Qué bueno y escaso es ser agradecido, en un colegio de curas, a finales de los 70 lo normal es que fueras un número y que te trataran como a un niño, aunque tuvieras ya la impresionante suma de 14 o 15 añazos. Cuando tomas conciencia de ti mismo, que es más o menos ahí, ya siempre serás esa persona, con más o menos experiencia, contextos diferentes, hábitat distinto y obstáculos dispares, pero ya eres tú hasta el final.
La sociedad siempre demoniza a la juventud como ciudadanía sin formar, demasiado libre, demasiado sexuada, demasiado ruidosa e irresponsable. Esa es su esencia, no tener tapujos, ser egoísta como modo de sobrevivir, jugar y descubrir, cometer excesos para saber que lo son, rebelarse contra lo que hay como esfuerzo por mejorar el largo trecho que le queda vivir.
Esta idea general hace que te sientas tratado como un pardillo, un pelele, un mindundi, un pintamonas, etc. Y, con la importancia que en ese momento de tu vida tienen los grupos, las amistades, lo colectivo y lo social donde tienes que ser y sentirte aceptado, donde es muy difícil que, seas líder o follower, no te quedes con las ganas de casi todo, lo peor es que te traten como lo que ya no eres y, tristemente, no volverás a ser; un mañaco, un niño, el amorcito de tu mami.
En esos momentos, muchos educadores tienen un papel fundamental, son la segunda autoridad de tu vida, los que te pueden ayudar o hundir en muchas facetas de tu futuro. Recuerdo algunos que se imponían a hostias sin consagrar (laicos y clérigos) y a otros que utilizaban el terror para no enfrentarse al que a ellos les daba mostrar su ignorancia a una pequeña manada de gente que empezaba a pensar y a distinguir la sapiencia de la “cenutriez” galopante.
Pero estarán conmigo que hay superhéroes en el sistema educativo, gente que te trata como una persona cuando ya lo eres, maestros que saben enseñar sin que apenas te des cuenta, oradores que te hacen desplegar las orejas para hacer entrar en tu cerebro cosas que nunca olvidarás. Esos profesores que siempre recordarás y que te gustaría tener toda la vida a tu lado para pedir consejo, asesorarte y saber que no te vas a equivocar.
Recuerdo a algunos; María José de lengua y literatura que además de buena gente se imponía a la clase de manera inteligente siempre. El Manolo, un maestro de la vieja escuela que te daba lecciones que todavía recordamos. El Gaucho, con amenas clases donde eran tan grandes las aventuras que se inventaba como su corazón. El Ramos, especial e intenso maestro que a mí me hizo saber que, por mucho que me gustaran otras cosas, tenía que ser historiador. Pero especialmente a él, a El García, le debo querer dar cada clase, cada mentoría y escribir cada línea con el objetivo de ayudar, de que me entiendan estén o no de acuerdo conmigo, de saber que enseñar es transmitir en todo, no solo en el contenido, de comunicar confianza, paciencia, bondad incluso, siempre honestamente y, lo que es más inverosímil y difícil de encontrar, siendo igual para todos, para todos, sean mejores o peores estudiantes, personas o sea cual sea su actitud o condición.
El García nos trataba como personas y nos enseñaba despertando nuestra curiosidad, era un oasis en aquel colegio, que, siendo de lo mejor, hubiera sido excelente con 3 ó 4 garcías más. Siempre recordaré esa hora de silencioso estudio en la que se acercó a la pizarra y escribió: Vicente Alexandre Premio Nobel de Literatura, hubo una gran exclamación de júbilo (no sabíamos bien quién era, ni qué podría significar el premio para nosotros, pero teníamos claro que si lo había puesto El García en la pizarra aquello era importante).
No hay pelea o lucha que El García no pueda ganar siempre, es invencible, tiene el arma más potente, la inteligencia, esa que siempre usa con los que tuvimos y tenemos la fortuna de ser su alumnado, creo que tenemos tanto que aprender de El García como entonces. Gracias Sr.
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