Más de un año tratando de explicar lo inexplicable. Cómo y por qué Carlos Mazón había actuado como había actuado en la tarde-noche de aquel 29 de octubre de 2024, la tarde en la que el cielo se abrió sobre l’Horta Sud de Valencia con el trágico balance de 229 víctimas mortales y decenas de proyectos de vida truncados. Y todo, mientras él jugueteaba y fantaseaba con la periodista/comunicadora Maribel Vilaplana en El Ventorro durante casi cuatro horas como si el mundo de fuera no existiese, como si uno pudiera ser presidente a horas.
En todo este tiempo hemos oído y hurgado en el significado de decenas de adjetivos, unos explicativos, otros calificativos, sobre aquel extraño e inexplicable comportamiento en aquella tarde, luego ampliado y agrandado a los doce meses que siguieron al gran apagón del presidente. Expresiones y adjetivos para tratar de entender y encajar no solo aquel momento de enajenación mental, sino para buscar alguna justificación que hiciera más soportable el dolor y la rabia. Hemos recurrido a expresiones usuales en acontecimientos como éstos del estilo de incapaz, inútil, negligente, insensible… Hemos oído o recurrido también a esas otras expresiones más duras, hirientes, que iban más allá y que lo trataban directa y personalmente con mucha mayor dureza. Homicida, asesino, culpable… Fueron, han sido, algunas de esas palabras que oímos para tratar de entender.
Pero, a veces, resulta que cuando las palabras del diccionario ya no son siquiera suficientes para explicar todo lo sucedido, el habla popular casi siempre encuentra el mejor y más corto camino para describir todo aquel sinsentido, para describir al personaje que actuó tan negligentemente como si todo aquello le resbalase, como si todo aquello no fuera con él. Hemos transitado todos esos vericuetos y significantes de la mano de las propias víctimas, de los periodistas, los políticos y analistas, manoseando el lenguaje, intentando aportar algo de luz y originalidad que vehiculase una cierta paz, un cierto sosiego. Y ahí, justo ahí, arrinconada, estaba escondida esa palabra y expresión, aguardando a ser pronunciada para adquirir toda su fuerza.
Esa descripción, esa palabra certera, la escuché el pasado día 11 de noviembre, el mismo día y a la misma hora en la que el todavía presidente intervenía en el paripé de comisión de investigación —así la llaman sin sonrojarse— para explicar lo sucedido aquel 29-0, esa desvergonzante presencia que las Cortes Valencianas, que PP y Vox, le habían preparado a modo de homenaje y despedida al mismo Carlos Mazón. Aquel día, una de esas personas y víctimas, otra vez expulsada de las Cortes y obligada a manifestarse en la calle, para, dicen, nuevo oprobio, dar asiento allí en la minúscula sala a su cohorte de palmeros. Y a la pregunta de siempre respondió con una sola palabra, palabra que quizás describa mejor que nada y que nadie la catadura del personaje, la envoltura moral y política de alguien que no solo erró un día si no que se empeñó en errar todo el tiempo. «¿Qué le parece —le preguntó el periodista que hacía una improvisada encuesta entre las víctimas aquel día y a aquella hora, en medio de aquel nuevo acto infame— Carlos Mazón?». “Mazón —contestó la mujer como si hubiera estado esperando todo un año la pregunta— es un ceporro”.
Así, en apenas tres sílabas y en siete letras quedaba encerrada toda la explicación de la tragedia, las 229 víctimas, y quedaba definido el personaje como una criatura que ni siquiera alcanzaba el grado de maldad que haría más soportable el dolor, porque, entonces, habría un enemigo al que enfrentar. “Se aplica —dice el María Moliner— a una persona torpe y tosca». Casi sobran las palabras. Torpe y tosca. Dos años largos gobernados por un “ceporro”. Poco más que añadir. Eso lo explicaría casi todo.












Si Carlos Mazón dice la verdad le vendría encima un divorciar.