Una publicación de la Asociación de Periodistas de la Provincia de Alicante

Churras... y merinas

73 ahogados

Fuente: RFESS.

Son 73 las personas que murieron el pasado mes de junio por llevar un rato de ocio a un punto sin retorno, por tratar de solazarse en un espacio acuático como playas, ríos, embalses, lagos y piscinas en menor medida. La mayoría, entre bien entrada la mañana y hasta la media tarde, cuando el calor mella las entendederas y la precaución molesta; en espacios no vigilados, con preferencia. Casi todos hombres, de edades comprendidas entre los 45 y los 74 años, esa franja en la que la consciencia sobre la vulnerabilidad propia bien se pierde, bien se finge que se desdeña; afortunadamente, los jóvenes se tiran más al móvil que al agua, y esto, por una vez, les salva de aumentar la lista de la desgracia, aunque también son víctimas en una buena proporción; por último, adolescentes y niños… Pero estos angelitos no son responsables de sí, y alguien habrá descuidado el vigilarles como es debido.

La estadística nunca ha sido mi fuerte, pero, si les pica la curiosidad, nada como ojear los datos del Informe Nacional de Ahogamientos que, desde 2015, mantiene la Real Federación Española de Salvamento y Socorrismo. A su decir, en lo que va de julio ya llevamos 29 ahogados. ¿Superaremos en 2025 los 471 ahogados con que cerró 2024?

No soy frívola; frivolidad la de un colega oportunista que, hace más de diez años, atribuía estos triunfos de la parca de forma casi exclusiva a la falta de responsabilidad de las administraciones, quienes, a su decir, no ponían el celo suficiente en señalizar las zonas de riesgo y no se valían de las bondades de la IA para estos menesteres. —¡Qué hartazgo de IA!—. Nada de esto comparto, a pesar de que el número de ahogamientos es escalofriante. Como le dije a mi colega entonces y reitero aquí, nunca ha habido más señalización, más socorristas, ni más campañas de concienciación ciudadana que en la actualidad, y hasta se cobra por determinados rescates y se puede multar por bañarse en aguas superficiales prohibidas o no recomendadas; pero… tampoco el común ha despreciado tanto el poder de la naturaleza como ahora lo hace y le ha importado menos poner en riesgo las vidas de los rescatistas profesionales, pues, «para eso están».

Siendo yo pequeña recuerdo a todos los mayores respetar a rajatabla la bandera roja de la playa, y cuando estaba amarilla, solo por no escuchar los runrunes de «¡cuidado!», merecía la pena quedarse en la arena haciendo castillos. Ahora no es así; los entendidos clasifican en dos grandes grupos a las víctimas adultas de ahogamiento: de un lado, los conocedores de la zona en que se sumergen, pero que sobreestiman sus capacidades y su estado físico, y, de otro, los desconocedores, inconscientes que banalizan las consecuencias de su ignorancia sobre el medio natural al que se enfrentan. ¿Imprudencia, sobreconfianza, todo rebozado? Ícaro redivivo.

Pero… ¿Esa osadía es natural o adquirida? Estoy profundamente convencida de lo segundo. Lo natural es la supervivencia, el alejamiento del peligro; sin embargo, nuestra actual sociedad de la posverdad distorsiona las fuentes del placer y nos seduce a encontrarlo olvidando los límites de nuestro propio cuerpo, entroniza el desafío a lo riesgoso, fomenta el postureo y elogia lo extremo. ¡Pobres mortales manipulados por consignas del tipo “Just do it” —Nike—, o “Impossible is nothing” —Adidas—!

La Naturaleza nos pone inexorablemente en nuestro sitio; disfrutémosla con sus reglas, y sin perder la vida en ella.

Isabel Velayos

Profesora Titular de Derecho en la UA.

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