Hace años viajé a tierras granadinas, Federico García Lorca me tenía atrapado y fui en su busca.
La vega de Granada estaba en todo su apogeo, flores espontáneas por todos los sitios donde miraras… Olores de primavera ya comenzaban sus juegos: jazmines, madreselvas, jacintos…
Mañanita en Fuente Vaqueros calles de silencio y luces de soles escondidas, camino hacia la casa donde el poeta vivió su infancia… no hay visitantes; solo yo y algún pájaro perdido.
Paseo por las estancias de esta casa sencilla de pueblo andaluz en plena vega, donde la humedad y las luces de las mañanas bajan desde Sierra Nevada, por donde nace el sol. Las acequias que caen de la sierra llegan exhaustas a estas llanuras.
Salgo al patio empedrado, el sol de la mañana lo cubre hasta el medio, recién mojado, el jazmín está en sus comienzos y su leve aroma me envuelve como su silencio… el pozo con el cubo de zinc sobre su pretil, sentado en el abismo del agua negra sin luz.

Me siento, y solo se me ocurre en este momento un poema:
Patio de Federico García Lorca (Fuente Vaqueros)
Desde mi ventana,
Geranios y azucenas.
Desde mi ventana,
Mi patio
Y sus flores.
Madre, qué daría yo
Por estar sólo en mi patio.
Y coger pensamientos y begonias,
Y tirarlos al añil
Y confundir a la tarde
Con todos sus colores.
Y sentir a las aspidistras murmurando
Sobre piedras mojadas.
Y oír las voces de mi pozo
Como un quejío hondo y flamenco.
¡ay! Madre, qué daría yo
por estar contigo en mi patio.
Javier Serrano, 2003
…Y la mañana con Federico niño se me escapaba de las manos, sentado en los sillones de Manila, y en el silencio llega la melodía al piano de “las tres morillas”…
Salgo a la calle y mis pasos me devuelven a mi realidad, que lentamente me conducen a la Fuente del Avellano ya en Granada… y la voz susurrada de Federico cae por entre acequias de agua fría de la sierra…

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