Una publicación de la Asociación de Periodistas de la Provincia de Alicante

Lontananzas

La decepción

Imagen de los líderes sindicales que protagonizaron la huelga general de 1988 en España y celebraron en 2018 el 30 aniversario en los estudios de RTVE de Torrespaña. Fotografía de Montserrat Boix (Fuente: Wikimedia).

Ruptura o reformismo. Cambiar los colores, pero no los objetos. Los mismos dogos, con distintos collares. Despistar al tendido, para que nada cambie. Barajar el sistema con las mismas cartas. Enrocar un dictador por un rey. Cambiar los nombres, pero no las leyes. La lista de incongruencias “democráticas” podría fatigar, como un tiovivo imparable. Si añadimos también los Pactos de la Moncloa, el 23 F, la entrada en la OTAN y la domesticación de los sindicatos “obreros” y de la izquierda parlamentaria, tendremos completado el inicio del «Nuevo Régimen” con la santa bendición del Opus, las altas jerarquías católicas, el gran empresariado y la cúpula militar. Con estos mimbres, debía caminar el país hacia una Europa que había consentido, tras vencer al fascismo, que un estado dictatorial campase a sus anchas, durante cuarenta largos y penosos años, más allá de los Pirineos. Los medios de comunicación también soplaron a favor de los “nuevos dioses”. El pastel tenía una pequeña porción, también a repartir, para ellos. Claro que las guindas eran para los grandes banqueros y financieros, que llevaban la batuta de la desafinada orquesta.

Así, que se iniciaron toda una serie de choques incruentos, amalgamados, entre escaños de partidos opuestos pero que, tras el tongo exhibido en el congreso, pasaban a degustar sus “diferencias” en la famosa “bodeguilla”. Más que de política, hablarían de los “pelotazos” compartidos por conquistar en  tierras “urbanizables”. Esa “taberna” de pajarita y corbata era la trastienda, el cenáculo, donde se cocía la verdadera economía, por la que ELLOS,  “habían luchado”. Al momento, las peceras se convirtieron en océanos y las sardinas en tiburones. Pronto arribaría el reparto de chalets, cochazos de alta gama, barquitos de vela y lujosos yates, mientras las clases desfavorecidas, casi el noventa por cien, iban perdiendo poder adquisitivo y relajamiento laboral. Te quitaron el candado de los labios y te lo pusieron en las muñecas. Ahora la política trataba de engañar mejor, para ganar más, los de siempre y sus nuevos vasallos.

El voto fue pasando de la inicial ilusión de los descamisados, a la decepción y la inercia neblinosa de las mayorías, percatadas de que las palabras, tan abundantes y certeras, contenían tan solo aire, pero un aire contaminado. Tal vez se consiguió lo que se pretendía, desmoralizar al personal hasta el resto de sus días y que no sigan incordiando y molestando en las masivas manifestaciones que seguían  celebrándose a menudo, aunque cada vez más mermadas y más divididas en las izquierdas extraparlamentarias. Los sindicatos se fueron vaciando poco a poco de trabajadores por cuenta ajena, no así el personal que trabajaba para la administración pública como sanitarios, maestros, funcionarios del ayuntamiento… porque si se manifestaban o hacían huelgas, no recibían represalias, ya que eran los que más favorecían al Estado y este los avalaba: eran votos seguros.

En una palabra, y como solían decir las “malas lenguas”: era el continuismo del franquismo sin Franco”. Los tecnócratas del antiguo régimen permitieron que el país se abriera de piernas a Europa, con exportaciones baratas e importaciones caras. A la vez que comenzaba el desmantelamiento de las industrias más básicas del territorio y la planificación a gran escala de convertirnos en camareros, botones de hoteles, limpiadoras de habitaciones, o sea, convertir España en un gran hotel y depender casi exclusivamente del turismo. Vamos, que ya no había que calentarse la cabeza investigando o filosofando. Además, era dinero fácil y rápido: ¡a urbanizarlo todo!: costas, montes, playas, zonas agrícolas, ¡viva la bandeja y la piscina! Así que el poder anterior y el “nuevo” estaban dispuestos a compartir mesa.

Teóricamente cualquiera podía montar un partido político, el espectro de libertades que te brindaba la Constitución no era ilimitado, pero admitía las palabras comunismo, maoísmo, anarquismo, marxismo… Podías llevar banderas rojas con el martillo y la hoz, con la estrella de cinco puntas, republicanas, de la CNT, CGT… y sí, es cierto que se crearon muchas organizaciones, que las llamaban de “extrema izquierda” y que eran críticas del poder establecido, fuera este de derechas o de la izquierda moderada. El caso es que estas organizaciones, a pesar de presentarse en todas las elecciones generales, nunca tuvieron representación parlamentaria, por lo cual, no constituían ningún peligro para el sistema y, encima, estaban divididos y no terminaba de calar en el grueso de la gente, que pedía unidad y claridad.

Turismo en las playas españolas. Fotografía del Ayuntamiento de Alicante de Benjamín LLorens (Fuente: «Hoja del Lunes»).

Por otra parte, estos partidos minoritarios estaban “vigilados” y controlados, disimuladamente, por factores extraños a la mayoría de sus militantes. El aparato viejo de “inteligencia” del estado, seguía funcionando. Así que poco a poco se fueron vaciando de militantes veteranos y de  nuevos neófitos jóvenes que, tras unos meses de militancia activa, abandonaban los partidos como si de sectas religiosas y represoras se tratara y, de esta manera, el número de incondicionales a las diversas y acotadas organizaciones “izquierdistas” iba decreciendo hasta constituir un marbete fosilizado y arcaico: símbolos apenas, sin hombres y mujeres válidos; porque las viejas mentiras habían prevalecido, sin renovación en lo material y dialéctico, sin la menor autocrítica, ni higiene sanitaria en los errores  históricos del pasado. Los engaños, como los privilegios, persistían, “democráticamente”.

El nudo volvía a atarse, abrochado al falso pendón permanente de la historia oficial de los vencedores: la paz no existe, sino la no guerra, mientras halla sumisión, porque en la paz también hay vencidos. No en vano, la frase que se hizo muy popular en la transición fue el “atado y bien atado” dejado por el dictador y asumido abiertamente por sus partidarios de derechas, y tácitamente por los de “izquierdas”. Así,  que un futuro imperfecto, se cernía por la vieja piel del toro ibérico, marítimo y agreste, diverso y desunido, en nacionalidades y regiones, porque algunos ya se encargaban de alejar unas diferencias que no existía, pero que cumplían la misión “sagrada” de seguir dividiendo a los pueblos trabajadores y para seguir venciendo. Una trampa para los currantes que trabajan sin odiar, pero que algunos se empecinan en fabricarles constantemente enemigos de niebla.

La “marcha cultural” se había estabilizado e institucionalizado en el país y la libertad del arte, de la música y el cine deambuló más por terrenos hedonistas y superficiales, mientras comenzaban a mermar los salarios y las horas laborales no se reducían, pasando del trabajo fijo al eventual, camino del trabajo precario en el que poco a poco desembocaría. Luego vendrían las sucesivas eclosiones  inmobiliarias y el trasvase del mono azul a la chaquetilla blanca de camarero, a depender del mar, ignorando que es el mar el que depende de nosotros. Yo en esos años intenté trabajar por mi cuenta, hacerme autónomo, pero pronto me di cuenta de que un autónomo es explotado doblemente, por uno mismo, al ser jefe y currante, y por los abusivos impuestos a los que te somete el Estado. Así que decidí dedicarme en cuerpo y mente a seguir cobrando el paro, sin dar “palo al agua”. ¿Cuál es el mensaje?: que hay que prohibir el paro, repartir el trabajo, el tiempo y el salario digno, el resto es felicidad. Yo le pediría a la juventud de ahora que se levantara de las sillas descoladas y comenzara a caminar con sus propias piernas, con sus propios cerebros, para emerger a la realidad.

Ese mismo año comencé a interesarme por las columnas periodísticas de Opinión y Cartas de los lectores en los periódicos de La Verdad e Información, periódicos que algunos seguíamos considerando “burgueses” al representar a la iglesia y al capital financiero, analizando con lupa los textos a publicar para que no excediesen de lo políticamente “correcto”, aunque a veces se colaban algunas palabras “espontáneas”, otras, actuaban los inefables “duendes” de las letras. Yo comencé a colaborar —“liberado de prejuicios”— en esa época, con flojos artículos sobre defectos de la ciudad. Poco a poco le cogería afición y ese “enlace” intelectual duraría más de treinta años entre problemas de censura y otros avatares. En la actualidad, lo tengo más complejo, muy poco operativo y con muchas trabas, así que he optado por otras vías de comunicación en  el vasto espacio del océano de partículas… Pero ya no es lo mismo, aunque reconozco que, ahora, como las moscas del verano, “puedo estar en todas partes”. ¿Se imaginan?

Antonio Zapata Pérez

Mi nombre es Antonio Zapata Pérez, nací en Elche, en 1952. De poesía, tengo publicados 13 libros de distinto formato y extensión, que responden a los siguientes títulos por orden de publicación: "Los verbos del mal" (1999), "Poemas de mono azul" (1999), "Rotativos de interior" (2000), "Lucernario erótico" (2006), "Cíngulo" (2007), "Haber sido sin permiso" (2009), "Recursos" (2011), "101 Rueca" (2011), "El callejón de Lubianski" (2015), "Poemas arrios Prosas arrias" (2017), " Los Maestros Paganos" (2018), "Espartaco" (2019) y "Zapaterías" (2019). También publiqué un libro de artículos periodísticos autobiográficos titulado "Lontananzas", editado por el Instituto Alicantino de Cultura Juan Gil-Albert, así como una antología de poesía, elaborada por el poeta e investigador alicantino Manuel Valero Gómez, junto a otros tres poetas alicantinos, denominada: "El tiempo de los héroes". Además, he colaborado en una veintena de libros colectivos y he publicado una novela titulada "La ciudad sin mañana" (2022). Actualmente trabajo en un libro de relatos, su título es "Solo en bares".

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