Veamos un caso práctico. Elia trabaja en una empresa de ventas y es conocida por su honestidad y ética de trabajo. La entidad está pasando por un momento difícil y las ventas han bajado considerablemente. El encargado sugiere que los vendedores comiencen a exagerar los beneficios de los productos y omitir información sobre los problemas que tienen. Elia se siente incómoda, ella no es así; todo esto va en contra de sus principios de transparencia y de coherencia consigo misma. Todos los compañeros, casualmente masculinos, le presionan para que también lo haga. La acusan de ser una idealista y le insisten en adaptarse a la realidad del negocio si quiere mantener su trabajo. Finalmente, cede y sigue las pautas del conjunto. Empieza a darse cuenta de que formará parte del rebaño en el cual tiene su empleo, pero necesita no sentirse desplazada, así como mantener el ingreso mensual que posibilita su independencia.
Esto no es más que un ejemplo que podemos extrapolar a un sinfín de situaciones cotidianas. La integridad con que una persona ha consolidado sus valores cívicos y morales puede destruirse por acción o interacción con el grupo donde vivimos. Tememos ser rechazados, aislados frente al conjunto, de manera que podemos acabar actuando como el resto, aunque vaya contra nuestros principios. El filósofo alemán Immanuel Kant postulaba en Crítica de la razón práctica (1788) que «actúa solo según aquella máxima por la cual puedas querer que al mismo tiempo se convierta en una ley universal»; una persona íntegra debe actuar de manera que sus acciones puedan ser universalizadas como una ley moral para todos. Actuar de manera contraria a estos principios no solo es inconsistente, sino también inmoral según la filosofía de Kant.
Muchos son los filósofos, psicólogos y sociólogos que han abordado un tema como el que hoy nos atañe. Así, Erich Fromm, en El miedo a la libertad (1941), con una perspectiva sociológica desde sus postulados psicoanalistas, expresaba: «si el individuo cede a la presión social y se conforma con la mayoría, se siente seguro y protegido, pero a costa de perder su individualidad y su integridad». Podemos así entender la fuerza del rebaño, de la mayoría de nuestro entorno, en tanto que la presión social y el deseo de pertenencia puede llevarnos a abandonar nuestros principios y desdecir nuestro pensamiento crítico para sentirnos aceptados y seguros dentro del grupo. ¿Por qué dejamos al lado nuestros valores y comulgamos con aquellos que iban contra nuestros principios? Tal vez nos mentíamos a nosotros mismos y pensábamos que la discrepancia era posible solo en la intimidad. Tal vez falseábamos con quienes compartíamos un sentido crítico de nuestra sociedad y optábamos por ofrecer un espíritu rebelde disfrazado de consenso y de armonía en nuestras acciones. Tal vez solo éramos una pieza fundamental en el entramado de quienes forjan mayorías a partir del miedo a perder lo que tenemos y actuábamos de falso puente entre las posturas imperantes y los grupos que buscan un cambio de formas en las actuaciones de nuestra sociedad.
El refranero popular evidencia la tendencia anterior: «mal de muchos, consuelo de tontos», «donde va Vicente, va la gente». Una sabiduría popular que señala los miedos de la ciudadanía en general a quedar descolgados, a apostar por «lo malo conocido», antes que lo desconocido. Dicen que los grupos de presión, aquellos que son conocidos por tener muchos intereses en juego, apuestan por las soluciones continuistas que han mantenido sus privilegios. Si esto siempre fuera así, tendríamos siempre los mismos resultados en todas las elecciones, sean de la administración que sean, de la nacionalidad que sean o de la zona geográfica correspondiente. Sin riesgo, el ser humano no habría evolucionado, a pesar de las múltiples equivocaciones que podamos tener en nuestro recorrido. Es obvio que todas y todos queremos que nuestra opción gane, pero no es ningún problema aceptar derrotas si ello ha ido en beneficio de nuestro libre albedrío. Seamos utópicos y luchemos por lo que consideremos en consonancia con nuestros valores; de lo contrario, seguiremos sumergidos en las cloacas de las tendencias mayoritarias. Con todo, si esta es nuestra elección, respetémosla, no nos mintamos, aceptémosla con todos nuestros deseos y consecuencias. Aunque por el camino perdamos a personas con las que podamos disentir y reflexionar en un mundo más dado a la homogeneidad y a la falta de debate. No me resisto, sigo luchando por mis principios, aunque quede a un lado de las mayorías. De lo contrario, la presión de nuestro entorno nos hará llevar a cabo, para no ser excluidos, a abrazar posturas contrarias a la emigración o al debate dentro de los procesos reflexivos de cualquier proceso electoral. Tomemos nota, pues, y aprendamos del pasado.
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