Una publicación de la Asociación de Periodistas de la Provincia de Alicante

Sin recortes

Donde hay miedo hay despotismo

Fuente: The White House.

Vaya por delante que utilizo como titular el del artículo de opinión que ayer mismo publicaba el catedrático de Ciencia Política de la Universidad Autónoma de Madrid (UAM), Fernando Vallespín, en el diario El País. El autor aplica este concepto a partir de la estrategia agresiva, rápida y avasalladora utilizada por el presidente de los Estados Unidos de América, Donald Trump, y su entorno en distintos ámbitos como la política, los medios de comunicación y el sistema judicial. Es lo que el catedrático de la UAM llama blitz trumpiano, inspirado en la táctica militar del blitzkrieg (guerra relámpago) utilizada por la Alemania nazi en la Segunda Guerra Mundial, que consistía en ataques rápidos y coordinados para abrumar al enemigo antes de que pudiera reaccionar. Así, en el corto espacio de tiempo de su presidencia, ha realizado ataques mediáticos y narrativos, difundiendo múltiples afirmaciones falsas o exageradas en poco tiempo para desviar la atención o frenar la oposición. Del mismo modo, ha presentado demandas, acusaciones o ha desafiado normativas de manera simultánea para generar caos y retrasar procedimientos. Un uso intensivo de redes sociales ha llevado a la publicación de una avalancha de mensajes, insultos o desinformación para controlar el discurso público. Todo ello con la voluntad de movilizar a sus seguidores con retórica incendiaria, eventos masivos y denuncias de conspiraciones.

La lista de despropósitos del líder republicano es infinita. Sin tener en cuenta ningún tipo de efectos secundarios de sus soflamas, busca la adhesión completa de los suyos, sin ser consciente de las consecuencias irracionales de sus discursos. Como bien apuntan miembros de su entorno, quiere cambiar el entorno internacional surgido tras la Segunda Guerra Mundial, pero sin ser consciente hacia dónde va. Un salto al vacío que, más allá del rompecabezas constante que está siendo para la mayor parte de la comunidad internacional, provoca en algunas ocasiones sensaciones de vértigo en una ciudadanía del planeta que es consciente de nuestra fragilidad como sociedad. Una cosa es cierta, Trump ha conseguido no dejar a nadie imparcial: o se está de acuerdo con sus propuestas o se está en contra. No hay término medio en un discurso que genera la adhesión o el rechazo por partes iguales, tanto dentro como fuera de sus fronteras. Ya lo advertía la filósofa alemana de origen judío Hannah Arendt en Los orígenes del totalitarismo (1951): «El objetivo ideal del totalitarismo no es tanto la dominación tiránica de los hombres, sino un sistema en el que los hombres sean superfluos, en el que el miedo y la inseguridad sean tan omnipresentes que el pensamiento independiente se vuelva imposible». El miedo en el ser humano se activa a partir de un proceso hormonal complejo, desde la percepción del peligro que genera la amígdala del cerebro, a la activación que genera la liberación de cortisol, la adrenalina y la noradrenalina. Una base química para entender la fuerza que algunos líderes con tendencia totalitaria pueden aplicar sobre la ciudadanía.

La reflexión de la filósofa Hanna Arendt parecía tener una continuación con el psicólogo suizo Carl G. Jung que, en El hombre y sus símbolos (1964) apuntaba que «cuanto más grande es la ignorancia, mayor es el miedo; y cuanto mayor es el miedo, más dispuestos están los hombres a someterse a un líder que prometa seguridad a cambio de obediencia ciega». Podemos así entender cómo el miedo y la ignorancia son herramientas clave de los políticos mediocres y despóticos, que pretenden manipular a las masas sin resistencia racional. Buscan su aprobación sin fisuras, acallando cualquier atisbo de voz crítica, ridiculizando al adversario y exigiendo una fidelidad sin límites. El ejemplo del actual inquilino de la Casa Blanca es perfecto para entender esta deriva autoritaria que ya hemos percibido en distintos momentos de nuestra historia. Por este motivo, pues, es fácil entender el apoyo mutuo observado con otros políticos con tendencia despótica, como el mismo presidente de Rusia, Vladimir Putin, y tantos otros de su entorno. Podríamos extender este análisis tanto a la política internacional como nacional, autonómica o local, incluso en otras entidades que eligen democráticamente a sus representantes. La demagogia de la mediocridad no tiene límites: se abusa de la mentira y de la falsedad, de la exaltación del líder frente al contrincante, sin ofrecer una gestión de gobierno solvente y a la altura de las circunstancias. Una tendencia obvia si quien ha asumido la responsabilidad del gobierno no tiene las cualidades imprescindibles para llevar adelante su mandato. Con el respaldo de las urnas, mediatizado por factores diversos, no se obtiene el conocimiento para ejecutar con excelencia las funciones necesarias de su cargo.

Acabo con una de las conclusiones del artículo de Fernando Vallespín: el miedo es incompatible con la libertad, y la función de los poderes públicos no debe ser la de infundirlo, sino, por el contrario, el aliviarnos de él. Forzar el silencio, limitar el desmarque, atenta contra uno de los valores clave de la sociedad contemporánea. Estamos frente a una nueva era, con unas redes sociales inexistentes hace un cuarto de siglo, que se han convertido en una arma de disuasión y de fortalecimiento del pánico a llevar la contraria. Seamos conscientes de ello, utilicémoslas libremente y no nos dejemos presionar por quien tiene únicamente intereses personales, aunque defienda que lo hace en beneficio de todas y de todos. En juego está nuevamente nuestra supervivencia como especie en un mundo donde busquemos el interés general y no el aprovechamiento de unos pocos. Rompamos con el miedo.

Carles Cortés

Catedrático de universidad y escritor.

1 Comment

Click here to post a comment

  • Muy interesante artículo, Carles, como todos los tuyos. Ultraderechistas y ultraizquierdistas, regímenes neonazis y neocomunistas, están acabando con el humanismo greco-romano-cristiano que hizo grande a la civilización occidental. No hay principios, ni siquiera los de la ley natural. Nos hemos cargado la verdad y nos gobiernan, en todas partes, sobre la mentira mil veces repetida y que nos tragamos sabiendo que son sapos repugnantes presentados como delicias. Europa, más que rearme militar necesita rearme espiritual, rearme humanístico y no veo que vayan por ahí nuestros mediocres líderes de la UE. Un saludo cordial.