Estamos ante uno de esos términos y expresiones de amplio espectro y con doble semántica. Que tienen la capacidad de acoger en su seno lo uno pero también su contrario. Que son, según se mire a una u otra cara, silencio y ruido al tiempo. Si hablamos de víctimas de la dana tendríamos que fijarnos solo en el anverso de la palabra, ese lado tan necesario y curativo que nos debería servir para cerrar en paz el doloroso tránsito tras la gran tragedia. Hablamos, claro, del sanador silencio, ese espacio que acuna el respeto debido a cada una de esas mismas víctimas, las que están y las que se fueron. Pero, desafortunadamente, nada de eso ha sucedido así en este largo año. Ni parece —pacto PP y Vox mediante— vaya a serlo en el inmediato futuro.
Sucede que aquí, en la Comunidad Valenciana, las 229 víctimas que nunca debieron morir y también las decenas de miles de esas otras víctimas de las se habla menos de aquel 29 de octubre, se han debido enfrentar a la cara “b” de la misma palabra. Eso se ve claro escuchando las voces desgarradoras que estos días oímos en boca de algunas de esas personas revictimizadas portando camisetas con fotografías de sus seres queridos. Se diría que como sociedad hemos preferido y preferimos su segunda derivada, la del enfrentamiento, la del combate, la pelea inmisericorde, el insulto, el oprobio. Y así, un año después, seguimos con el alma llena de barro que no logramos limpiarnos.
Enterrar bien necesitaría de una cierta paz de espíritu, de una cierta bondad y altura de miras, todo ello más allá del ideario de cada uno. Necesitaría, también, y lo sabemos porque lo hemos vivido y visto mil veces, de una cierta ceremonia rodeada de un paisaje de respeto con música de violines. Y es justo de lo que carecemos. Mientras se entierra y se homenajea a las verdaderas víctimas —las que se fueron y las que quedan— habría sido mejor orillar el ruido para que emergiera el silencio y el respeto. Pero aquí, en este país de cainitas, más si cabe en esta tierra de bucaneros y piratas 2.0, preferimos claramente el otro lado. Aporrear las teclas del piano a martillazos.

Aquí, en esta tierra de «atrapalotodo», pareciera que solo enterramos bien a los propios. Y que siempre hay razones para negar la sal y la tierra a quienes creemos enemigos a muerte pero que solo son adversarios, gente que piensa diferente. No es casualidad —no puede serlo— que decenas de miles de los restos de víctimas de la Guerra Civil y la posguerra sigan aún —ochenta años después— olvidados en cunetas y campos baldíos. Y que ni eso —enterrar en paz— seamos capaces de hacer como sociedad. No es casualidad que enterráramos/tratáramos tan mal a algunas de las víctimas del atentado terrorista del 11M, que habláramos tan mal y tan alto de algunas de quienes no perecieron en aquellos atentados; no es normal que enterráramos tan mal a las sesenta víctimas militares del accidente aéreo del Yak 42 que regresaban de su misión de paz en Afganistán. No es normal… ¡Todo eso no puede ser casualidad! Entonces, ¿cómo fuimos capaces de creer y esperar que el largo duelo que siguió al entierro de las 229 víctimas de la dana iba a ser diferente?
Aquí, en la Comunidad Valenciana, su medio presidente, su presidente por horas, Carlos Mazón, su propio partido y su cohorte de agentes tóxicos de Vox, prefieren el desprecio y el no aplaudir el necesario y duro relato de las víctimas recordando las horas de la tragedia en la comisión de investigación del Congreso de los Diputados de estos días. Ellos, que han decidido sellar la boca y el duelo oficial a estas mismas víctimas en su propia casa, las Cortes Valencianas, están a otra cosa. Aquí, doble infamia, solo hablan de ruido, de hacerse, ¡¡ellos!!, las víctimas. Que los familiares de las víctimas reales pudieran transitar y mostrar todo ese inmenso dolor antes en las instituciones europeas y en el Congreso de los Diputados, en Madrid, antes que hacerlo aquí, en Valencia, describe demasiado bien de lo que somos capaces. O, mejor, lo que no somos. Aquí la palabra “duelo” solo parece tener una sola acepción. La del enfrentamiento. La de provocar más dolor. Barro sobre barro.












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