Conocí la existencia del libro un verano de 2017 haciendo un curso sobre narrativa en la Menéndez Pelayo. Me lo mostró una profesora neoyorquina que daba la asignatura de Literatura Española en una universidad de su país. No asistía a clases porque pasaba las mañanas en la playa, a pesar del sirimiri y de las aguas frías, pero después de la cena, en las escaleras del Palacio de la Magdalena, oyendo el mar, nos reuníamos para hablar de Literatura. Era julio, eran otros julios, de chaqueta de punto contra la brisa del Cantábrico.
Ella fue quien me dijo que el poeta de Moguer tenía mucha obra inédita y que un investigador la estaba sacando a la luz. El profesor se llama Antonio Expósito y había recuperado varias obras que llevaban escondidas casi cien años. Para ello buceó en los archivos, centrando su actividad en dos: el del Recinto de Río Piedra de la Universidad de Puerto Rico y el Histórico Nacional de Madrid. Mi compañera se entusiasmó tanto hablando de los últimos poemas que me faltó tiempo, cuando regresé a Valencia, para adquirirlo.
Me encontré con un volumen publicado por la editorial Linteo, un trabajo muy cuidado de edición, impreso en buen papel y que gustaba acariciar. La reseña dice:
«El conocido platonismo de JRJ se hizo carne apasionada en Libros de Amor y halló el cauce para mostrar la fina y sensual voluptuosidad lírica. Los poemas revelan un JRJ desconocido hasta ahora, cuyos versos lujuriosos lo alejan aparentemente de su famosa espiritualidad».
Sí, me encontré unos poemas intimistas, de confesión sentimental, sensuales, eróticos, explícitos y carnales, en los que, como siempre, buscaba la belleza y donde ya muestra su evolución desde una poesía sencilla hacia el Modernismo. Me sorprendió conocer a un poeta que refleja la pasión amorosa en sus poemas ocultos. Una faceta ignorada del creador de Platero al que leíamos en el colegio, como un poeta “blanco”, delicado, detallista, tierno, monógamo, de imagen bucólica, autorizado para menores. Estos poemas demostraban que había tenido una juventud movida, un pasado turbulento en conquistas del que poco se sabía.

Allí, en el sanatorio del Rosario, en la calle Príncipe de Vergara de Madrid, pasó entre 1901 a 1903 dos años «de los más felices de mi vida», según dijo el poeta. Se ingresó por indicación del doctor Luis Simarro para curar una depresión. Si os acercáis por esa dirección podréis ver su ventana en el segundo piso de la clínica, desde donde se contempla el jardín y la palmera a la que alude a veces, también la pérgola en la que se solía sentar todas las tardes. Pero del sanatorio acabó expulsado por la madre superiora con la que también anduvo en amores. Eran demasiadas las habladurías que provocaba, no solo por las visitas de sus amigos Machado, Valle Inclán, etc., sino por el escándalo que motivaron sus relaciones con tres jóvenes religiosas: la madre Amalia Murillo, la hermana Filomena y Pilar Ruberte. A ellas dedica varios poemas, pero los más ardientes fueron los que inspiró esta última, a lo que hay que añadir las confesiones de Juan Ramón en sus diarios íntimos. En ellos reconoce que se habrían convertido en amores más duraderos. De la novicia dice: «Podía haber sido mi novia blanca». Pero no son tan blancos los recuerdos fogosos con que la rememora:
«Hermana Pilar, ¿tienes aún tan negros tus ojos?
¿Y tu boca tan fresca y tan roja?
¿Y tus pechos...? ¿Cómo tienes los pechos?
Ay, ¿te acuerdas cuando entrabas en las altas horas en mi cuarto,
cuando me llamabas como una madre,
cuando me reñías como a un niño?».
«¡Hermana! Deshojábamos nuestros cuerpos ardientes
en una profusión sin fin y sin sentido...
era otoño y el sol —¿te acuerdas?—
endulzaba tristemente la estancia de un fulgor blanquecino...».

La hermana Pilar Ruberte, señalada con una flecha, entre otras monjas de la congregación.
En su diario:
«Cuando huía, en un vuelo de tocas trastornadas,
de la impetuosa voluntad de mi deseo,
se refugiaba en un rincón como una gata...
pero sus uñas eran más dulces que mis besos...».
La publicación de este libro provocó la protesta ante la editorial de las religiosas de la congregación de las Hermanas de la Caridad de Santa Ana, que siguen al frente de la clínica.
Opinaba Expósito que el poeta no los llegó a publicar en vida para no ofender a Zenobia, otros críticos sostienen que ella los conocía, pero no lo permitió.
Las conquistas de Juan Ramón no sólo fueron en el convento, sino también con campesinas de su pueblo y con mujeres casadas. El libro recoge los poemas que dedicó a María Teresa Flores Íñiguez, Blanca Hernández-Pinzón, Rocío Almonte, Francina, la cocinera de la clínica de Castel d’ Andorte donde también estuvo ingresado por depresión. También a Luisa Grimm y Jeanne Roussié, estas dos últimas casadas. Roussié, concretamente, era la mujer del doctor Jean-Gaston Lalanne, que había acogido en su casa al poeta para tratarlo. Él tenía 19 años y ella 29 y leyendo su diario nos queda claro que, según él, su relación fue solo carnal.
«Lo mentido era escudo forjado por los dos
a los actos más bajos; ella ansiaba... saciarse
por si la vida no le daba el goce... honrado...
Yo iba sólo por un afán de novedades...».
No estaría tan deprimido, pues en sus diarios se encontró la siguiente anotación:
«Me trasladé allí no porque estuviera enfermo, sino porque necesitaba vivir ente árboles».
Los domicilios posteriores de Juan Ramón en Madrid siempre estuvieron en los alrededores de la clínica y desde el último, en la calle Padilla, donde se le recuerda con una lápida, se veía el jardín.

Antonio Expósito publica en este libro 25 poemas inéditos de los 3600 que tiene catalogados y comenta:
‹‹Tanto este libro como Ellos, también editado por Linteo, muestran al poeta alejado de su imagen huraña en permanente exilio interior. Además, prueban que hay gran parte de su obra que no se basa en ensoñaciones, sino en experiencias reales››.
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