Las mujeres del PSOE se han hartado y están hasta el “moño”. Eso dicen. Se han hartado de algunos de sus compañeros. Pero, sobre todo, diríase que se han hartado del comportamiento machista y el silencio cómplice de quienes creían compañeros de viaje en los ámbitos laborales del partido y de las instituciones y se han revelado autores del acoso sexual que algunas de ellas vienen sufriendo en silencio. Lo nuevo, otra vez y desgraciadamente, no es que ocurra. Ni siquiera que esté sucediendo en el PSOE. Lo nuevo es que algunas mujeres se hayan atrevido a denunciarlo. Esa es la suerte. Ese puede ser también el riesgo.
Una vez echada abajo a patadas la portezuela del “olvidado” Paco Salazar, otro viejo amigo del presidente con doble vida y doble cara, y todo gracias a un valiente reportaje de eldiario.es, se ha abierto la portezuela de la habitación oscura a la que nadie se atrevía a mirar. Preferían disimular. Pasar de largo delante de ella. Hacer como que no estaba ahí. Pero abierta esa trampilla, la consecuencia es que el desfile de acosadores de aquí y allá no hace más que emerger como una herida purulenta que no hay manera de cerrar. Conforme pasan las horas y los días Madrid, Torremolinos, Asturias, Lugo, Belalcázar, Valencia… Son solo chinchetas del mapa de la vergüenza que ha dejado en shock al propio partido, a sus votantes.
Presidentes de diputación, alcaldes, secretarios de diverso pelaje, están siendo señalados o están dimitiendo antes de ser señalados, una forma de reconocer el pecado para tratar de evitarse el bochorno. El espectáculo no es, que digamos, muy edificante. Eso sí, siempre el mismo patrón. Casi siempre las mismas herramientas, los mismos wasaps, la misma pistola humeante aprovechando su prevalencia laboral: «¿Ese escote lo has tenido siempre?»; «No me esquives que te quiero meter ficha»; «Iré depilado por si tienes un desliz»; «Me dejas que te lo coma para ver si se me empina»… Son solo algunas piezas sueltas del muestrario soez de sus señorones y del cariz del espectáculo.
Como ocurre con la corrupción, el otro gran problema del socialismo gobernante que estos días está descuadernando al Gobierno, los casos de acoso sexual dentro de las esferas del partido y del gobierno que se están conociendo estos días no son lo peor en sí mismos. Siendo graves, lógico, hay que reconocer que estos comportamientos sucedieron en el pasado, suceden hoy y posiblemente sucederán mañana. La tentación siempre va a estar ahí, por eso quizás la cuestión de fondo debería derivar a decidir qué hacemos con todos ellos, con los corruptos y con los acosadores, qué consideración social les damos en nuestra escala de valores.

El debate estaría entonces en acordar qué filtros ponemos para tratar de reducir su campo de maniobra, cómo los perseguimos legalmente, cómo tratamos a quienes se atrevan a denunciarles, qué consideración social nos merecen los hacedores de la corrupción y del acoso sexual. Si el paradigma que gana terreno es que pagar impuestos es la institucionalización del robo y el saqueo y no hacerlo —no pagar impuestos, robar de una u otra manera— acaba siendo una suerte de heroicidad, entonces va a ser complicado. Si ser hombre te abre la puerta —y una comprensión social más o menos difusa— a una suerte de poder tener una serie de comportamientos indignos con las mujeres desde una posición de poder, pues lo mismo.
Centrar el foco y confiar en la capacidad de denuncia personal puede ser así otra trampa mortal más. Denunciar nunca ha sido fácil. No lo ha sido, ni lo sigue siendo, denunciar la corrupción política y económica. La trastienda está llena de héroes, heroínas, que acabaron con sus vidas desechas por atreverse a señalar a los corruptos. Ahí está el caso de Ana Garrido, técnica de Juventud del Ayuntamiento de Boadilla del Monte, la mujer que destapó el caso Gürtel “y que echó a perder su vida”. Caso parecido al del edil del PP, José Luis Peñas, por el mismo proceder.
Está bien que las mujeres del PSOE hayan dicho basta. Que la portavoz parlamentaria del PSOE en Andalucía, Ángeles Férriz, explicitase su “estoy hasta el moño de puteros y acosadores”. Eso está bien. Incluso muy bien. Pero, seguramente, no será suficiente, aunque nos consuele, para evitar que las puertas de la vergüenza se vuelvan a cerrar otra vez en falso. Salvo, claro, que estemos buscando heroínas para el guion de una película de terror. Y así, hasta que el próximo “caso Salazar” nos enseñe el camino que no transitamos y, otra vez, nos hagamos los sorprendidos. Más o menos como el propio partido socialista de estos días. La misma frase, el mismo cinismo, del capitán Renault al entrar al casino en la película Casablanca: «¡Qué escándalo! ¡Aquí se juega!».












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