Si hablamos de legado, una figura destaca en nuestra historia y no solo por su calidad, sino por la dote que nos dejó un hombre llamado Diego Rodríguez de Silva y Velázquez, más conocido como Diego Velázquez, y, siempre con permiso de otros como el Greco, Zurbarán, Murillo, Alonso Cano, José de Ribera, Juan de Valdés Leal o Luis de Morales, protagonistas de esa llamada edad de oro, es para mí el icono más importante en la historia del arte occidental.
Oriundo de Sevilla, nace en 1599 en una familia acomodada y con un padre notario, de origen portugués. Velázquez combina un naturalismo preciso con el estudio de la luz, el espacio y la psicología humana. En el arte barroco, don Diego Velázquez destaca hasta nuestros días por una obra como Las Meninas, cuya perspectiva sigue siendo admirada y estudiada en la actualidad.
Como suele pasar, el interés por el arte de Velázquez nace desde muy joven y ya a los once años es aprendiz de Francisco de Herrera el Viejo, realizando al poco tiempo su ingreso en el taller de Francisco Pacheco cuya influencia marcaría su futuro pictórico. La figura del maestro Pacheco es doblemente importante ya que, además de enseñarle las técnicas de la pintura, le introduce en ese círculo de intelectuales y artistas de Sevilla. Con un estilo propio minucioso y perfeccionista, Velázquez da vida a un realismo, capturando la vida cotidiana en su pintura, coordinando textura y maestría al representar la luz en sus obras.
Se traslada a la capital del imperio, Madrid, en 1622 para intentar conseguir un puesto en la Corte donde, de la mano de su suegro y del maestro Pacheco presenta su obra al rey Felipe IV que le nombra pintor de la corte al año siguiente. De este modo, se aseguró una estabilidad económica para toda la vida y tuvo acceso a una amplia gama de recursos artísticos e intelectuales. Como ejemplo de esto último, viajó en un par de ocasiones a Italia (1629 y 1631) para estudiar a maestros del renacimiento como Tiziano, Tintoretto o Caravaggio, ampliando y mejorando su manejo de la profundidad y el color en sus pinceles de cerdas animales.
A lo largo de su carrera, le gustó experimentar diferentes géneros y temas, pero fue el retrato con el que alcanzó sus mayores logros y consiguió captar un realismo casi propio de la fotografía, con unos modelos que parecían estar vivos sobre el mismo lienzo, no solo por la apariencia, sino casi transmitiendo su “carácter”, como podemos comprobar en los retratos de Felipe IV y su esposa, Isabel de Borbón, así como en los del infante Baltasar Carlos.
Su obra más emblemática, Las Meninas (1656) es una pintura que ha sido objeto de análisis y diferentes interpretaciones, un rincón donde nuestro Velázquez nos deslumbra con el tratamiento de la perspectiva y de la luz y donde también nuestro protagonista aparece mirando directamente al espectador, añadiendo así cierta complicidad entre el artista, el público, la realidad y el arte con mayúsculas.
La rendición de Breda (1634), o Las Lanzas, representa la rendición de la ciudad holandesa de Breda ante los tercios españoles. La Venus del espejo (1647-1651), dentro de los desnudos en la obra de Velázquez, representó a la diosa Venus contemplando su reflejo en un espejo sostenido por Cupido.
Velázquez también fue un maestro en la representación de la atmósfera y el espacio, lo que le permitió situar a sus figuras en entornos tridimensionales “lógicos” y la influencia de nuestro pintor en el arte posterior fue única. Su enfoque innovador e inspirador a artistas, desde el siglo XVIII hasta los impresionistas y los artistas modernos, como por ejemplo Manet, que consideraba a Velázquez como «el pintor de los pintores». Su legado establece los estándares de excelencia que siguen siendo relevantes en la actualidad.
Velázquez fallece en Madrid el 6 de agosto de 1660, con 61 años, tras haber sido nombrado años atrás con el título de Caballero de la Orden de Santiago. Deja una herencia en la historia como uno de los más grandes maestros de la pintura y su obra sigue siendo visitada por centenares de miles de fieles del arte.
Velázquez no es un pintor, es la pintura. Haces bien en recordarlo. Un abrazo.