Caro ignoto (Querido desconocido):
Por supuesto, esta reflexión no va para socialistas, comunistas, ácratas, ni partidos arreligiosos —con todos mis respetos hacia ellos, en tanto en cuanto que demócratas (palabra muy al uso y de corriente manejo y locución, aún cuando por encima de ella haya una regla de oro que dice: “No hagas a los demás lo que no quieras que te hagan a ti, respeta a los demás como quisieras que te respetaran a ti”)—. Sería de esta forma y manera que, incluso, la palabra democracia sobraría; y sobraría por mucha prepotencia que con ella queramos esgrimir y ponderar. ¡Regla de oro!. Aunque alguien ha dicho que hemos enterrado a Montesquieu y que actualmente entendemos la democracia de otras maneras y formas. Lo estamos comprobando día a día. Por ello, habremos de seguir utilizándola siempre de la manera y forma en que se nos imponga: unas veces razonable, consciente y lógicamente consensuada y otras tejemanejada al gusto y conformismo, por las buenas o por las malas, del consumidor.
Evidentemente, el político creyente que se confiesa socialista-comunista evangélico, seguidor de las más estrictas reglas evangélicas y de la encíclica Rerum Novarum, de nuestro Papa León XIII, tiene nuestras más estricta aceptación, no como aquellos marxistas-leninistas que, por su misma filosofía, sociología, idiosincrasia y pensamiento se apartan del ideario cristiano serio y honrado. Por sus propias creencias, el creyente cristiano sería el primero que, siendo consciente y sabedor de la pluralidad de planteamientos, por supuesto, no impondría sus criterios de creyente a una sociedad laica y plural, sino que los propondría como uno más en el concierto multiforme que conforma la sociedad y convivencia en la que nos desarrollamos y convivimos.
Las propuestas, y por supuesto, los aspectos políticos de toma o dictámenes de decisiones del creyente cristiano, deben ser desde el diálogo y tienen que estar siempre abiertas al enriquecimiento mutuo y a la sana colaboración para construir la ciudad y ciudadanía entre todos, sin exclusiones, ni imposiciones. Este planteamiento ideal queda en muchas ocasiones empañado por soluciones totalitarias, sectarias, o comportamientos vidriosos. Por eso, el “oficio” de político, lamentablemente, se ha convertido en una profesión de riesgo. Las múltiples tentaciones están a la vuelta de la esquina. Pero las de orden económico son las más letales.
Una de las grandes frustraciones de muchos cristianos, en estos últimos tiempos, ha sido ver cómo desfilaban por los tribunales de justicia algunos políticos, acusados de corrupción, que se habían declarado, públicamente, creyentes y practicantes. Incluso algunos de ellos, miembros notables de algún movimiento eclesial y que posiblemente hacía pensar, inocentemente, que la ética cristiana podía ser un dique para este tipo de tropelías. Sin embargo, y aparentemente, no es ni ha sido así, incluso con el aperturismo del Concilio Vaticano II y de los mismos seguidores de los principios de la ortodoxia de la moral católica. Esto, como digo, ha provocado el escándalo en los mismos creyentes y la burla y chanza de los de fuera que siempre esgrimen, con sus ideas acráticas y antirreligiosas, los más elementales principios de comportamiento natural. Y no digamos ya de caridad. Incluso, hasta nos quieren enseñar los Mandamientos, las obras de misericordia y las Bienaventuranzas. Me hiede y rechinan los dientes cuando, ante estas asechanzas, los verdaderos creyentes se tienen que callar. No debe ser así y educada, elegante y razonablemente, se debe contestar ante estas asechanzas. Democracia, lógica razonada y razonable y respeto. Deberían sobrar las mentiras, las calumnias, los bulos y las maledicencias… —y ya no digo lo del “Y tú más”—, así como las rencorosas contestaciones parlamentarias, impropias de gentes y personas educadas con el deber de educar con y por sus comportamientos.
¿Qué ha podido fallar en estos tratos sociopolíticos y de parlamento? ¿Falta de formación o de convencimiento profundo? ¿Incoherencia consciente y premeditada? ¿La contundencia de las tentaciones?… Y, sobre todo, ¿incultura generacional con falta de principios educativos y de urbanidad educacional no aprendidos?
A nadie se le debe obligar a creer, pero si alguien cree y practica tiene que ser mínimamente coherente con lo que cree o, al menos, asumir responsablemente las contradicciones e incoherencias de su comportamiento. Sin embargo, la corrupción, para alguien que se dedica a la gestión del bien común, es el mayor de los pecados, ya que ha traicionado gravemente la confianza de la ciudadanía. Y encima, si es creyente… ¡Qué vergüenza! Su felonía daña gravemente la credibilidad de la fe…Y de la misma manera y forma, igual para aquellos que pueden aprovecharse de su prepotencia política.
Probablemente muchos de los llamados políticos creyentes han olvidado estos postulados tan sencillos; para ellos, por un lado esta la práctica de su credo y por otro, su comportamiento político y ético. Aunque resulte paradójico, para algunos de ellos, el “ir a misa” se ha convertido en un rito vacío, sin ninguna incidencia en su actuación personal, política o ética. Incluso ha podido derivar en un elemento justificante de su comportamiento negativo. Esta especie de dicotomía les ha llevado a comulgar además, muchas veces, con estrategias de sus partidos políticos basadas en la mentira, en la calumnia o la injusta descalificación de sus adversarios políticos o de sus mismos correligionarios. Y también a jugar con fuego en los aspectos económicos… Y si esto digo de los que se dicen creyentes y cristianos y comulgan en partidos defensores de su fe y creencias, qué no diría o diré de aquellos otros políticos que, evidentemente y gozando de su plena libertad y militando en partidos agnósticos, arreligiosos, ateos y con principios filosóficos distintos a sus ideales, siguen y defienden doctrinas y verdades de dudosa consideración (eutanasia, eugenesia, cuidados paliativos, aborto, etc.) que para los reales creyentes cristianos son inadmisibles. Evidentemente, continúo sin más disensiones semántico-religiosas, que me diría alguien conocedor un poco de los Evangelios aquello de “No juzgues y no serás juzgado” (Mt-7).
Todos estos asuntos son absolutamente incompatibles con una ética básica de cualquier creencia. El creyente no puede ceder o claudicar ante este tipo de conductas degradantes. Por eso, el auténtico político creyente es, en muchas ocasiones, incómodo para el partido político de turno. La supervivencia en el partido político o la lucha por el poder a cualquier precio les ha llevado a esta nefasta deriva. Muchos de ellos, poco a poco, se han enfangado hasta el punto de no reconocerse y refugiarse en una pseudo-religión a su medida. Y además, su escandaloso comportamiento ha hecho mucho daño a los creyentes que, cada día, en los distintos ámbitos, intentan vivir su fe.
Una nueva generación de políticos creyentes y practicantes —y no creyentes ni practicantes— bien pertrechados desde el punto de vista formativo y ético serían necesarios en los partidos políticos de nuestra querida España. Su contribución podría ser decisiva para la necesaria “regeneración ética”. Ni la fe —ni el agnosticismo—, se reducen al ámbito de lo privado, pues tienen una clara incidencia en lo público. Muchos de los políticos corruptos, que se declaran creyentes, o no creyentes, creen que la sacristía les justifica o absuelve de sus tropelías. Una fe actualizada, convencida y convincente es para vivirla y airearla, para que coloree sin complejos nuestra sociedad. No se trata de que todo huela a vela (ya tuvimos bastante con el nacionalcatolicismo), sino a compromiso transformador de la sociedad desde unos valores propios y compartidos. Una fe dialogante con otras creencias y postulados que, sin renunciar a sus principios esenciales, reconoce la parte de verdad y sinceridad en el otro. En una palabra, políticos íntegros que, desde sus creencias sin fundamentalismos ni prejuicios, se pongan al servicio de una sociedad moderna, abierta y plural. Que sean capaces de gobernar para todos, pero particularmente de arbitrar políticas sociales, solidarias, justas y redistributivas con los más desfavorecidos de nuestra sociedad. No me cabe la menor duda que esos políticos los tenemos de todas las “clases y especies”.
Y termino con aquel otro dicho evangélico de Lucas 17-2 que dice: “Y hay de aquel que escandalizara, más le valiera que le ataran una rueda de molino al cuello y lo arrojaran al mar”. Amén.
Senelogscriptos -A30M5L2024.
Me ha encantado tu ‘filípica’, dirigida a nuestra depauperada clase política, con especial fuerza en la denuncia contra los políticos que se consideran cristianos y son una vergüenza para el auténtico cristianismo. Tu llamada a la ética es esencial para la ‘regeneración democrática’, de la que hablan algunos políticos mientras actúan antidemocráticamente. Hablan de democracia, pero se comportan como dictadores, incapaces de gobernar para todos. Un cordial saludo.