Les Fogueres de este año 2024 han dejado muchos monumentos para el recuerdo, desde la perfección matemática de Baenas y Corredera en Portazgo hasta el tronchante Pinocho de Gallego y Pérez en Séneca, pasando por otras obras sublimes como el espectacular cromatismo de Gual en Calvo Sotelo o la sobrecogedora y tenebrista hoguera de J de Juanes y Maktub en Maisonnave. Todas ellas quedarán en el recuerdo de una edición con un altísimo nivel artístico. Pero hoy quiero poner en valor la obra de Arte Efímero (Fran Santonja) en Polígono de San Blas, por todo lo que conlleva esta vuelta a los orígenes, a las «raíces», a las que hace referencia su lema.
Y es que no hay mejor término para definir lo que supone esta foguera: una búsqueda de la raíz, de ese punto de ruptura que marcó el camino diferencial que tomarían les fogueres ya en sus primeros años de vida y que poco tiempo después fue perdiendo importancia en favor de otras tendencias. Fran Santonja ha sido el artífice de una foguera que rompe por completo con las tendencias actuales, una vuelta a los orígenes que en este siglo hemos podido ver en contadas ocasiones, casi siempre en categorías inferiores. Hablamos de una cuestión puramente compositiva y arquitectónica.
Las raíces
Les Fogueres nacen en 1928 con el referente valenciano de las fallas, pero la naturaleza eminentemente pictórica de la cartera de artistas alicantinos determinó un cambio en la forma de plantear las construcciones efímeras. Un pintor piensa en dos dimensiones, lo que explica que los primeros artesanos alicantinos enseguida optaran por monumentos basados en grandes bastidores, superficies planas donde la pintura era protagonista.
Hay un nombre propio que marca el camino, protagonista en la obra de Santonja, ni más ni menos que Gastón Castelló. Así, su concepto de foguera lo inicia en Benito Pérez Galdós, en la década de 1930, cuando poco a poco va adoptando una estructura basada en grandes bastidores de madera cubiertos por un lienzo en el que quedaban plasmadas las pinturas murales que protagonizaban el conjunto, adaptando así su habilidad con el pincel al humilde oficio fogueril. Como un faro, Gastón iluminó el sendero que muchos compañeros tomaron como referencia para desarrollar sus obras en años posteriores.
Artistas como Agustín Pantoja, Manuel Baeza, Antonio Hernández Gallego, Pepe Gutiérrez, Jaime Giner u Otilio Serrano siguieron esta tendencia compositiva. Incluso el Mestre, Ramón Marco, hizo uso de esta arquitectura en alguno de sus monumentos tempranos, antes de optar definitivamente por otro estilo. En 1957, respaldado además por el primer premio, Marco se decantó por la monumentalidad y la espectacularidad para sus fogueres, y su maestría en la escultura terminó de impulsarle a priorizar los diseños escultóricos frente a los arquitectónicos.
La foguera de bastidores evolucionó también desde sus primeras muestras. Las monumentales y amplias composiciones de Gastón Castelló en el período republicano se hicieron más compactas en la década de los siguiente, con más exponentes como el tándem formado por Pantoja y Baeza. A finales de los 40 e inicios de los 50 Hernández Gallego llevó la foguera de bastidores a su terreno algo más barroco, añadiendo más ornamentación a sus obras, mientras que Gutiérrez y Giner optaron por una fórmula más figurativa, con líneas rectas y conjuntos sencillos a nivel compositivo. Más tarde fue Otilio Serrano quien recuperó esta base arquitectónica para sus fogueres.
Un recuerdo y una semilla
La escena protagonista de la foguera, dotada ahora de volumen por Santonja, es el tríptico que Gastón Castelló pintó en 1947 y que hoy acoge el Ayuntamiento de Alicante. Plasma en su lado izquierdo una representación de la vida en la huerta alicantina, a la derecha el oficio de la pesca en el barrio del Raval Roig, y en el centro, ni más ni menos que la construcción de las columnas de la propia casa consistorial, en una perspectiva desde la calle Altamira. Santonja saca las figuras humanas protagonistas de las dos dimensiones y adorna los paisajes con un fondo a modo de mosaico. Más allá de versionar el tríptico de Gastón, Santonja supo aportar volumen y nuevas figuras al conjunto sin perjudicar su armonía, desde el poderoso remate, hasta las volutas incorporadas en los laterales del bastidor central.
Pero más allá de ser un homenaje, la imponente foguera del Polígono de San Blas era también una muestra de personalidad de su autor, capaz de jugar con los espacios vacíos entre las tres estructuras para dotar al conjunto de volumen y presencia, algo hartamente complicado en su ubicación por la ausencia de edificios cercanos que permitan apreciar las dimensiones de la obra. La distancia a la que se sitúan los dos bastidores laterales del central genera lo contrario a una sensación de vacío, pasando así a una composición que visualmente otorga al espectador una suerte de dos lienzos complementarios, que contribuyen a dotar de volumen al conjunto. A todo ello hay que sumarle la forma piramidal que se genera a la vista, gracias a la disposición de los elementos más periféricos de la obra, que ayudan a ensancharla.
Por terminar con el repaso a las raíces, la foguera recordaba también a la figura de Lorenzo Aguirre, cartelista y pintor que puso la semilla de la estilización, que más tarde seguiría Gastón Castelló, en su cartel anunciador de Fogueres del año 1929. Dicho cartel también aparece llevado al volumen por el taller de Arte Efímero, junto a una acertada crítica al cartel de este año —las comparaciones son odiosas—. La aportación de Aguirre va más allá de los tres carteles oficiales que realizó, pero de eso hablaremos en otro momento. Manuel Baeza, José Pérezgil, González Santana, Remigio Soler, Ramón Marco, Juana Francés, José Gutiérrez, Emilio Varela, con ninot de exposición incluido, Xavier Soler…Todos tuvieron su merecido homenaje en una foguera rematada por un mosaico que aludía al que probablemente haya sido el más internacional de todos, Eusebio Sempere.
También tuvo espacio Santonja para añadir al conjunto uno de esos rostros enigmáticos que protagonizan en numerosas ocasiones sus obras, la figura protagonista de la parte trasera del monumento, que, compuesta también por decenas de piezas a modo de mosaico, daba la bienvenida a todos los que llegaban a visitar el asombroso conjunto desde la avenida del Doctor Rico. La recuperación de esta estética —y el reconocimiento en los premios, todo sea dicho— abre la puerta a que se explore de nuevo, casi cien años después del nacimiento de la fiesta, una nueva vertiente artística y compositiva que permita a los artesanos de lo efímero dar rienda suelta a su creatividad, sin pensar en rellenar sus obras con explosiones, palmeras y demás recursos asociados con Les Fogueres ya demasiado vistos. Santonja ha plantado una semilla para que las raíces de nuestro arte vuelvan a afianzarse. Veremos si fructifican.
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