Una publicación de la Asociación de Periodistas de la Provincia de Alicante

Opinión

La mujer del César

Pompeya, segunda mujer de Julio César (Fuente: Wikimedia).

Los que por inclinación, formación y hasta por afición estamos muy «escorados» hacia las «ciencias» desde muy temprana edad hemos mirado, con cierta lejanía, los asuntos de «letras» en sus infinitas manifestaciones. Alguno, como yo, tuvo la suerte de que se cruzase en su camino, todavía jovencito, un elemento «disruptor» que se ocupó de que todos los que pasaron por sus aulas recibieran su «dosis» de Literatura, de Cultura clásica (Latín incluido) y las más de las veces con enorme éxito porque la calidad de sus clases todavía resuena en mi cabeza más de 40 años después. Y se empleaba especialmente (que para eso era el director) en los que se adivinaba que, tan pronto como nos fuera posible, nos dirigiríamos con paso firme hacia Mates, Físicas y esas otras disciplinas prosaicas y embrutecedoras.

Y nos hablaba de ese Rayo que no cesa con lo que aprovechaba para introducirnos en la vida de nuestro oriolano más célebre, de sus infinitas penurias, del entorno que le tocó vivir (y morir), como a tantos españoles de la época. Y nos hablaba de su muy admirado Unamuno, ese Me duele España mientras nos colocaba en los desmanes de la dictadura de Franco (de la que él mismo fue víctima), de los abusos y asesinatos de todos los bandos durante la República (de la que salvaba siempre a la Institución Libre de Enseñanza como ejemplo a seguir) y de las contradicciones del propio personaje que defendió una y otra causa, siempre a contracorriente, por lo que fue represaliado por todos. Recomendaría aquí ver Mientras dure la guerra, de Amenábar.

El elemento «disruptor» como he tenido el atrevimiento de llamar a este mi también admirado profesor, catedrático de Literatura, escritor, dramaturgo y no sé cuántas cosas más… fue, puesto que nos dejó no hace demasiado, un valenciano de pro, de Ademuz para más detalle, Don JOSÉ MARÍA ANTÓN ANDRÉS.

El «Antón», para las generaciones de melillenses que pasamos por sus manos, tocaba todos los palos. «Levantisco» en su juventud fue enviado al «destierro» allá en Melilla y residía en Marruecos, en una villa limítrofe pero no en tierra española, teniendo que cruzar la frontera todos los días para ir a dar clases como profesor (y no como director, como exigiría su categoría de único catedrático de la plaza). Pero hasta las dictaduras se acaban y al calor de la democracia pudo normalizar su situación y desarrollar una actividad importantísima durante su larguísima vida. Desaparecido el régimen (de muerte «natural») se le confió la dirección de un segundo instituto que se puso en marcha en la ciudad. Y allí nos encontramos. Una clase maestra tras otra.

Nos hablaba, desde su vasta cultura y entre muchas otras cosas, de los peligros de las dictaduras, de los personalismos, de las desgracias que han llegado a provocar y de las tácticas que tanto griegos, como inventores de la democracia (aunque fuera muy limitada) y los romanos, como universalizadores de esa cultura, desarrollaron para llegar a ser lo que fueron. Aficionadísimo al teatro, en todas sus facetas, supimos de Plauto y Terencio, de Eurípides y Esquilo —fuera de «programa», claro— y alguna pincelada sobre la transición de la república romana al imperio. Y eso involucra necesariamente a Julio César, del que nos contó algunas de sus andanzas y, entre ellas, de cómo repudió a su segunda esposa, Pompeya, tras un episodio insólito sucedido en un invierno de la época. Lo recuerdo bastante bien pero no se lo tomen al pie de la letra.

La Bona Dea, estatua de mármol (Fuente: Wikimedia).

Los romanos eran muy aficionados a grandes fiestas en honor a sus dioses, a la fecundidad y a sus victorias. Son muy conocidas las «lupercales» o las «saturnales» pero ahora nos centraremos en las de la «Bonae Deae» una fiesta, exclusivamente femenina, restringida además a las esposas de altos magistrados de la república, donde incluso intervenían las veneradas vestales. La presencia de hombres estaba absolutamente prohibida y, tan estricto era el asunto, que se tapaba con lienzos cualquier figura, cuadro o representación masculina que hubiera en los salones de la celebración. No hace falta destacar lo que se suponía que podía pasar allí, entre mujeres, seres promiscuos por naturaleza como era de todos sabido. El caso es que «se coló en la fiesta» una flautista un punto extraña que resultó ser un aristócrata muy conocido por díscolo y extravagante con intenciones de «verse» con Pompeya a quien, por la dignidad de su marido, le tocaba presidir la celebraciones.

Fue un escándalo enorme en aquel momento y aunque Clodio, que así se llamaba el intruso, fue descubierto, expulsado y denunciado por su osadía, resultó extrañamente absuelto. Julio César, tras aquello, decidió repudiar a Pompeya so pretexto de que no podía permitir ninguna duda sobre la honestidad de su mujer, aunque la frase que hizo fortuna, ésa que reza que «la mujer de César no sólo debe ser honesta sino también parecerlo» fuese acuñada por un cronista décadas después. No tiene porqué ser necesariamente un mal planteamiento (con matices, ahora hablaríamos de la importancia de las «formas») aunque Julio César pensaba más en sus planes de futuro inmediato (aspiraba a mucho más que al puesto de «Pontifex Maximus» que ostentaba) que en la «virtud» de su esposa.

Hace unos días fui invitado a una comida donde, con motivo de la jubilación de un buen amigo, se le brindaba un homenaje. El homenajeado era Antonio Bastida, destacado funcionario del Ayuntamiento de Lorca donde ha desarrollado la totalidad de su vida profesional. En su dilatada carrera ha tenido distintas responsabilidades y ha sido pieza fundamental en la modernización de los barrios más deprimidos de la ciudad, en la construcción de escuelas talleres en el Centro de Desarrollo Local y en un montón de iniciativas municipales y comarcales. Excelente conversador, hemos tenido la suerte de colaborar con él en varias de sus iniciativas. A veces comíamos, junto con otros colaboradores, proveedores y gente de su equipo, y nos comentaba con entusiasmo cómo había descubierto (escudriñando en boletines oficiales) alguna partida presupuestaria de fondos europeos que estaba sin cubrir porque era preceptivo que la Administración correspondiente aportara un cierto porcentaje de la inversión. «Tengo que encontrar la manera porque nos vendría de perlas para esto, para aquello y para lo otro». En cuanto encuentre una fórmula se lo propongo a mi concejala porque ese dinero se tiene que venir para Lorca. Y lo lograba, llorando aquí, luchando allá con un poder de persuasión/convicción ante el que claudicábamos todos, proveedores, políticos, administrativos, sus propios compañeros. Hizo cosas imposibles con medios que, en principio no tenía, independientemente del «color» de sus concejales que de todo hubo y todos estuvieron en su homenaje. 

¿Y la introducción de este personaje? me dirán ustedes… ¿Pero no estábamos con el César? La razón es contar una anécdota que, en mi opinión viene al caso, no sé si con especial oportunidad en estos días.

Fachada del Ayuntamiento de Lorca. Fotografía de Cunifoto (Fuente: Wikimedia).

Un día tenía que ir a Almería a visitar a un arquitecto. Lorca está en el camino y, por la hora, coincidía con la del almuerzo de media mañana. Aunque hacía casi 4 años que no hacíamos nada que tuviera que ver con el Ayuntamiento de Lorca llamé a Bastida para ver si le vendría bien un café y «arreglar un poco el mundo». Me cogió el teléfono, siempre solícito, y con ese tono entusiasta que lo define me dijo: «Verás, Juanjo, es que están las cosas de tal manera que he decidido no reunirme con nadie que tenga o pueda tener algún interés con mis áreas de responsabilidad si no es en mi despacho o en las obras y con mi gente delante». Quedé un poco contrariado por tener que almorzar solo, pero, sobre todo (como así fue) porque pudiera suponer que, a futuro, me resultaría difícil o imposible compartir mesa con gente tan interesante, honesta y divertida como Antonio Bastida. Obviamente respeté su posición, aunque, echando la vista atrás no recordaba una sola reunión con él donde no hubiera más personas pero… Supongo que él se reunía con mucha gente durante su trabajo y no quería dejar dudas. Construyó un equipo tras él formado a su imagen y semejanza y algún contratista me ha llegado a decir en privado: son «talibanes», lo miran todo, lo exigen todo, lo controlan todo… Muchos «Antonios Bastidas» en las administraciones de España y todos pagaríamos nuestros impuestos muy a gusto en la convicción de que nuestro dinero no se gasta en tonterías y que, además, no se gasta de más.

Antonio, además de ser honrado, se esforzó en parecerlo aun a costa de algún sacrificio personal. En su día lo vi un poco exagerado. Ahora, lo entiendo en toda su dimensión.

Un par de anotaciones «romanas», para acabar:

  • Nunca se supo a ciencia cierta si Clodio logró su objetivo con Pompeya.
  • Julio César, que pudo haber aplastado a Clodio como a un gusano, nunca movió un dedo contra él.

Cosas de la «antigua Roma».

Un par de anotaciones «hispanas», para rematar:

  • Como me temía, nunca volví a comer con Antonio Bastida, aunque hemos hablado muchas veces.
  • Como deseaba, ya hemos quedado.

 Un par de anotaciones «de actualidad», para reflexionar:

  • No se puede optar, en libre competencia, a nada cuya decisión dependa de personas con vinculación con los candidatos.
  • En democracia, las formas son una cuestión «de fondo», D. Manuel Martín Ferrán dixit.

Juan José Martínez Valero

Nacido y criado en Melilla y afincado en San Pedro del Pinatar (Murcia) desde los 15 años. Dejé los estudios para desarrollar la empresa familiar de la que todavía vivimos. Muy aficionado desde siempre a temas científicos y de actualidad.

1 Comment

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  • Casi en todo, coincidimos…
    Yo, hoy, en la Torre de la Horadada, a media hora de paseo en bicicleta de la plaza de La Iglesia ahí en San Pedro…

    Escuchar y respetar…

    Gracias
    Pedro J Bernabeu