Acabo de meter al gato en la lavadora; eso sí, en un programa corto. Estaba muy sucio y ha sido imposible tomar otra decisión. Me queda al menos haber intentado bañarlo en la bañera, en un cubo de basura nuevo y grande. También lo llevé a la peluquería de animales, no a una peluquería convencional de animales convencionales. El caso es que se escapó de la jaula que parecía de grillos y se entretuvo un buen rato con un par de periquitos hasta que dejaron de mover las alas.
Además, Adela, la chica que se ocupa de esas cosas, no quiere volver a verme por allí, aunque la recoja en mi viejo 600 descapotable y vayamos a caminar descalzos por el parque. Ella podría ser por unas horas la preciosa y risueña Jane Fonda, y yo de alguna manera Robert Redford.
Luego, a la llegada inexorable de la tarde, cada uno cogería un camino de vuelta a casa y seguiría soñando. Es lo que hacemos cada mañana para poder atarnos las zapatillas con velcro, lo que hacemos poco antes de abrir el día de las prisas, las expresiones torcidas y atormentadas, la acera convertida en una jungla de bicicletas y patinetes y carros de compra vacíos, porque hoy no hay quién coño los llene.
El peatón, como lo hemos conocido, está en serio peligro. Todo son carriles para cosas, para mercancías, para taxis, autobuses y trenes, siempre que no vuelquen y se salgan de la vía sin ton ni son y monten un lío de la polla, precisamente casi en fin de semana, que jode —y mucho— a los pasajeros.
En fin, con todo esto he olvidado sacar al gato de la lavadora y no sé cómo me lo voy a encontrar. He tomado la precaución de comprar una pequeña botella de oxígeno, un impermeable de lana sin mangas y una caja de ibuprofeno, porque parece que sirve para todo, aunque no sé muy bien si a un gato se le puede dar, y en ese caso cuál es la dosis correcta.
Además, en mi defensa, le dejé un kit de supervivencia con todas las instrucciones al detalle, pero es cierto que estaban en chino y albanés. El kit venía muy completo: unas gafas de bucear, uno de esos tubos para respirar, unas aletas y la advertencia en tinta roja de que solo abriera la lavadora después del centrifugado.
¡¡¡Un segundo!!! Parece que el muy cabrón está ronroneando.
Por lo demás todo bien.
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