Ignoro cuántos lectores jóvenes y de mediana edad tengo, pero estoy seguro de que casi ninguno de ellos tiene memoria de la década de los 60 del siglo pasado que está ahí muy cercano para los de mi generación, pero muy lejano para millones de españoles que acaso no han escuchado, ni una sola vez, aquella frase que fue bandera contra la Guerra de Vietnam en Estados Unidos y que se trasplantó a Europa con éxito global bastante duradero. Esta es la leyenda: “Haz el amor y no la guerra”. La escribió a mano, en su suéter, un estudiante de la Universidad de Oregón, Gershon Leman, y la lució con éxito en una manifestación contra la guerra vietnamita que tantas vidas jóvenes de América del Norte se cobró. Era el mes de abril de 1965. Han pasado 60 años y, para muchos de los que tenemos más de 80, aún nos parece que ocurrió ayer, haciendo verdad aquello de que con los muchos años regresamos a la infancia y acaso a la juventud para confirmar que no es cierto eso de que ‘cualquier tiempo pasado fue mejor’. Y mira que los actuales son malos de verdad.
Tenemos, acaso, más guerras que nunca y eso que las hubo siempre y terroríficas como las dos mundiales del cercano siglo XX. Ahora son más sofisticadas y se mata a distancia. Mueren algunos soldados, pero están muriendo muchísimos civiles, porque los ejércitos más terroríficos matan a distancia y los misiles no distinguen, a cientos o miles de kilómetros, entre soldados, mujeres, ancianos y niños. Ya no hay manifestaciones contra las guerras. Nos conformamos con pedir la dimisión de Mazón y de Pedro Sánchez.
Pasamos de las guerras y acaso pasamos de las pancartas que reivindicaban el amor frente a aquellas. Son buenos tiempos para las guerras, porque siguen ahí, y malos tiempos para el amor, que ya no lo hay del de antes y ha sido sustituido por la pornografía y el escándalo de algunos dirigentes políticos que combaten en el Congreso la prostitución y (algunos) luego se van de putas y pagan con dinero de todos los ciudadanos, que hay que tener cara para hacerlo y luego negarlo cuando salen de declarar ante los jueces. A uno de ellos le han sacado unas declaraciones televisivas no muy recientes diciendo “soy feminista porque soy socialista”. Por la inocencia de algunos de los apestados ponían ciertos ministros y ministras la mano en el fuego y ahora aseguran que les producen rechazo y asco.
Siempre he pensado (alguna vez lo he dicho) que una cosa es la coyunda y otra el amor. No hay que confundir las cosas. Y con la famosa frase ‘haz el amor y no la guerra’ creo que hay que afinar y no confundir ‘hacer el amor’ con ‘amar’ en las relaciones íntimas. Quiero decir que se puede tener sexo sin amor, simplemente para satisfacerse, incluso mutuamente por el puro placer sexual, pero sin que haya amor. El ideal es la práctica del sexo con amor, pero es evidente que no siempre hay amor en la práctica del sexo. Muchas veces hay egoísmo mutuo en el mejor de los casos y, en ocasiones, puro egoísmo unilateral, generalmente por parte del varón.
Uno de los filtros para distinguir entre amar y hacer el amor es la fidelidad o infidelidad en la pareja. Los hay tan necios que, para no considerarse adúlteros, se han inventado la pareja de amor libre. Pueden hacer el amor con otras personas, pero sin renunciar a su compromiso esencial de pareja. No se sabe cómo pueden conciliar la pareja de dos siendo realmente ‘pareja’ de tres, cuatro o los que se tercien. ¿Aberrante? Nada es aberrante para ciertas personas en nuestros días, una vez que se ha acabado con la familia tradicional y se han inventado 14 o 15 modelos de familia. No hay sólo amor de pareja, sino de tríos, cuartetos, quintetos y lo que se tercie. En realidad, lo que no hay es amor, sino sexo. Lo más hilarante es que aún hay gente que cree (dice) que hay tabúes en materia de sexo.
Hemos dado pasos de gigante, tristemente, en amoralidad, en relativismo. La falta de ética se ha generalizado. Hablo de ética natural, de principios básicos inherentes al ser humano, más allá de las creencias religiosas, muchas de las cuales, como no podía ser de otra forma, coinciden en lo fundamental, con los principios de la ética humana, la que proviene de la dignidad de la naturaleza humana. La gran lacra de estos tiempos es que no hay principios.
El machismo, en el fondo, es la lacra surgida de matrimonios y emparejamientos sin amor; de parejas que no tuvieron un noviazgo lo suficientemente prolongado para conocerse a fondo, con sus defectos y sus virtudes, con sus coincidencias y sus disidencias, pero convencidos de que harían la travesía, con hijos o sin hijos, pero juntos, amando casi todas las mismas cosas, sobre todo a ellos mismos por encima de cualesquiera dificultades. Sin cuernos, sin adulterio, ni siquiera de pensamiento; sin más hombre que el tuyo, ni más mujer que tu esposa. El gran enemigo del amor es el egoísmo.
Soy un forofo de san Agustín, al que leo de vez en cuando, como a santa Teresa y san Juan de la Cruz. De Agustín de Hipona tengo en mi biblioteca Las Confesiones y La ciudad de Dios, pero su famosa frase «Ama y haz lo que quieras» (él la escribió en latín, que era lo que se hablaba en el imperio romano, en los siglos cuarto y quinto, cuando él vivió: ama et fac quod vis), no se encuentra en ninguno de esos libros, sino que forma parte de una de las homilías que escribió, concretamente en la séptima, sobre la primera carta de san Juan Evangelista a los partos. Esto (y muchas más cosas interesantísimas) dice san Agustín: “Ama y haz lo que quieras. Si callas, calla con amor; si gritas, grita con amor; si corriges, corrige con amor; si perdonas, perdona con amor. Exista en ti la raíz de la caridad; de dicha raíz no puede brotar sino el bien”.
Me gustaría concluir reiterando que la mejor forma de acabar con las guerras es predicando y, sobre todo, viviendo el amor y no el odio. Y predicando lo que leo en una alfombrita que hay a la puerta de un piso en mi comunidad de vecinos: “En esta casa hay amor del bueno”. No lo olviden: hay amor del bueno y otro que es egoísta. Creo que de ambos (y del amor divino, el mejor y raíz de todos, claro está) se habla también en la famosa obra de la literatura española del siglo XIV Libro del buen amor, de Juan Ruiz, arcipreste de Hita, un pueblo de Guadalajara que el próximo 5 de julio celebra la 63 edición del Festival Medieval en homenaje al clérigo y a su famosa creación poética del Mester de clerecía, festival con resonancia internacional.
Conclusión final: no es lo mismo ‘hacer el amor’ que ‘hacer sexo’; no es lo mismo respetar la dignidad de la mujer, compañera o esposa, que tratarla como un objeto que se usa y se arroja al olvido; no es lo mismo cantar a una chica con mimo que creer que se rompen tabúes con la palabra ‘zorra’ repetida treinta y tantas veces en cuarenta y tantos versos. Y no digo todo esto porque tenga 88 años recién cumplidos. Lo digo en nombre de ‘mi verdad’ y deseando que ésta coincida con ‘la verdad’ que nos hace libres y pensando que se dicen (y hacen) muchas tonterías en nombre de la libertad.
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