Conocí personalmente a Carmen Cazaña un día soleado de la primavera de 2015. Sabía de ella por lectura de periódicos, claro, pero era solo eso, un titular de periódico más en un mar de personajes sin rostro. Y lo hice por mediación de otra grande, de Chelo Oñate, que también nos dejó hace unos años. Eran los tiempos de mis primeras colaboraciones con el Observatorio de Mayores y Medios de Comunicación creado bajo la sombra de la Universidad Permanente de la UPUA.
Me viene a la memoria que fue precisamente Chelo quien nos propuso aquel encuentro con Carmen Cazaña porque ambas eran amigas y sabía bien de su vida. Aquella entrevista acabaría siendo la primera de una serie en la que están retratados más de una decena de hombres y mujeres mayores que han dejado una profunda huella en esta tierra alicantina y sin cuya memoria y trabajo sería difícil hoy entender qué ha sido de esta ciudad en el último medio siglo, esta tierra de acogida para tantos y tantos, como también lo fue para ella, para Carmen Cazaña, que llegó de muy joven y que ya decidió pasar aquí el resto de su vida.

Recuerdo como si fuera hoy mismo aquella mañana. Era un día soleado, quizás un poco frío. Esa conclusión la saco en parte —la memoria tiende a jugarnos malas pasadas— mirando las fotografías y la ropa que llevábamos puestas quienes participamos en aquel encuentro. Carmen nos había invitado a su casa y allí nos presentamos los seis miembros que habíamos podido finalmente ir, Encarna, María Luisa, María José, Mari Carmen, Lola y el que esto suscribe. Finalmente, cosas del destino, Chelo no pudo acompañarnos.
A lo largo de la entrevista que, lógicamente, habíamos preparado previamente y en realidad pronto se convirtió en una amigable conversación con pastas de casi dos horas alrededor de una mesa camilla en su ático con vistas al Jorge Juan, hubo tiempo para casi todo. Allí estábamos, en medio de un museo hecho de años y de mucho esfuerzo, rodeados de cuadros y arte por todos lados como testimonio silente de aquel mágico encuentro. Así, poco a poco, fue como fuimos descubriendo a la persona y la fuerza del personaje que se escondía detrás de aquel cuerpo menudo.
Carmen nos hizo un repaso en aquella entrevista, como las otras que siguieron y que esperan poder darse la mano en un libro de próxima edición, a toda su vida, a su lucha titánica como mujer cuando ser mujer en plenitud y en aquel tiempo, finales de la dictadura y primeros años de la democracia, era todavía una auténtica carrera de obstáculos. Allí, recuerdo, nos contó mil y una anécdotas de sus relaciones personales y artísticas con algunos de los más grandes del panorama nacional que habían venido a Alicante gracias a ella, que habían crecido, en parte, por su apoyo a través de la mítica Galería 11 de la calle Belando, llamada así por el número de la calle donde abrió inicialmente sus puertas. Hablamos, entre otros muchos, de gente de la talla del pintor Juan Uslé «al que ayudé en sus inicios aunque hoy ya es un referente en Nueva York», de los artistas del Equipo Crónica Manolo Valdés y Juan Solbes «que estuvieron en Alicante en mi casa…».

Releyendo hoy algunos de los titulares y frases que nos dejó aquel encuentro creo que bastarían unos pocos para darse cuente quién era Carmen: “El pueblo —decía Carmen— sin cultura no es nada y cuando, como ahora, se está pasando mal, si hay cultura hay donde agarrarse”; “En aquella época (años 70) Alicante era provinciana, y lo sigue siendo hoy en día”; “La cultura siempre ha estado unida a la gente de abajo”; o este otro, “Ahí están las revistas del porno que pagan un 4 % de IVA, y nosotros un 21 %”.
La noticia de su muerte me llegaba justo el pasado jueves por la tarde como llegan a veces estas noticias en estos tiempos tan cercanos y lejanos a la vez, en una fría nota de WhatsApp enviada por Lola Mollá. Sabía de su precaria salud, pero al leerla así, de improviso, fue como una mazazo, un golpe duro, seco, de esos de los que cuesta reponerse. La noticia iba acompañada de una pequeña nota reenviada de la que desconozco autor/a pero que, creo, concentra mejor que nada todo lo que fue Carmen, que hace justo reconocimiento a su memoria y que reproduzco en su integridad. Dice así: “Una triste y muy sentida noticia, ha fallecido hoy, 30 de octubre, en Alacant, una excelente mujer, gran luchadora, humanista, solidaria, feminista, comprometida, crítica y profesional del arte, fundadora de la más importante galería de arte de Alacant, apoyo necesario, durante muchos años, para el inicio y la difusión de numerosos artistas de diferentes ciudades, hoy importantes pintores y escultores, con la que hemos disfrutado de amistad y de tantas cosas… Tanatorio de La Siempreviva, sala 4. Estará allí hasta las 12 de mañana».
Y sí, todo eso que se dice ahí —excelente mujer, gran luchadora, humanista, solidaria, feminista, comprometida, critica y profesional del arte, fundadora de la más importante galería de arte de Alacant… — tuve, tuvimos, la impresión que era en realidad Carmen. Y que su apellido —Cazaña— tenía, tiene, esa suave mezcla sonora compuesta con retazos de otras muchas tierras y culturas, ecos de Italia, de Cataluña, de Asturias, quizás también algo de Málaga, su tierra natal, o de Cádiz, «mi Cádiz del alma», su tierra de adolescencia a la que siempre recordaba con tanto cariño y melancolía.
Aquí, a la ciudad de Alicante, llegó —nos contó aquella fría mañana de mayo— de joven por los avatares laborales de su familia, mayormente de su padre, capitán de la marina mercante, quien sabe si también persiguiendo un sueño que el destino le tenía reservado. Y aquí echó raíces y falleció como decíamos el pasado día 30 de octubre en medio de demasiado silencio. Y aquí, en Alicante, nos mostró que los sueños —los propios y los ajenos— pueden hacerse realidad a poco que detrás de ellos haya la dosis justa de determinación y de amor. Que haya una mujer dispuesta a rebelarse contra el destino reservado. Tal como lo hizo Carmen, Carmen Cazaña. DEP.












Comentar