El nivel moral del país está por los suelos y no lo digo sólo por los infinitos y repugnantes casos de corrupción. Puede que sea más grave el desprecio generalizado a la excelencia, al desarrollo intelectual, a las mejores tradiciones, a todo lo bueno de un pasado histórico que fue configurando nuestro presente, un presente que, con todas las carencias que se quiera, no es desdeñable, sí manifiestamente mejorable pero de ninguna manera merecedor de destrucción con la perversa intención de que pierda su identidad.
¿Y en aras de qué? De acabar con las libertades a través del pensamiento único (el de los comunistas); acabar con la propiedad privada y la iniciativa creadora de las personas para dejarlo todo en manos del Estado (del Estado que son ellos, que serían ellos si lograran el poder); acabar con la independencia de la Justicia, como ha hecho el discapacitado mental de Venezuela, discípulo del chavismo que se nutrió de los consejos (bien pagados) de dirigentes de Podemos.
Quieren acabar con la unidad de España, la que defendió la II República, que tanto echan de menos los muy insensatos, insensatos por multitud de cosas, no por sentirse republicanos, que es cosa tan digna como sentirse monárquicos. El profesorcillo de Universidad Iglesias (qué pena que se llame Pablo y no cambie de conducta) está dispuesto a que Cataluña se independice si le da la gana. Y que Euskadi haga lo mismo y Galicia si le place. Y Andalucía. Y…
Los Alcalá-Zamora, Azaña, Martínez Barrio, Prieto, Lerroux, Negrín, Pablo Iglesias (el Grande, por contraposición el Pigmeo y verborreico, nuestro contemporáneo) y todos los grandes dirigentes republicanos jamás transigieron con ningún independentismo o cantonalismo. Para ellos la unidad de España era un dogma. El único que habló de las dos Españas y lo hizo en verso fue Antonio Machado: “Españolito que vienes/ al mundo te guarde Dios./ Una de las dos Españas/ ha de helarte el corazón”. Pero no se refería a la España nacionalista y la España republicana, sino a algo más profundo: “Ya hay un español que quiere/ vivir y a vivir empieza/ entre una España que muere/ y una España que bosteza”.
Las de Pablo Iglesias ‘el Pigmeo’ (ojalá no caiga en el mismo error Pedro Sánchez ‘el Resucitado’) serían excesivas Españas para Machado. El hombre que ansiaba una España mejor, acaso como la que salió de la transición. Que ni muere ni bosteza. Que entierre para siempre el guerracivilismo cazurro y cainita. Que entierre para siempre el hacha del odio que Podemos nefastamente ha desenterrado. Justicia toda contra los corruptos. Pero ni un gramo de odio para una España no nueva sino renovada, como la que querían Machado, Ortega y Gasset, Marañón, Madariaga, Julián Marías…
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