Una publicación de la Asociación de Periodistas de la Provincia de Alicante

Opinión

Suicidios

Fotografía: Andreas Lischka.
Semanas atrás ha sacudido a una parte de la sociedad alicantina el caso de un notorio miembro de la misma. Los periódicos, aunque dieron alguna noticia de su muerte, obviaron las circunstancias. En una amical tertulia, como representante del cuerpo del periodistas que algunos me atribuyen a menudo, me preguntaron el porqué. ¿Qué argumento se […]

Semanas atrás ha sacudido a una parte de la sociedad alicantina el caso de un notorio miembro de la misma. Los periódicos, aunque dieron alguna noticia de su muerte, obviaron las circunstancias. En una amical tertulia, como representante del cuerpo del periodistas que algunos me atribuyen a menudo, me preguntaron el porqué. ¿Qué argumento se sostiene en los libros de estilo para esconder las noticias de los suicidios? Contesté que –en general- se justifica que su divulgación podría propiciar su multiplicación.

En vano. Mis amigos me arguyeron que esa misma excusa valdría para no publicar noticia alguna de maltratadores y homicidas (a menudo, lo que ahora se llama violencia doméstica), de violadores, de pirómanos y de otras degeneraciones dignas de clasificación.

Otro argumento que esgrimí -en defensa de los medios- fue el respeto que merecen la familia y su entorno de los que se lanzan desde un ático, se atraviesan bajo un tren o se pegan un tiro en la sien. Aquí se abrió la caja de la discusión, especialmente citando que son los mismos protagonistas los que a veces dejan algún mensaje, alguna justificación a su definitivo adiós, alguna pista…Siempre -me dijeron- cabría informar ocultando, como se hace a menudo, los datos concretos, ni siquiera las iniciales, la profesión o cualquier otra referencia. Y es mas que probable que en el fondo de tanto deseo de “información” se sustancie un cierto morbo por tratar de conocer aquellos secretos que todo ser humano guarda celosamente de la curiosidad ajena o simplemente de solazarse de las desgracias de los demás.  En cualquier caso, estas delicadas situaciones por fortuna no son frecuentes y, personalmente, dudo que puedan proliferar porque los medios las recojan, pero no es menos cierto que la rumorología –no contrastada- hace a menudo mucho más daño.

Pero hay otros supuestos en los que cabe atisbar un potencial suicidio, a menos que se tomen medidas preventivas. Pongamos el presunto caso de un alcalde que contrató a la esposa de un famoso muñidor de su partido, o que coloca de responsable de su secretaría a un partidario más que discutible –no habiendo seguramente funcionarios de carrera que puedan ocupar ese cargo-, o que justifica que haya ratas en su ciudad desde mucho antes de que accediera él a la alcaldía, como si eso le justificara de no haber hecho antes nada al respecto.  Aclaro, esta figura bien podría catalogarse de “suicidio político”, aunque la sede de su partido estuviera en una planta baja.  Y aquí no cabrían excusas para escamotear la noticia a los lectores de prensa o a los oyentes de radio.

Lo realmente sorprendente es que las ratas –las auténticas- no sean capaces de inmolarse y prefieran convivir en la basura.

Toni Gil

Periodista.

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