Estamos en el principio del fin de la civilización occidental porque la Unión Europea está traicionando el humanismo cristiano.
Los países islamistas son contrarios a la libertad religiosa, empezando por Marruecos y los demás del norte de África y siguiendo por los de Oriente Medio, todos los de los petrodólares, en especial Arabia Saudí, Qatar, Irán, Afganistán y Pakistán. Son absolutamente cerrados al cristianismo y no digamos al judaísmo. Ellos se cierran por completo a la religión cristiana, pero están llenando Europa de inmigrantes musulmanes y de mezquitas, en muchas de las cuales sus imanes (o rectores, porque no hay suficientes imanes para todos), se comportan como salafistas enemigos del Occidente que les acoge con los brazos abiertos en aras de un encuentro de culturas que no es tal, pues el islamismo es hermético e impermeable. Mientras, el cristianismo ha sido expulsado oficialmente de casi todas las naciones de Occidente en aras de un laicismo que a todos los progres (falsos progres y apóstatas de la mejor tradición grecorromana y cristiana) se les antoja intelectualmente superior. Los muy necios de los gobernantes ignoran la historia (peor, es que además la desprecien) de los países europeos y la evangelización y desarrollo cultural global que insuflaron a los pueblos de las Américas todas.
Lo denunció con toda claridad y profundidad de pensamiento Benedicto XVI, ese papa sabio y santo que tuvo el gesto noble (y creo que sublime) de renunciar al papado cuando entendió que Dios le pedía, al fallarle las fuerzas, dejar paso a otro sumo pontífice. Defendió, por supuesto, la convivencia entre las distintas culturas, pero alertó del peligro de la destrucción de los valores de Occidente en una Unión Europea a la que yo, junto a multitud de pensadores, veo internamente carcomida por numerosos gobiernos que, como el de España, se alían con izquierdistas radicales y grupos regionales de extrema derecha racistas, cuando ellos mismos se vuelven marxistas disfrazados de progresistas.
Macron ha estado a punto de conseguir que la Unión Europea introdujera en la carta de derechos fundamentales de la UE el derecho de la mujer al aborto tras haberlo introducido en la Constitución de Francia. No se puede caer más bajo que guillotinando a los bebés franceses antes de nacer, cosa que ya hacemos lo españoles aunque, de momento, no constitucionalmente.
El grave peligro de la desoccidentalización de Occidente es la permanente invasión islamista a través de la inmigración. Gran Bretaña (el Reino Unido) tiene ya casi cuatro millones de musulmanes y musulmanes son varios alcaldes, entre ellos el de Londres, en un país que cuenta con cerca de 3000 mezquitas. En Francia, las cifras son similares. En España hay casi dos millones y medio de musulmanes y 1800 mezquitas. La cifra de unos y otras se incrementa cada año. Es uno de los graves problemas de la inmigración ilegal, ya que el descontrol migratorio crea problemas de integración y de convivencia. No se puede calificar de ultraderechistas, racistas o discriminadores por religión a quienes plantean un asunto real, una preocupación objetiva que precisa de medidas conjuntas para ayudar al desarrollo político, educativo, económico y social de los países africanos subdesarrollados o en vías de desarrollo, tema del que hablé en un artículo anterior. La izquierda caniche española y la del resto de Europa no quiere ver el problema y niega la evidencia. Envuelta en una falsa aureola de solidaridad entre los pueblos es incapaz de provocar iniciativas que lleven a la evolución global de los países africanos, muchos de los cuales son víctimas de grupos militares islámicos, amigos o correa de transmisión de otros grupos islamistas de corte terrorista que actúan criminalmente en el continente negro. Un continente en el que ya maniobran Rusia y China.
La penosa y progresiva descristianización de Occidente y la consiguiente debacle de la civilización grecorromana no auguran nada bueno en el inmediato futuro. O se pone en serio a reencontrar sus fundamentos históricos o el edificio de la civilización occidental se derrumbará. No sé cuánto tiempo tiene que pasar, pero al ritmo que vamos, dentro de un siglo, de seguir así, Europa se habrá islamizado. Los cristianos y los no cristianos, descendientes de cristianos viejos, serán minoría y se verán gobernados por islamistas, en el mejor de los casos evolucionados. Hay otro hecho determinante. Las feministas desmadradas y los feministas cómplices del falso feminismo están en contra de la natalidad. Las seudofeministas, que son cada vez más, no quieren tener hijos. La población europea, digamos autóctona, no se reproduce, va camino de la desaparición, mientras nuestros inmigrantes musulmanes forman familias numerosas. El porcentaje de ciudadanos islamistas crece en porcentaje imparablemente, incluso a mayor ritmo del que decrece la población europea tradicional.
Puede que estemos ante unas batallas muy importantes dentro de ‘una guerra pacífica’, pero guerra cierta de pervivencia de razas y de culturas. La ocupación del imperio romano por las hordas de los pueblos bárbaros fue posible por la corrupción de los dirigentes imperiales a todos los niveles. Pero hubo una fuerza espiritual, como fue el cristianismo, capaz de transformar y asimilar a los conquistadores, conformando los nuevos reinos cristianos en Francia, España e Italia, entre otros muchos de una renovada Europa.
Los bárbaros se dejaron conquistar por los principios grecorromanos y cristianos a lo largo y a lo anchode la Edad Media y luego tuvieron que defender el humanismo cristiano de los ataques que las naciones cristianas sufrieron, entre los siglos VIII y XVI, por los ejércitos islámicos. Resistió el Imperio Bizantino hasta casi mediados del siglo XV y los huestes árabes ocuparon la península ibérica a partir de principios del siglo VIII y no fueron expulsados totalmente hasta finales del siglo XV, tras una Reconquista culminada por los Reyes Católicos en 1492.
Dejemos el pasado (incluida la Batalla de Lepanto) y las muchísimas historias de los últimos cinco siglos hasta desembocar en nuestros días, en los que el Estado Islámico (vencido aparentemente pero no desaparecido y presente aún en varios países africanos) aún reivindica Al Ándalus. El yihadismo no está muerto y la islamización pacífica de Occidente no es un invento, sino asunto que cada día analizan más pensadores de Europa, entre ellos el británico Michael Cook, uno de los más importantes historiadores del Islam, director de la monumental obra, en seis tomos, The New Cambridge History of Islam. Entrevistado por el periódico español El Mundo, sostenía que la doctrina islamista aprueba la violencia. Señaló textualmente: “Sin ninguna duda, el Corán habla en numerosas ocasiones de combatir a los infieles en ese sentido. Está claro que aprueba el uso de la violencia”.
No se trata de crear alarma gratuita, sino de aportar elementos de juicio a la hora de valorar la gran trascendencia de una inmigración de musulmanes sin control. La inmigración africana tiene causas conocidas y hay que ir a la raíz, a la ayuda al desarrollo de esos pueblos del continente negro. Es preciso analizarlas causas del problema. Hay que ayudar al desarrollo integral, justo, de África y los africanos. Negar la evidencia es contribuir a que sigan los problemas en ese continente y que crezcan hasta límites imprevisibles en los países europeos. Pienso que creer que las cosas se pueden arreglar con viajecitos individuales de presidentes para dar unos milloncejos a cambio de promesas de control de fronteras no es serio; hasta suena a cómico tras el ridículo que hemos hecho y repetimos con Marruecos. ¿Están ciegos los gobernantes? África no es asunto de un sólo país, sino de toda Europa. Señor Sánchez, dígaselo a su querida y adorada Úrsula von der Leyen. Que se ponga las pilas, que mueva a la Comisión que preside, que se hagan acuerdos con la Unión Africana y con los países que pueden ayudar a resolver un problema que no es de lucha entre religiones sino de supervivencia de unos pueblos y de unas culturas. De supervivencia y de convivencia.
Dos cosas son claras y preocupantes: pérdida constante de los valores grecorromanos y cristianos de Occidente y progresiva invasión islamista, tanto más preocupante ésta cuanto más se agrava la descomposición de la civilización occidental. Si no volvemos a reimplantar el humanismo cristiano no hay esperanza ni para la civilización occidental ni para el resto del mundo. Confío en que Dios salvará a los hombres del criminal relativismo ético que nos lleva a la autodestrucción.
Respetar la diversidad es defender nuestra esencia grecorromana y origen latino más la genética de una simbiosis ancestral con los pueblos indoeuropeos y americanos (cultural y social…) en nuestra diversa y fabulosa península ibérica…
Más la herencia de aportaciones del mundo árabe pero sin imposiciones ni falsos pactos demagógicos entre civilizaciones…
Gracias por tu aportación
que me azuza hacia la reflexión…
Gracias, maestro don Ramón Gómez Carrión…
Como siempre, y ya desde que te vengo siguiendo, creo que tus escritos son proféticos unidos a aquellos otros de San Juan Pablo II y los del imolvidable Benedicto XVI, añadiendo a ello la descristianización Europea, hedonista, inculta, modorra y «Casi diría oligofrénicamente pensando en nuestra cultura ancestral de siglos», como dijiste en alguna otra ocasión en QUO VADIS EUROPA, de estas formas y maneras, ya lo sabemos…ADELANTE RAMÓN.UN FUERETE ABRAZO, A. MOTA
Gracias y un fuerte abrazo, admirado Ángel.