Una publicación de la Asociación de Periodistas de la Provincia de Alicante

Palabreando

Puebleando

Fuente: Freepik.

Prefin de semana que nos hemos ido a un precioso pueblo del interior donde hemos descubierto un mundo completamente diferente al que convivimos de diario. Anécdotas todas y más.

La primera es que, antiguamente —y no me refiero a la época de los romanos, sino a la de cuando íbamos con mi padre en su Renault 12 ranchera color amarillo pálido, donde nadie se ponía el cinturón porque no era obligatorio y tampoco había silleta para menores porque, de lo contrario, algunos de nosotros tendríamos que haber viajado en el maletero o en la baca—, pues se planificaba el viaje antes de la salida, se estudiaba más o menos el itinerario y, lo más importante, se llevaba un mapa. Un mapa de papel de esos como las recetas de los medicamentos, que te arriesgas a abrirlos y a no poderlos doblar nunca más como cuando te atreviste a semejante hazaña. Hay valientes que han preferido ir a la guerra o a misiones imposibles antes que desplegar un plano. De hecho, tanto en los planos desplegables como en los medicamentos, yo pondría un aviso: de igual modo que ponen «manténgase fuera del alcance de los niños», pues «absténgase de abrirlos personas con problemas de ansiedad en todas sus facetas y consecuencias».

Bueno, que me voy por las ramas. Y llegabas. No sé cuándo, pero lo hacías. Hoy, ahora, no. Hoy, ahora, la gente se viene arriba con el Google Maps —que está muy bien, pero como toda aplicación de vecino, tiene sus limitaciones—. Evidentemente, voy a saltarme eso de carretera desconocida, que ya te da miedo, que si no la conoce este desde el espacio, con visión satélite, te genera inseguridad. Pero bueno, tú tiras, porque como lo hace todo el mundo, le pones el destino y él dirigiendo y redirigiendo te va indicando, pasándoselo pipa, sabiendo que el control de tu destino está en sus manos, y que te puede pegar vaciladas como la de hacerte dar vueltas sobre la misma carretera más de tres veces. Intuyo un plan de diversión, en plan «que yo también me aburro y eso de veros dar vueltas sobre el mismo lugar como en el circo romano, a 200 metros gire a la izquierda en la carretera X y luego a la derecha y luego a la izquierda en dirección Y, pues me entretiene». Así, estuvimos 20 minutos en un bucle temporal y espacial como en la peli de Atrapado en el tiempo pero sin la marmota Phil (desde la localidad Punxsutawney, en Pensilvania, Estados Unidos).

Al final pasamos de la máquina, nos metimos en un pueblo, que no era nuestro destino, y decidimos convertirnos en una Alexa personal. Vamos, que preguntamos a las personas. De hecho, entré en un centro de salud. Ahí siempre hay mucha peña, tanto en la sala de espera, como en el mostrador, y alguno sabría contestar.

Bueno, pues eso, que eso de estar tomando drogas legales medicinales es lo que tiene. Tuvimos tantas posibilidades de tomar senderos que traté de utilizar al mismo tiempo el comodín de la llamada, del público y del 50 %. Menos mal que apareció por allí un guarda forestal y le pregunté. Su primer impulso, como suele suceder en estos casos, es mirarte, hacer ese gesto con el cuello y rascarse la barbilla con fruición, como diciendo: «estás justo en la otra punta de donde deberías tomar la circunvalación», pero como es guarda te lo va a indicar porque si no, queda peor que Google Maps. El caso es que su ayuda fue de utilidad, salvo que comenzó diciendo: «pues doblas a la derecha en el semáforo, cuando llegas a Pozotuerto sigues por… y cuando llegues a Brisalatina, pues ya te lo indicará un cartel».

Imagen generada con ChatGPT.

Me explico, los nombres son inventados y los puntos suspensivos lo son porque dijo tantos nombres por en medio que tan sólo recordé el primero y el último. Evidentemente, él se rascó la barbilla, pero yo no iba a quedar mal diciendo: «¿me puedes repetir el menú de los pueblos que hay que atravesar?». Total, que me quedé con el primero y di por hecho que había escuchado el último. No le quise decir: «agente, es que el lunes me ponen audífonos porque tengo un 30 % y 60 % y habla tan rápido y flojito que no me he enterado». Dignidad y orgullo ante todo.

—Muchas gracias, ¿me ha dicho al doblar el semáforo?

—Pozotuerto.

—Y pondrá un cartel…

—Al llegar a Brisalatina.

Esto lo utilicé rollo psicología barata, en plan me he enterado pero te lo recuerdo por si te has equivocado y te reafirmas en tus palabras, que he estado en la Playa de San Juan viendo cómo a turistas que preguntaban se les daban cien mil direcciones y tan sólo con decir date la vuelta, la playa es lo que tienes detrás, eso de agua y arena.

Con los ánimos recargados y los nombres de inicio y fin listos, venga, vamos a darle el perdón al Google Maps. Lo enchufamos de nuevo, pero porque no hay que ser rencorosos a pesar de que el trayecto inicial era de algo más de dos horas y media y cuando llegamos a Villaescaloni habían transcurrido algo más de cuatro horas y media.

Cuando logramos aparcar —Porque a pesar de que en algunos pueblos uno puede aparcar donde le da la gana, da la casualidad de que para llegar a nuestra casa rural no se podía llegar en auto, con lo que había que dejar el coche casi en Brisalatina y echar a andar cargados como mulas. Y ahí me habría gustado ver a Ulises en su Odisea—. Vas caminando por una cuesta empedrada y pasas por un canto de sirenas que son un montón de bancos con personas que no bajan de los 80 mirando cómo avanzas, rollo escaparate, y murmurando (pues eso, cual canto de sirenas). Unos bancos que en lugar de dar al paisaje que hay detrás, pues no, pues dan hacia la carretera, hacia donde va subiendo la gente. Eso sí, como es de ley, separados por sexos, los hombres en un lado y las mujeres en el otro, bancos separados y sexos también. El espectáculo es ver a la peña que va llegando al pueblo como en los juegos del hambre, a ver quién logra subir la cuesta cargado con maletas y a ver quién cae hacia atrás (Barcala, patinetes para la tercera edad viajera para las cuestas). Creo que después de ver las montañas durante toda su vida, eso es lo más divertido.

Alcanzamos el lugar con la lengua fuera. Todo muy bonito, sin wifi, sin apenas cobertura, eso sí la gente encantadora. La casa eran tres pisos; por supuesto, las habitaciones arriba. Después de sacar la bombona de oxígeno, de subir esa rampa cargado, un poco más porque esos escalones que daban al primer piso no eran normales, eran como dos de aquí y claro, piensas por qué no dormimos y lo hacemos todo aquí abajo, qué necesidad hay de romperse la lumbar nada más llegar… Y bueno, siempre está quién dice: «¿vamos a dar una vuelta por el pueblo, no?». Siempre suele ser quien ha cargado menos y está más fresco. Y piensas «si hubieras llevado tú las maletas y las bolsas subiendo esa cuesta que ni el Tourmalet a lo mejor hasta caerías desplomado en el sofá, pero como todos somos muy así y nadie quiere parecer ni vencido ni aburrido, pues venga».

Imagen generada con ChatGPT.

Y empiezas a caminar y ves que todo es empedrado, y en un flashback recuerdas «por menos me caí dos veces en Cuenca». Ya vas con otra seguridad, vamos, que te agarras a todas las barandillas como si tuvieras cien años.

Y el pueblo, que está enclavado en un valle de Castilla-La Mancha, que es precioso, se basa en una especie de desconstrucción de la muralla China versión Tetris, es decir, todo son escaleras, escalones , cuestas y rampas con tanto desnivel apiñadas como quien va girando un cubo de Rubik. Que Rocky jamás habría llegado ni de casualidad a subir y menos a pegar botes allí arriba. Eso necesita días para alcanzar cada rampa a pesar de que la gente de allí, y hablo de mujeres de 90 años, subían las rampas y las escaleras y nos dejaban detrás y mirando como diciendo: «menudos pardillos de ciudad, no les damos ni dos días».

El pueblo tiene cosas curiosas, como que por las mañanas te hacen un bando de lo que se va a realizar por un altavoz que se escucha en todo el valle. Como lo que antiguamente se realizaba en la plaza del pueblo: “Se hace saber que, por orden del señor alcalde…”. Pues ahora con megafonía y te anuncian que hay que ir al día siguiente a limpiar el cauce, que a las 11 hay misa de funeral, que hay mercadillo, que no se aparque en tal o cual zona. La verdad es que lo tienen todo genial.

Al día siguiente cogimos el coche para ir a un pueblo más o menos cercano que nos habían dicho, que había una ruta de las esculturas que es un lugar donde artistas esculpen sobre la piedra de la montaña obras alrededor del valle del río, en Bogarra. Una auténtica preciosidad. De hecho, en la plaza de ese pueblo había una especie de figura de unos libros donde debajo había una biblioteca para que la gente pudiera coger y leer y devolverlos, digno de ver el lugar. También hay una cascada pero, como yo tengo vértigos, pues como que yo me quedé, pero dicen que es una maravilla.

Bueno, de vuelta al pueblo y a la casa ya estábamos muertos mataos, porque todo por ahí todo son cuestas para arriba, cuestas para abajo. No hay nada en plano. Se te cae una pelota y cómprate otra, porque es mejor eso que ir a buscarla y tener que subir. Pero que bueno, que nos pasaban ciclistas cargados de trastos a los hombros y nosotros íbamos andando y sin peso.

(Veganos saltarse este párrafo). Y lo mejor, la carne para comer. Sabrosa no, lo siguiente y te la cortan a mano y no como en algunos sitios que he ido a comprarme una pechuga de pollo que la pesan con el ala y el hueso para cobrarte a peso y luego sólo te dan la pechuga. Que caraduras los hay en todos lados. Picaresca vamos a llamarlo.

Lo que no mola es que la peña no recoge la caca de perro. Toda la calle está llena de cacas y de hecho, yo mismo vi cómo un vecino sacaba al perro de su casa, paseaba, se ponía a cagar a dos casas, no lo recogía y volvía a la suya, que yo pensé: «pues que cague en la puerta de tu casa, tío listo».

Para volver, el amigo Google Maps ya fue más avispao. Se ve que se pensó. «a ver si estos me van a volver a desconectar». Y la verdad que la vuelta a casa fue muy tranquila porque lo cierto es que las carreteras y la autovía están en perfecto estado.

Al llegar a casa, por supuesto, el entierro del papa en todas las teles, como debe ser un acontecimiento tan universal (se sea o no creyente) e importante a nivel cultural. Ahora a ver si la fumata blanca cumple o no con la profecía de Nostradamus.

Para comer pedimos pizza a un local de esos de llevar a casa donde las ofertas del 2×1 son cada vez más, y donde la comida y los ingredientes son tan mínimos y los esparcen tanto, para disimular, que para comer pan con tomate ya me lo hago yo.

Canción, Candle in the wind, de Elton John.

Libro recomendado, El jardín flotante, de Pepe Calvo.

 En fin, que ustedes lo lean, lo pasen y  lo paseen bien.

Bruno Francés Giménez

Escritor de serie B.

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