Una publicación de la Asociación de Periodistas de la Provincia de Alicante

Sin recortes

No dijiste que no: la mentira que sostiene el abuso («Pubertat»)

La serie catalana Pubertat no es cómoda, ni pretende serlo. Desde sus primeros episodios sitúa al espectador ante un territorio que nuestra sociedad sigue evitando mirar de frente: los abusos entre menores y, sobre todo, los abusos ejercidos sobre menores por parte de adultos. Lo hace sin morbo y sin subrayados innecesarios, con una mirada que incomoda porque interpela, porque señala no solo a quien abusa, sino también a los silencios, las complicidades y las excusas que lo rodean. Y ahí reside buena parte de su valor. El gran acierto de Pubertat, la serie estrenada en HBO, es mostrar que el abuso no siempre adopta la forma caricaturesca del monstruo evidente. A veces se presenta con apariencia de normalidad, de afecto, de confianza. En la serie vemos cómo algunos personajes adultos cruzan límites con menores que no comprenden del todo lo que está ocurriendo. Esa incomprensión es clave. Por eso el título de este artículo no es solo una consigna: sin consentimiento, es abuso. Porque el consentimiento no es la ausencia de un “no”, sino la presencia clara y libre de un “sí”. Y un menor, por definición, no está en condiciones de otorgarlo ante un adulto que ostenta poder, autoridad o ascendencia emocional.

Cuando las víctimas denuncian —si es que consiguen hacerlo— se encuentran a menudo con la coraza del abusador y de su entorno. “No dijiste que no”, “no te resististe”, “parecía que querías”. Argumentos perversos que trasladan la responsabilidad a quien no tenía herramientas para entender, y mucho menos para negar, lo que estaba sucediendo. El menor no acepta: queda paralizado, confundido, sometido. Nombrar eso como consentimiento es una forma más de violencia. Pubertat también aborda, con una lucidez poco habitual, las consecuencias de esos abusos cuando no se desenmascaran a tiempo y quedan latentes en la inconsciencia del adulto que fue víctima en su infancia. No desaparecen. Se transforman en culpa, en vergüenza, en dificultad para vincularse, en miedo al propio deseo o, en algunos casos, en una repetición de dinámicas de sometimiento. En otros casos, se forja una identidad que busca el reconocimiento, el falso afecto, aunque ello conlleve momentos de humillación o de sumisión. La herida no cerrada condiciona la vida afectiva, laboral y social durante décadas.

Fotograma de «Pubertat» (Fuente: Amazon Prime).

En entrevistas y declaraciones públicas, su directora y actriz, Leticia Dolera, ha insistido en la necesidad de hablar de estas violencias sin edulcorarlas ni relativizarlas. Ha recordado que muchas personas tardan años en poner palabras a lo vivido, y que ese proceso de toma de conciencia suele ser doloroso porque se topa con una sociedad que prefiere minimizar antes que asumir su responsabilidad colectiva. Los comentarios en redes sobre la serie confirman esa tensión: junto al agradecimiento de quienes se han sentido reconocidos, aparecen discursos defensivos que cuestionan, matizan o comparan, como si reconocer el abuso implicara una amenaza al orden establecido. Las redes sociales, precisamente, juegan un papel ambivalente en Pubertat. Por un lado, amplifican el daño: la exposición, el señalamiento, la viralización del dolor. Por otro, se convierten en espacios donde las víctimas encuentran relatos similares al suyo y, a veces, el impulso para hablar. La serie muestra cómo ese eco digital puede acelerar procesos que antes quedaban enterrados durante años, con todas las contradicciones y riesgos que ello conlleva.

Conviene detenerse también en la figura del abusador. Pubertat evita explicaciones simplistas, pero deja claro algo fundamental: el abuso nace del egoísmo extremo. Del deseo de satisfacción personal a costa del cuerpo y la voluntad del otro. Esa lógica es la misma que sustenta el maltrato en la pareja, la resistencia de algunos hombres a aceptar que una relación ha terminado, la escalada que culmina en el ataque cuando el otro ejerce su derecho a decidir. El abuso es, en última instancia, la negación violenta de la libertad ajena. El hecho de que algunos partidos políticos y movimientos sociales relativicen su acción me produce perplejidad y rabia. Quienes les apoyan son cómplices de una de las lacras más importantes de nuestra sociedad. No puedo entender, ni quiero, los argumentos que ofrecen para seguir enterrando este tipo de situaciones tan traumáticas.

Y no, los abusos no son solo afectivo-sexuales. Se ejercen allí donde hay una relación de poder sin contrapesos. Sin ir más lejos, el mundo universitario —al que pertenezco desde los 18 años— reproduce con frecuencia esquemas clasistas y jerárquicos donde se mantiene el miedo a la discrepancia y el seguidismo al superior orgánico. Ese clima, aparentemente normalizado, fuerza conciencias y genera traumas que se arrastran durante la vida laboral y, no pocas veces, afectan también a la personal. No todo abuso deja marcas visibles, pero todos dejan huella.

Por eso son necesarias series como Pubertat. Porque ayudan a nombrar, a reconocer, a romper el aislamiento. Pero no basta con verlas. La reflexión debe ir más allá de la pantalla. Nuestra sociedad necesita combatir, pues, cualquier forma de abuso o sometimiento del otro. No solo en las guerras o en los momentos explícitos de represión, sino también en contextos que se autodefinen como libres, donde el fuerte sigue intentando dominar al libre, negándole opciones reales para ejercer su voluntad. Denunciar un abuso sufrido en la infancia exige un valor inmenso. Supone enfrentarse no solo al recuerdo y al dolor, sino también a la incredulidad, a la relativización externa y, a menudo, a la negación del propio abusador. Como sociedad, tenemos la obligación de acompañar a quien da ese paso, de ayudarle a recuperar su fortaleza y su autoestima, y de recordarle algo esencial: no consintió. Por mucho que no dijera “no”, por mucho que el silencio haya sido utilizado en su contra. Sin consentimiento, siempre, es abuso.

Carles Cortés

Catedrático de universidad y escritor.

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