Poder, patrimonio y conflicto en la dinámica familiar a través de los cuentos de hadas.
En el vasto universo del folclore y la literatura existen figuras que, por su poder simbólico, trascienden la mera narrativa para convertirse en arquetipos universales. Una de las más potentes y duraderas es la «advenediza»: aquella figura femenina que ingresa a una unidad familiar a través del matrimonio con el propósito no declarado de usurpar el patrimonio, la riqueza y el poder que legítimamente pertenecen a la familia del cónyuge. Aunque este arquetipo podría abarcar diversas encarnaciones, son los cuentos de hadas clásicos los que ofrecen el retrato más influyente y perdurable de este personaje, personificado en las figuras de la madrastra y las hermanastras.
Lejos de ser meras historias infantiles, los análisis sostienen que los cuentos clásicos cristalizan y codifican el arquetipo de la advenediza como un reflejo de profundas ansiedades sociales relacionadas con la herencia, los roles de género y los conflictos por el poder dentro del núcleo familiar. Al presentar a estas figuras como encarnaciones de vicios como la envidia, la vanidad y la ambición desmedida, estas narrativas actúan como vehículos para impartir lecciones morales, reforzando un orden social específico donde la virtud es recompensada y la transgresión, severamente castigada.
Para comprender la anatomía de estos personajes y su función moral, es imprescindible examinar primero el contexto histórico en el que se forjaron estas narrativas.
Orígenes del arquetipo: contexto histórico y función moral de los cuentos de hadas
La comprensión estratégica del origen de los cuentos de hadas es fundamental para descifrar sus mensajes subyacentes. Estas historias no surgieron en un vacío cultural, sino que son el producto de una larga tradición oral, codificada y refinada en épocas con estructuras sociales, políticas y morales muy definidas. Este contexto no solo dio forma a las tramas, sino que determinó la naturaleza misma de sus héroes y, de manera crucial, de sus villanos. Se transmitían de viva voz al terminar la jornada laboral, alrededor del fuego, mientras se hacía la comida más importante del día antes del descanso. Asistían los niños, pues estos eran incorporados al trabajo a los cuatro años y a esa edad eran considerados como adultos.
La evolución de estos relatos se extiende desde la tradición oral de la Edad Media hasta su consolidación como género literario en los siglos XVII y XVIII. Dos momentos clave en este proceso fueron las publicaciones de compiladores como Charles Perrault en Francia (Cuentos de mamá Oca, 1697) y los hermanos Grimm en Alemania (Cuentos para la infancia y el hogar, 1812-1815). Aunque sus estilos diferían, ambas colecciones compartían un marcado carácter moralizador y didáctico. Al final de cada cuento, Perrault incluía una moraleja explícita, mientras que los Grimm dejaban claras las consecuencias de las malas acciones a través de castigos a menudo crueles.

El contexto social de la época en que estos cuentos fueron escritos era profundamente estático. La sociedad estaba rígidamente dividida en estratos sociales a los que se pertenecía por nacimiento, con escasas o nulas posibilidades de ascenso. El poder político se concentraba en figuras absolutas como el rey o el conde. En este marco, los cuentos de hadas funcionaban como un poderoso «instrumento formativo»: reflejaban, y a su vez reforzaban, las normas de conducta, los valores y las jerarquías de su tiempo. En una sociedad con bajos índices de alfabetización y una fuerte dependencia de la transmisión oral, las lecciones morales debían ser simples, inequívocas y memorables.
Fue precisamente este propósito moralizador el que exigió la creación de villanos arquetípicos que encarnaran los vicios a condenar. La mujer tenía pocas posibilidades de ascenso social por trabajo o negocios. La única forma de salir de su estatus era por matrimonio. La figura de la madrastra se convirtió en el vehículo perfecto para personificar la ambición, la envidia y la crueldad, sirviendo de advertencia fácilmente identificable contra aquellos que buscan alterar el orden establecido.
Anatomía de la madrastra: radiografía de la ambición y la envidia
La madrastra no es solo la que ocupa el lugar de la primera mujer, es también la que por matrimonio, por interés, llega a un nivel social superior. Es la encarnación por excelencia del arquetipo de la «advenediza» en los cuentos clásicos. Su análisis desentraña las motivaciones, tácticas y características psicológicas atribuidas a la mujer que, desde una posición externa, busca activamente usurpar el poder y el patrimonio dentro de una estructura familiar ajena. A través de ella, los cuentos exploran los peligros de la ambición desmedida y la envidia corrosiva.
- Motivaciones centrales: vanidad, celos, afán de dinero y poder
Las acciones de las advenediza arquetípicas no son gratuitas; responden a un conjunto de motivaciones profundas que los cuentos exponen como moralmente reprobables.
• Vanidad, ambición y, en aquellas épocas, obsesión por la belleza como único medio de llegar al poder: El caso más emblemático es el de la reina Grimhilde en Blancanieves. Su principal ambición es ser «la más bella del reino», una aspiración que trasciende la simple estética. En el contexto del cuento, la belleza es sinónimo de poder, estatus y validación suprema. La existencia de una rival más bella es una amenaza directa a su posición y autoridad, lo que la impulsa a cometer actos extremos.

• Envidia y rencor social: lady Tremaine, la madrastra de Cenicienta, personifica la crueldad nacida de la envidia. Su resentimiento se alimenta en la «dulzura y belleza» de su hijastra, cualidades que sus propias hijas no poseen. Su objetivo principal es el ascenso social, un fin que busca alcanzar casando a Anastasia y Drizella con el príncipe. Cenicienta no es solo una sirvienta, sino un obstáculo directo para sus ambiciones, y por ello debe ser neutralizada, anulada, aniquilada.
• Acumulación de recursos: En Rapunzel, la madrastra Gothel encarna la ambición por acaparar un recurso vital. Su meta es «mantenerse joven por toda la eternidad», un objetivo que logra explotando la magia inherente al cabello de Rapunzel. Este cabello no es un mero atributo físico; es un símbolo de patrimonio vital y poder, un recurso que la madrastra controla celosamente para su propio beneficio.
- Tácticas de usurpación y maltrato
Para alcanzar sus objetivos, estas figuras emplean una serie de métodos sistemáticos diseñados para anular a sus hijastras, cuñadas etc. y consolidar su propio poder sobre el patrimonio familiar.
• Humillación y reducción a la servidumbre. La táctica principal es la degradación social y personal de la rival con el fin de borrar el derecho a la herencia. Cenicienta es rebajada al estatus de sirvienta, obligada a realizar «las tareas más sucias» de la casa. Este no es solo un acto de explotación laboral, sino una estrategia calculada para anular su identidad como heredera legítima y despojarla de su conexión con el patrimonio paterno. Este abuso es posible gracias a la figura del padre, quien es cómplice por su pasividad o ausencia, permitiendo que la advenediza tome control total del hogar y su legado.

• Manipulación y engaño. La madrastra de Blancanieves es una maestra del engaño. Para eliminar a su rival, primero recurre a la fuerza bruta por delegación, cuando falla recurre a la manipulación y a la ponzoña. Se disfraza de anciana vendedora, una figura aparentemente inofensiva, y utiliza «regalos» envenenados —como la manzana— para tentar a la inocente princesa. Esta táctica subraya su naturaleza calculadora y su capacidad para ocultar sus verdaderas intenciones tras una fachada de benevolencia.
• Aislamiento y control. El caso de Rapunzel ilustra la táctica del aislamiento total para acaparar un bien patrimonial. Para asegurar el control exclusivo sobre su «activo» —la magia del cabello de Rapunzel—, la madrastra la encierra en una torre sin puertas ni escaleras. Este confinamiento físico impide que la joven interactúe con el mundo exterior, garantizando que su poder permanezca bajo su dominio absoluto y evite un matrimonio que transmita este recurso vital a la siguiente generación.
- Caracterización física y psicológica
El perfil de las advenedizas, encarnadas en los cuentos en madrastras y hermanastras, puede también representar el de nueras, cuñadas, etc. Es una figura arquetípica, notablemente coherente a través de los diferentes cuentos. Psicológicamente, es descrita como cruel, calculadora, fría, ambiciosa, arrogante y extremadamente vanidosa. Su mundo interior está dominado por la envidia y un insaciable afán de poder.
Físicamente, su apariencia se construye en agudo contraste con la de la heroína. Mientras la protagonista representa la belleza natural, la pureza y la bondad, la madrastra a menudo proyecta una imagen de artificio, severidad y frialdad, como la estirada e intimidante lady Tremaine, o cuando se muestra transformada en su esencia en una figura grotesca y repulsiva, como la reina Grimhilde en su forma de bruja. Esta dualidad visual refuerza la dicotomía moral entre el bien y el mal. Las advenedizas ante quien creen conveniente se muestran dulces y admirables, generalmente ante pareja o marido.

Esta agenda de usurpación, sin embargo, requiere no solo un villano principal, sino también un microcosmos de complicidad que asegure su legado. La madrastra encuentra en sus propias hijas a las herederas perfectas de su ambición, sus aliadas y cómplices, y también encuentra en la pasividad de su marido la permisividad necesaria.
Las hermanastras como cómplices: la rivalidad por el estatus familiar
Las hermanastras no son meros personajes secundarios en estas narrativas; cumplen una función estratégica crucial. Representan la siguiente generación de «advenedizas», interiorizando y normalizando la envidia y ambición de su madre. A través de ellas, el cuento demuestra cómo estos vicios se perpetúan, transformando la dinámica familiar en un campo de batalla por el estatus y el patrimonio.
El ejemplo más claro son Anastasia y Drizella, las hermanastras de Cenicienta. Ellas personifican la envidia en su forma más pura. Como señalan algunos análisis literarios, «La envidia y celos de las hermanastras hacia Cenicienta la convierten en el objetivo de burlas y humillaciones». Aunque lleguen a poseer «las cosas más lujosas», su resentimiento se intensifica al reconocer que carecen de las cualidades innatas que hacen especial a la heroína: “estatus por nacimiento e inteligencia, un corazón amable, y belleza difícil de alcanzar». Esta carencia alimenta su crueldad y su desesperado afán por superarla en la competencia por el amor del padre, padrastro, suegro o en el favor del príncipe, que representan el máximo ascenso social.
Estas «advenedizas-en-formación» heredan la ambición y astucia de su madre, pero carecen fundamentalmente de la «bondad» innata de Cenicienta. Su fracaso es una parte crucial de la lógica moral del cuento. En la cruda versión de los hermanos Grimm, su castigo es físico y simbólico: unos pájaros les pican los ojos dejándolas ciegas. Este destino sirve como una advertencia brutal de que la ambición sin virtud no solo está condenada al fracaso, sino que será violentamente extirpada del orden social. Esto contrasta marcadamente con la versión de Perrault en su interpretación para la corte francesa, donde Cenicienta las perdona, suavizando el mensaje.

El análisis de la acción de estos personajes femeninos, tanto las villanas como las heroínas, revela además una profunda dicotomía de género que subyace en la estructura moral de los cuentos de hadas.
La Dicotomía de género: porqué la mujer activa es la villana
Pero la construcción de la «advenediza» malvada no es casual, sino una deliberada estratagema ideológica que responde a una profunda dicotomía de género presente en los cuentos tradicionales. Estas historias, concebidas en un marco social patriarcal, sistemáticamente castigan la ambición femenina, mientras que recompensan la pasividad y la sumisión. La mujer que busca poder con malas artes es, por definición, una transgresora del orden natural y, por lo tanto, una villana. Por eso las villanas advenedizas, aprendida la lección, de forma subliminal a través de los cuentos de hadas y de la experiencia, se pueden mostrar dulces y sumisas haciendo una labor soterrada. La simulación y manipulación con artimañas y palabras melifluas es su arte. Sus armas serán puñales por encargo, o la espada de la lengua: desprestigiando o levantando falsas acusaciones. Al despojar de la honra, consiguen la muerte social de la rival. Si el deseo de aniquilar a la odiada es imperioso, lo más expeditivo y rápido es la utilización del veneno.
La siguiente tabla resume los roles y cualidades contrastantes asignados a los arquetipos masculinos y femeninos en estas narrativas:
| Arquetipo Femenino (Heroína) | Arquetipo Femenino (Villana/Advenediza) | Arquetipo Masculino (Héroe) |
| Rol: pasivo (espera ser rescatada). | Rol: activo (busca poder, planea). | Rol: activo (busca, rescata, resuelve). |
| Rasgos: sumisión, victimización, pureza, belleza, obediencia. | Rasgos: ambición, envidia, crueldad, vanidad, manipulación. | Rasgos: valiente, poderoso, decidido. |
| Aspiración: casarse con el príncipe. | Aspiración: obtener riqueza, estatus y poder. | Aspiración: conquistar y conseguir el premio de la bella. |
El terror en los cuentos de hadas no era un accidente, era el punto principal
En los cuentos originales, el miedo no era un efecto secundario, sino una herramienta pedagógica fundamental. En épocas pasadas, el terror era un método aceptado y utilizado para corregir la conducta de los niños e inculcar lecciones vitales. Como señala un análisis histórico sobre la infancia en los cuentos de hadas:
«…era bueno tener imágenes de brujas constantemente frente a los niños para tenerlos domesticados y también familiarizados. Si se portaban bien no sentirían el terror de la noche a fantasmas que se los llevaran o a ogros que los devoraran, desmembraran y succionaran su sangre o médula ósea».
Por otro lado, las brujas que devoran niños, los ogros y los bosques oscuros no eran simples elementos de fantasía, eran representaciones potentes de los peligros reales del mundo, diseñados para infundir un miedo paralizante que enseñara lecciones cruciales sobre la obediencia, los extraños y los peligros que acechaban fuera de la seguridad del hogar.
El rol de género
El famoso «final feliz» era en realidad una recompensa por la sumisión. Una lectura más profunda de los cuentos, afirma la historiadora Adela Turín, nos enseña a ver los roles de género. Los niños «tienen un valor y una importancia mayor que las niñas». Esta construcción de roles de género es fundamental para entender el legado y la función de los arquetipos de género. La niña buena y pasiva es la que triunfa; la advenediza, mujer de acción, es la que al final es castigada; el héroe masculino es el “actor”, el que actúa, al cual se debe la felicidad de la heroína. Hay un mensaje de género. La literatura de esa época intenta castigar a las mujeres activas que buscan el poder y las riquezas con malas artes y las retrata como malvadas.

En los cuentos, son las advenedizas quienes toman la iniciativa, trazan planes y ejecutan acciones para cambiar su destino, mientras que las heroínas como Cenicienta o Blancanieves esperan pacientemente a que un agente externo —un hada madrina o un príncipe— resuelva sus problemas.
El «feliz para siempre», generalmente culminado en una boda con un príncipe, no era una celebración del amor romántico, sino el premio por haber seguido las reglas sociales al pie de la letra. Las heroínas como Cenicienta son recompensadas no por sus acciones, sino por su pasividad: su paciencia, obediencia y resignación frente al abuso. Eran las «virtudes» que les aseguran el éxito final. Los personajes femeninos que son activos, que ostentan poder o que desafían las normas —como las madrastras, las brujas o las hermanastras— son castigados con la misma brutalidad gráfica que mostraban las versiones originales, cerrando así el círculo de la moral impuesta. El matrimonio, por tanto, no representaba la libertad, sino la culminación exitosa de la asimilación de un rol social impuesto. Los cuentos de hadas clásicos no solo entretenían, sino que también funcionaban como un poderoso manual de conducta social, promoviendo activamente estereotipos de género muy rígidos. La dicotomía era clara: los personajes masculinos debían asumir un rol activo, siendo valientes, poderosos y los encargados de rescatar. Por el contrario, las mujeres debían aspirar a un rol pasivo: ser sumisas, bellas, puras y dedicarse a las tareas del hogar mientras esperaban ser salvadas.
La moraleja que Charles Perrault incluyó en su versión de La Cenicienta no deja lugar a dudas y encapsula perfectamente esta ideología. Tras la historia, el autor concluye que la belleza es un tesoro, pero «la gracia (entendida como bondad ) no tiene precio, pues es más valiosa que la hermosura […]. La bondad es un verdadero don de las hadas; sin ella nada se logra, con ella, todo se puede lograr». Se define la gracia como el don esencial «para cautivar un corazón». De este modo, se consolida la idea de que el máximo valor de una mujer no reside en su intelecto, su fuerza o su propia agencia, sino en su capacidad de agradar, ser dócil y, en última instancia, ser elegida por un hombre.

Eso fue lo que otorgó la madrina a Cenicienta. La adiestró tan bien que hizo de ella una reina. “Bellas, ese don vale más que un hermoso peinado para cautivar un corazón o para alcanzar una meta”. El mensaje de Perrault es brutalmente pragmático: el valor de una mujer no es intrínseco, sino que se mide por su capacidad para desempeñar una función social específica. La mujer, si no nace con un estatus o le es arrebatado, solo puede recuperar o asegurar un estatus a través del matrimonio. La bondad y la belleza no son virtudes, sino herramientas para el ascenso social.
Conclusión: el legado perenne de la «advenediza»
El arquetipo de la «advenediza», encarnado magistralmente en las figuras de las madrastras y las hermanastras de los cuentos clásicos, es una construcción cultural de extraordinaria potencia. Es curioso que desde la Edad Media se personifican los defectos humanos de la envidia, la vanidad ,y la ambición por el patrimonio ajeno, en las que llegan al matrimonio por interés económico y social. No son simples villanas de fantasía, representan una advertencia tangible sobre las fuerzas disruptivas que amenazan la estabilidad y la herencia dentro de la unidad familiar.
Otra advenediza según Disney, la «madre» de Rapunzel en Enredados (2010).
Esta figura cumple una doble función esencial. Por un lado, sirve como una clara advertencia moral sobre las consecuencias destructivas de estos vicios, culminando en un castigo que reafirma la primacía de la virtud. Al mismo tiempo el castigo de la mujer activa refuerza un orden social patriarcal obsoleto, donde la pasividad femenina es presentada como la máxima virtud. La búsqueda de poder por parte de una mujer es demonizada y, en última instancia, castigada.
Después del adoctrinamiento de los cuentos de hadas, les llega a las niñas la experiencia de la vida. Aprendida la lección, la mujer ambiciosa comprende que el único camino que antes y ahora tiene como villana para conseguir sus fines, cuando no le son regalados por nacimiento y no los pueden obtener por otros medios, es adoptar formas de actuar subrepticias y simuladoras.
Aunque la sociedad ha evolucionado significativamente desde que estas historias fueron codificadas, el arquetipo de la advenediza permanece vigente en el imaginario colectivo. Su persistencia revela el poder indeleble de estas narrativas para moldear la dinámica familiar, los conflictos por el patrimonio y los roles de género. Vemos que los cuentos de hadas son, y siempre han sido, mucho más que simples relatos para niños.












Muy interesante. Más que sobresaliente.
Gracias por tu lectura
Exposición densa, de muy alto nivel, que merece varias lecturas y suscita reflexión y profundización por parte de cualquier lector. Gracias.
Gracias por tu lectura, Carlos
Saludos