Una publicación de la Asociación de Periodistas de la Provincia de Alicante

Trescientas... y pico

El problema de la COP28 está (también) en el cubo de la basura

Imagen generada por ordenador de la basura en la órbita baja del planeta (Fuente: Galería de la NASA)

No hace tanto, aunque parezca que sucedió hace siglos, la vida discurría sin apenas basura, al menos basura no productiva, ese extraño cuerpo que de tanto crecer y crecer ha empezado a adquirir vida propia y amenaza con echar de sus estancias a sus propios creadores. Cada vez más se podría decir que somos más lo que tiramos, más lo que nos sobra, la forma como gestionamos esa misma basura.

No hace tanto, las macro plantas de reciclaje directamente no existían o eran una rareza, pero hoy, en cambio, sobre todo desde que la movilidad motora empezó a adueñarse del mundo y el plástico se convirtió en el rey del envoltorio, la basura nos inunda, nos persigue como sombra amenazante. Es la parte no visible, esa que tanto cuesta de ver, pero que va pareja a ese gran reto de hacer frente al cambio climático, esa serpenteante cuestión que estos días, otra vez, está a debate.

La basura, bien que lo sabemos, es hoy una de nuestras mayores amenazas. Es como un cuerpo extraño, que se nos ha inoculado de forma silente y que, poco a poco, se va apoderando de nuestras casas, de nuestras ciudades, de nuestros montes, nuestros mares. Un pequeño objeto viaja cientos, cuando no miles, de kilómetros, envuelto en forros gigante de papel, de plástico. Comprar fruta, verdura, legumbres sin envasar es casi misión imposible. Este es el paisaje que nos rodea aunque no queramos verlo. Cada ciudadano europeo producimos una media de 425 kilos de basura al año, y mucha de ella gracias a esa fuente de energía que hemos convenido en llamar combustibles fósiles.

Justo estos días Dubái, uno de esos petroestados nacidos en medio de la nada y con vocación de contradecir las leyes de lo posible, que se ha convertido junto a sus hermanos árabes en medio dueños del planeta a través de sus gigantescos fondos extraídos de la industria petrolera, se celebra la COP28. Es esta una de esas cumbres climáticas que de tanto en tanto pretenden convencernos de que hay voluntad, pero que, una y otra vez, se salda con el oxímoron de avanzar en la salvación del planeta echando gasolina al fuego.

Lo resumió acertadamente el secretario general de la ONU, António Guterres, al denunciar el actual estado de cosas nada más pisar el cemento o el asfalto de un país cuya superficie es ya desierto en un 80 %: “No podemos salvar un planeta en llamas con una manguera de combustibles fósiles”. Guterres es hoy la voz perdida de la conciencia de un mundo y un mercado donde la conciencia cotiza muy a la baja, más o menos como la ONU, un jarrón chino en el salón donde los ricos y poderosos se juegan nuestro futuro en una timba de opacidad y voracidad.

António Guterres. Fotografía de Quirinale.it (Fuente: Wikimedia).

También sucede algo así en esta COP28, la cumbre del clima anual que prolongará sus trabajos hasta el 12 de diciembre. Y eso es, básicamente, lo que hay. Por mucho que las proclamas digan lo contrario y quieran abrir ventanas de esperanza que ya casi nadie cree. Y como muestra un botón. El rey de Inglaterra, Carlos III, otro ecologistas de salón, nos alertaba de los graves riesgos que nos acechan si no cambiamos. O este otro: se calcula que los mayores negocios en la compra-venta de los mega contratos de petróleo y gas a futuro se harán justo en medio de la propia cumbre.

Hace apenas unos días tuve la fortuna de poder ver en el Secadero de Las Cigarreras de Alicante la película Los espigadores y la espigadora, obra de la directora belga y medio francesa Agnès Varda y dentro de un ciclo de proyecciones alternativas organizadas por el colectivo La cuarta piel. Es un documental pretendidamente artesanal del año 2000 y en su realización, una de las pioneras de la Nouvelle vagué y del cine feminista hecho por mujeres en la segunda mitad del pasado siglo, hay ya mucho de lo que ahora vemos como un camino sin retorno: producir para saciar las leyes del mercado.

En este film podemos ver también de forma descarnada, casi familiar, cómo la agricultura era ya en aquella época insostenible, cómo partes relevantes de las cosechas de manzana, patatas, etc., de toda Francia, eran desechadas por exceso o falta de tamaño, cómo parte de la uva de La Borgoña ni se llegaba a recolectar “para mantener los precios”. Todo eso ya estaba allí. Como estaban los montones de comida y enseres de toda índole y condición tirados en medio de las ciudades franceses. Cultivar para no recolectar, producir para tirar. Ese era —es, y agravado— el paradigma de la modernidad, el paradigma de un capitalismo que ha logrado imponer el precio por encima del valor de las cosas.

Como pórtico y telonera de la citada proyección de Varda se pasó un pequeño documental titulado Help yourself (Ayúdate a ti mismo) realizado por la joven castellonense Laura Palau. En apenas unos minutos de metraje, la autora, que contó para la ocasión con la colaboración de su propia madre como coprotagonista y con la ayuda de una furgoneta y unos pequeños artilugios, nos cuenta su gran aventura: la recogida de la aceituna de los olivos ornamentales en calles, plazas y rotondas de la ciudad de Castellón, su posterior traslado a la almazara del pueblo y su transformación final en aceite y jabón.

Agnès Varda en 1962. Fotografía conservada en el Museo Sacem, Société des Auteurs, Compositeurs et Éditeurs de Musique (Fuente: Wikimedia).

Toda una aventura, un gesto, una excepción que nos sobrecoge porque lo normal es que directamente se deje caer al suelo. Puede parecer que no es mucho, puede parecer una historia intrascendente, pero la idea es claramente revolucionaria y nos pone ante el espejo de un mundo insostenible, ese mismo mundo que con grandilocuencia nos quieren solucionar desde, ahora sí, desiertos lejanos.

A veces, la solución —de haberla— la tenemos justo delante nuestro y muy lejos de la parafernalia de los Dubais, muy lejos de esos líderes ampulosos que viajan con ejércitos de asesores y batallones de seguridad. Hartos de que nos alerten de los peligros que corremos, cuando posiblemente son ellos parte del problema, pues tan pronto como regresan a sus palacios presidenciales, a sus consejos de administración, hacen —lo hemos visto otras veces, lo veremos ahora— como el rey de Inglaterra. Que para arengarnos sobre el desastre que se nos viene encima (”Nuestra supervivencia está en peligro”, eso dijo) hizo su propio viaje con todo el boato imaginable, en su jet privado y justo, justo, unas horas después de firmar la autorización de apertura de nuevas prospecciones petroleras y gasísticas en el Mar del Norte.

Lo acaba de afirmar solemnemente António Guterres, nos lo contó hace veintitrés años Agnès Varda, nos lo acaba de relatar Laura Palau: si seguimos haciendo crecer sin medida el cubo de nuestra basura, desechando cultivos, mandando pequeños objetos a miles de kilómetros, no habrá cumbre posible que pueda cambiar el sino de los tiempos. Que pueda evitar el desastre en el que ya habitamos.

Pepe López

Periodista.

1 Comment

Click here to post a comment

  • Todo esto está muy bien, pero quién es el BONICO que empieza a bajarse del autobús de la modernidad? Todos somos conscientes del futuro, pero esta máquina no hay quien la pare