Una publicación de la Asociación de Periodistas de la Provincia de Alicante

Educación

La escuela que cuida: prevenir el acoso y proteger la vida

Fuente: www.depositphotos.com.

Las noticias relacionadas con el suicidio de jóvenes y adolescentes es algo que la sociedad jamás debería normalizar, más cuando está vinculado al acoso escolar, pues requiere que sea tratado con rigor, prudencia y compromiso con la prevención basada en las evidencias. No hablamos de casos aislados ni de meros “conflictos” entre iguales: hablamos de violencia sostenida, tanto presencial como digital, que erosiona la autoestima de las víctimas, modifica la sensación de pertenencia al grupo y distorsiona gravemente las expectativas de futuro de la persona afectada. El suicidio es un fenómeno multicausal, por lo que el acoso escolar no explica por sí solo una muerte, pero puede convertirse en un elemento decisivo cuando confluyen vulnerabilidades personales, factores contextuales y fallos del sistema de protección. Por eso, la única manera responsable de abordar este problema es integrar el conocimiento psicológico y pedagógico con la organización escolar y la salud pública, situando a niños, niñas y adolescentes en el centro de toda decisión.

En España, los datos más recientes muestran que las muertes por suicidio descendieron en 2024 respecto a 2023, con 3846 fallecimientos según el Instituto Nacional de Estadística (dato provisional). La caída encadena dos años de mejora, y el propio Ministerio de Sanidad había avanzado un descenso interanual en el primer semestre de 2024. Estas cifras, sin embargo, conviven con señales de alerta: la mortalidad en población joven exige vigilancia continua y políticas preventivas sostenidas, porque las variaciones por grupos de edad pueden ir en direcciones distintas. Por tanto, no hay lugar para el triunfalismo, siendo necesario reforzar lo que funciona y corregir los retrasos en la detección y la atención temprana.

La investigación internacional es consistente al asociar la victimización por acoso escolar con una mayor ideación e intentos de suicidio en adolescentes. En los últimos años, se han publicado algunos trabajos de investigación que confirman que la victimización se relaciona con una sintomatología depresiva o ansiosa, una baja autoestima y un aumento del riesgo suicida, con tamaños de efecto clínicamente relevantes. En varios modelos, la depresión y la autoeficacia actúan como mediadores: el bullying deteriora el estado de ánimo y la percepción de capacidad, y ese doble golpe incrementa la desesperanza. Esto no significa determinismo, sino que intervenir a tiempo sobre el malestar emocional, las habilidades de afrontamiento y el apoyo social puede cambiar la trayectoria de riesgo.

La vida digital ha multiplicado el alcance y la permanencia del daño. Actualmente, el acoso no descansa al cerrar la puerta del aula, sino que viaja en el teléfono móvil, amplificado a través de las redes sociales, los numerosos chats y las diferentes plataformas audiovisuales. En el último curso, la mal llamada inteligencia artificial (IA), se utilizó en el 14,2 % de las situaciones de ciberacoso escolar reportadas en España (deepfakes, suplantaciones, montajes), un salto cualitativo que complica la recogida de evidencias y la reparación del daño. Las organizaciones de infancia advierten, además, de una mayor intensidad y duración de los episodios y de la pasividad de parte del alumnado observador, clave para romper el ciclo de violencia. La escuela del siglo XXI necesita alfabetización digital crítica y procedimientos claros para preservar pruebas digitales, proteger a la víctima y responsabilizar a quien agrede.

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Desde el punto de vista psicológico, el silencio es contraproducente, pues se convierte en un vector central del riesgo. Muchas víctimas no cuentan lo que ocurre por miedo a represalias, a no ser creídas o a avergonzar a la familia. Ese silencio cronifica la exposición al daño, deteriora el ánimo y reduce la percepción de control, factores que alimentan la ideación suicida. Por ello, el abordaje preventivo no debe limitarse a estrategias formativas de sensibilización, sino a disponer y consolidar canales de escucha seguros (presenciales y digitales), realizar cribados periódicos del clima de aula y llevar a cabo entrevistas breves estructuradas para la detección, empleando preguntas directas, sin minimizaciones. La ventana de tolerancia emocional se estrecha en contextos de amenaza reiterada: proporcionar rutinas predecibles, espacios de regulación y adultos de referencia accesibles es tan clínicamente pertinente como necesario pedagógicamente.

Por otra parte, no se debe olvidar la existencia de un marco normativo que obliga a pasar del papel a la práctica. La LOPIVI (Ley Orgánica 8/2021 de Protección Integral a la Infancia y la Adolescencia frente a la Violencia) concibe la protección de la infancia frente a la violencia desde una aproximación integral, que va de la sensibilización a la detección precoz, pasando por la protección inmediata, la derivación y la reparación. En el ámbito escolar, esto implica la creación de protocolos claros, el compromiso de establecer tiempos máximos de respuesta, la comunicación cercana con las familias y la necesaria coordinación con salud mental y los servicios sociales. No se trata simplemente de mediar un problema entre iguales: se trata de detener la violencia y restaurar la seguridad. El incumplimiento o la activación tardía de protocolos no es una cuestión burocrática, sino un riesgo evitable para la salud mental del alumnado.

La evidencia educativa señala que los programas de centro bien planificados y estructurados, más allá de intervenciones puntuales, son los que cambian culturas. En nuestro país destaca el Programa TEI (Tutoría Entre Iguales), con una lógica sencilla y potente: estudiantes mayores tutorizan a compañeros dos cursos por debajo, generando redes de apoyo, detección temprana y normas informales que desprestigian la violencia. Algunos estudios publicados en España, relacionados con este programa, muestran mejoras en la convivencia, la empatía, incremento de la autoestima y la autoeficacia, con descensos de la victimización y del ciberacoso cuando la implantación es institucional y sostenida. La clave del impacto no está en un taller aislado, sino en que todo el centro (equipo directivo, claustro, alumnado y familias) comparte un marco, un lenguaje y unas prácticas evaluables.

Algunas administraciones, como el Principado de Asturias, han dado pasos para institucionalizar la tutoría entre iguales. Así, anunció su implantación obligatoria en todas las etapas no universitarias de la red pública y concertada, reforzando la idea de que la prevención del acoso no es una materia extraescolar, sino parte del currículo moral del centro. También municipios y centros concretos han iniciado despliegues graduales, con formación docente y sesiones informativas dirigidas a las familias. Este giro de política educativa es coherente con la literatura científica publicada: lo que disuade al agresor no es un cartel en el pasillo, sino una comunidad entera que deja de aplaudir la humillación.

La adolescencia es un periodo de reorganización neurocognitiva en el que la regulación emocional, la sensibilidad a la evaluación de pares y la búsqueda de estatus están especialmente activas. En ese terreno, las experiencias de rechazo y humillación pesan más, y los déficits en habilidades de afrontamiento se hacen más visibles. Por eso, además de trabajar normas y estructuras, conviene entrenar habilidades socioemocionales (identificación de emociones, reatribución cognitiva, autoeficacia, petición de ayuda), y competencias digitales (gestión de la reputación online, privacidad, sistemas de verificación). Es necesario recordar que las intervenciones que establecen y refuerzan la conexión y la pertenencia reducen el riesgo suicida incluso en contextos de adversidad.

Por otro lado, en materia de prevención, cabe destacar que la coordinación salva tiempo y, a veces, también vidas. España cuenta con la Línea 024 (Llama a la vida), gratuita y con servicio 24/7, que ofrece ayuda para contención emocional, orientación y derivación al 112 en situaciones de emergencia. En casos de acoso, el 900 018 018 de la Fundación ANAR atiende a menores, familias y centros con atención especializada. Integrar estos recursos en los protocolos escolares y en los planes de seguridad individuales de alumnado en riesgo no es una recomendación abstracta, sino un estándar de calidad asistencial. La escuela no sustituye a la clínica, pero sí puede acelerar el acceso y acompañar el proceso terapéutico.

Otro elemento clave es la comunicación pública. La evidencia acumulada, recogida en guías del Ministerio de Sanidad, muestra que informar con rigor sobre el suicidio previene: evita detalles del método, rechaza el sensacionalismo y visibiliza recursos de ayuda y relatos de afrontamiento (efecto Papageno). Los centros educativos y las administraciones, junto a los medios de comunicación, deberían alinear sus comunicados con estas guías, para no dañar sin querer, y para contribuir a una cultura de búsqueda de ayuda temprana, libre de estigmas. Siempre deberíamos tener presente que la pedagogía también se hace con las palabras que elegimos y con las que decidimos no pronunciar.

En términos de gestión institucional, una política eficaz exige criterios operativos y medibles: tiempos máximos para activar los protocolos de actuación (en horas, no en semanas), responsables identificados, buzones seguros para informar, observación activa en cambios de clase y patios, y evaluación trimestral del clima en el aula. Detectar puntos ciegos del recinto escolar y redistribuir la presencia adulta reduce oportunidades para la agresión. Al mismo tiempo, los equipos directivos han de establecer obligatoriamente tiempos de formación docente en entrevista con menores, ciberacoso y señales de ideación suicida, así como mecanismos de derivación preferente con salud mental infanto-juvenil. La prevención nunca se improvisa: se planifica, se financia y se evalúa.

Conviene, además, no confundir mediación con protección. La mediación es valiosa en conflictos simétricos; el acoso, por definición, no lo es. En bullying, hablar de acuerdos entre iguales invisibiliza la asimetría de poder y expone a la víctima a nuevas formas de presión. El abordaje correcto delimita conductas, protege, repara y, cuando es necesario, también sanciona. Paralelamente, ofrece a la persona agresora vías de salida que incluyan responsabilidad y aprendizaje, rompiendo la narrativa de que solo hay victimarios y víctimas fijas. El objetivo de la escuela no es castigar por castigar, sino transformar conductas inadecuadas y reconstruir vínculos bajo reglas claras de convivencia pacífica.

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La dimensión familiar no puede quedar en los márgenes de las actuaciones. Es imprescindible ofrecer a las familias itinerarios concretos: cómo escuchar sin culpabilizar, cómo documentar (fechas, capturas, testigos), cómo escalar en la estructura del centro, y cómo cuidarse como cuidadores. Es frecuente el agotamiento en madres y padres que sostienen a un menor victimizado, por lo que también ellos necesitan orientación y alivio. La alianza familia–escuela–salud es clave, pues se convierte en la red que protege cuando el menor está cansado para sostenerse a sí mismo.

El plano comunitario y mediático resultan igualmente importantes. Los comportamientos sociales que premian la burla y convierten la humillación en espectáculo generan exposición y normalizan la violencia. Cambiar la cultura del centro educativo implica también cambiar la cultura del entorno: mensajes coherentes, referentes positivos y oportunidades reales de participación estudiantil en el diseño de la convivencia. La evidencia sobre observadores activos es clara: cuando aumenta la intervención de pares para interrumpir humillaciones y acompañar a la víctima a pedir ayuda, disminuye la tasa de incidentes y mejora la percepción de seguridad de todo el grupo.

Finalmente, resulta crucial mantener una mirada proporcional sobre los datos. Así, un descenso en el número total de suicidios no debe traducirse en menos vigilancia, ya que los intentos y la ideación pueden aumentar, a pesar de tener una mortalidad baja, gracias a las mejoras en la detección y el rescate. Las regiones que han reducido muertes insisten en la importancia del contacto postcrisis, los circuitos rápidos de derivación y el establecimiento de campañas específicas para jóvenes. Esto refuerza una idea esencial: cada eslabón, formado por el tándem escuela-familia-salud-comunidad, tiene una tarea distinta y todas son necesarias e imprescindibles.

La exigencia ética es alta porque el bien a proteger es mayor: la vida y el proyecto vital de quien aprende. En un país que ya ha demostrado que la prevención puede doblar la curva, toca pasar a la acción. En la práctica, esto significa: activar a tiempo los protocolos y movilizar los recursos necesarios, acompañar sin juicio, educar en habilidades socioemocionales y digitales, construir alianzas sostenidas y comunicar con responsabilidad. Cada vez que un centro escolar traduce un protocolo en una acción concreta en el plazo de 24–48 horas; cada vez que un tutor o una tutora identifica a tiempo señales de ideación y ayuda a elaborar un plan de seguridad; cada vez que un grupo de iguales corta una burla antes de que anide, ampliamos el margen de vida. Si esta generación tiene derecho a algo, es a centros educativos cimentados en el respeto, la tolerancia y la convivencia pacífica, arraigados en los valores universales, que no toleren para su alumnado la humillación como precio de admisión o pertenencia. Tampoco debemos olvidar que también tienen derecho a la presencia de adultos, profesorado y otras figuras de referencia, que no abandonen su puesto cuando más se les necesita, pues la vida de un niño, una niña o un adolescente no es negociable ni tiene precio.

V Jesús Martínez

Divulgador educativo.

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  • Muy interesante, muy pedagógico, muy digno de ser colgado a las puertas de colegios e institutos para ser leído y meditado por directivos, profesores y padres de alumnos… Y por éstos últimos.