invención», nombre que se daba entonces a las patentes. Registró una imprenta portátil con el nombre de «máquina tipográfica sin cintas» en la que se imprimió la primera gramática griega en España. De sus tiempos en la milicia nacional, Cosme conservó el interés por las armas y sus mecanismos. La «escopeta relámpago» fue otra de sus primeras patentes.

Aunque fracasó al principio, unos años más tarde perfeccionó el invento. Fue el padre del moderno fusil de repetición. Su patente definitiva la hizo en 1863, la escopeta resultante era capaz de realizar más de 3 mil disparos sin necesidad de limpieza. Un arma avanzada a su época, de la que -tras muchas dudas- se llegaron a fabricar 500 unidades, que durmieron el sueño de los justos hasta que durante la revolución de 1868 (la Gloriosa), un grupo de sublevados contra la monarquía se hizo con ellas y –paradójicamente- acabó utilizándolas contra quienes habían ordenado su fabricación. Luego desaparecieron.

Las patentes le costaron 3 mil reales al inventor español. Además de la imprenta portátil y la escopeta relámpago registró también una «máquina para toda clase de timbres en tinta» a la que hoy conocemos como matasellos. Fue el más exitoso de sus inventos. La Dirección General de Correos se lo compró y comenzó a utilizarlo de inmediato. A Cosme le reportó un dineral, 900.000 reales y un contrato para viajar por toda España enseñando el funcionamiento a los trabajadores de Correos.

En uno de estos desplazamientos llegó Cosme a Barcelona, era 1858, tenía 40 años y por primera vez en su vida veía el mar. Sin duda le impresionó y a raíz de esa visita el autodidacta inventor concibió la idea de su sumergible. Sólo dos años más tarde conseguía probar con éxito el primer submarino español en aguas del puerto de Alicante (*).

 Hubo en la época cierta polémica sobre la autoría del primer submarino español. Narciso Monturiol se arrogaba el mérito y se prodigaba en declaraciones a la prensa. Lo de Isaac Peral es otra cosa, el inventor cartagenero tenía 9 años cuando se hizo la primera prueba en Alicante, pero es considerado el padre del submarino moderno por sus novedosas aportaciones, entre ellas la de la electricidad como fuerza motriz de la nave. Volviendo a la época en torno a 1860, cabe señalar que Monturiol era más emprendedor que inventor.

En cambio Cosme García tenía un carácter más individualista y retraído, se dedicaba a trabajar en sus proyectos y no se prodigaba en tertulias y prensa. Era más un manitas que un ilustrado, un genio de por aquí. El Archivo Histórico del Ministerio de Marina recoje documentos que certifican el submarino de Cosme, el Garcibuzo, como el primero español de la historia. Pero cuando su invento fue rechazado por el Estado lo patentó en Francia y, excepcionalmente,

publicó una carta en el diario Ebro en la que quiso dejar constancia de su paternidad del invento «aún no queriendo ocupar la atención pública».

En el Institut National de la Proprieté Industrielle de París obtuvo Cosme la patente francesa de su «Bateau Plongeur». Napoleón III le ofreció un contrato poniendo a su disposición los astilleros de la mediterránea Toulon para la construcción del primer submarino francés con la patente del inventor español. La cosa no fue adelante, al parecer Cosme acabó rechazando la oferta pues seguía pensando que el gobierno español terminaría dándose cuenta de la importancia del invento, sobre todo como arma de guerra. Además era liberal, quería ver a España en la senda del progreso y dudó en facilitar el invento a otro país distinto del suyo.

Ante esas dudas de Cosme, Napoleón III se decidió por un prototipo genuinamente francés y más grande que el diseño español. Se botó en 1862 y se hundió como una piedra.

Otro detalle del submarino de Cosme: 25 años antes de que los buques de la Armada Española incorporaran cañones de retrocarga el inventor incorporó uno en su primer sumergible, del que se realizaron pruebas en el polígono de tiro de Carabanchel con plena satisfacción. Pero no queda nada de aquel cañón pionero. El submarino, como hemos señalado, se desestimó y se abandonó en el puerto de Alicante. Todos los planos desaparecieron años más tarde, se supone que robados y no por accidente.

A partir de la construcción del Garcibuzo, las finanzas de Cosme menguaron rápidamente. Se lo gastaba todo en I+D, invertía y reinvertía en lo que creía, él solito. Ni el Estado ni las empresas españolas (sin ninguna tradición en este campo) pusieron un real. Y Cosme se fue arruinando. Una vida de constante trasiego entre la mesa de dibujo y los talleres, experimentando consigo mismo y cerca de su familia con el consiguiente peligro por si algo salía mal, fueron minando la convivencia familiar y a mediados de los 60 se separó de su mujer Ursula y se fué con María Egaña, la sirvienta, con la que tendría dos hijos más.

Desencantado de casi todo y con múltiples deudas Cosme García entró en una espiral decadente. Falleció joven, en 1874, aún con 55 años. Pobre de solemnidad, mendigando por las calles de Madrid. Un genio olvidado -otro más- como reza el título del libro que el historiador Agustín Rodríguez dedica al inventor riojano.

Cuando España compró sus primeros submarinos a USA e Italia, la Armada reconoció la aportación del inventor poniendo su nombre a uno de ellos, el submarino de la clase A2 Cosme García. En la foto en 1919.

En 1972 el submarino norteamericano USS Bang, veterano de la 2ª Guerra Mundial (se botó en 1943), fue cedido a la Armada Española pasando a llamarse «S 34 Cosme García”.

 

En 2011 Correos editó un sello conmemorativo en el 150 aniversario de la patente (francesa) del primer submarino español, el Garcibuzo. Un sello para el inventor del matasellos.

 Recuperar la memoria está bien y es necesario, aunque lo deseable habría sido que un talento como éste hubiera gozado en vida de los beneficios que todos sus inventos pudieron aportar a España. Más vale tarde que nunca para honrar la memoria de un talento perdido en la ignorancia de todo un país, de la monarquía gobernante, de la clase política, del ejército, de la casi inexistente industria y de sus propios ciudadanos. Y Cosme García Sáenz, inventor, no es el único. En la historia de España los tenemos a capazos.

(*) Ver Contrastes «Alicante y el primer submarino» en Hojadellunes.com

Fuentes e Imágenes:

Archivo Histórico del Ministerio de Marina ; Instituto de Estudios

Riojanos ; Juan Aguilera Sastre (Revista Berceo, nº 162) ; diario El

Correo (Raquel Viejo) ; Agustín Rodríguez González, historiador ;

Biblioteca Virtual de la Prensa Histórica ; Diego Quevedo (Historia y

Arqueología Marítima).

Benjamín Llorens

Periodista.

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