Una publicación de la Asociación de Periodistas de la Provincia de Alicante

Trescientas... y pico

Carvajal, Mbappé… esos críos

Foto Mbappé de Tasnim News Agency. Foto de Carvajal de Богдан Заяц (Fuente: Wikimedia)

Del periodismo deportivo siempre me ha llamado la atención el alto grado de forofismo de muchos de los profesionales que se dedican al difícil arte de informar de una de las grandes pasiones modernas, la incapacidad de muchos de ellos para reconocer los méritos del adversario, para hacer crónicas equilibradas. El error, el demérito, casi siempre es del otro equipo, del enemigo acaso, mientras que el elogio pareciera obligado siempre, o casi, para los propios colores aunque lo hubiere escaso.

Realidad y deseo son aquí campos antagónicos. Leer las portadas de los diarios deportivos es, casi siempre, un ejercicio de melancolía si queremos ver a su trasluz una brizna de realidad. Antes de que las fake se adueñaran de nuestro universo ya estaban los diarios deportivos como faro que anticipaba el camino que ahora transitamos. Ellas, las portadas de esos diarios, definieron mejor que nadie el campo de las realidades alternativas que diría el trumpismo como forma de ver el mundo.

He de continuar estas líneas con un reconocimiento previo para incautos: soy futbolero. Y del Real Madrid. Lo confieso. Es algo irracional a lo que me es difícil encontrar una explicación si es que hubiera que buscar alguna, algo que un ya lejano día creí necesitaba medio ocultar y que hoy asumo con una extraña mezcla de placer y extravío. Pero reconozco también que debo ser un aficionado raro porque soy poco dado a las celebraciones callejeras de las gestas de mi equipo. Prefiero casi siempre la soledad de los espacios reducidos.

Y puestos a decir, diremos que soy futbolero de los que gustan leer y oír hablar de fútbol a tipos como Jorge Valdano. También, a veces, a Emilio Pérez de Rozas. Quizás porque de uno, Valdano, madridista confeso, han salido los mejores elogios al juego del club catalán que se hayan escrito, como aquella metáfora de definir a Romario como un “jugador de dibujos animados”; y del otro, culé irredento, porque es capaz de sacar a la luz el lado más oscuro de su propio club. Y seguramente también porque ambos, en definitiva, utilizan el fútbol para hablar de la vida, y son capaces de reconocer el mal juego del equipo de sus amores como —si los hechos y la realidad lo aconsejan— el buen hacer del adversario. Eso también me gusta. Los acerca a la realidad en la que siempre creímos.

Con motivo de la celebración de la reciente Eurocopa hemos vivido algunos pasajes extradeportivos tocados de graves tintes de forofismo político, también de xenofobia, de enfrentamiento al fin, al otorgar a los gestos y las palabras de algunos jugadores un efecto casi demiúrgico en la esfera de lo social y lo político. Me refiero, claro está, a los gestos protagonizados por los jugadores de las selecciones francesa y española Kylian Mbappé y Dani Carvajal.

Al nuevo jugador del Real Madrid, Kylian Mbappé, le pedimos, casi le rogamos, que se pronunciara públicamente sobre las elecciones franceses. Y cuando lo hizo —por dos veces— fue muy aplaudido por una gran mayoría, sabedores supuestamente de que su ascendencia entre una población altamente abstencionista podía ser relevante ante un más que incierto resultado electoral y la posibilidad de que la extrema derecha llegara a formar gobierno en su país. Casi le otorgamos el poder de los dioses. Tal fue la repercusión social y política de sus palabras “pidiendo no votar a los extremos” que cuando se escenificó en la noche electoral el no asalto de la extrema derecha al poder en Francia, apareció un meme de esta guisa: Liberté, Égalité… y Mbappé. El futbolista elevado al rango de máximo defensor de la República ante la incapacidad de los políticos.

Por razones bien distintas hubo otro hecho que terminó por convertirse en cuasi debate nacional de primer orden. Me refiero, se lo imaginaran, a lo sucedido durante la recepción que el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, ofreció a los ganadores de la Eurocopa y al gesto descortés, maleducado, provocador si se quiere, del saludo frío y distante del jugador del Real Madrid, Dani Carvajal, al propio presidente. Aquí las tornas se cambiaron. Quienes aplaudieron a Mbappé renegaron de Carvajal, quienes torcieron el gesto contra el francés por sus advertencias de “no votar a los extremos” aplaudieron la frialdad y la descortesía de éste. El futbol más allá del futbol. El futbol como campo de batalla de la política. Eso no era totalmente novedoso, lo novedoso ahora quizás haya sido el encarnizamiento de quienes apoyaban y/o criticaban a uno y a otro.

En esta línea de recuerdos encadenados y de hechos deportivos con especial trascendencia política, me viene a la memoria un lejano día cuando un compañero de entonces del periódico Información en el que trabajaba, Paco Bernabé, me comentó con una cierta dosis de asombro, extrañeza y una pizca de decepción, la impresión que le había causado ver de cerca, de muy cerca, algunas de las estrellas del por entonces firmamento merengue (Guti, Redondo, Mijatovic, Roberto Carlos…), en un partido de pretemporada que el equipo de la capital jugó en el estadio José Rico Pérez. Es que los ves de cerca y la verdad es que no son más que unos críos”, fueron aproximadamente sus expresivas palabras.

Analizando aquel comentario a la luz de lo acontecido ahora con Mbappé, con Carvajal, con algún otro más, viendo el alto voltaje político con el que se han analizado las palabras de uno y el comportamiento del otro, quizás, solo quizás, habría algunas preguntas que deberíamos hacernos. ¿A qué grado de infantilismo y forofismo hemos llegado como sociedad para dejar en manos de “unos críos” que se dedican a dar patadas a un balón una parte del debate político y los valores que nos representan? ¿Por qué pedimos y aplaudimos insistentemente a las estrellas del deporte justo en aquello que no exigimos a profesionales de otros ámbitos mucho más relevantes?

Y sí, lo confieso, si tengo que elegir yo también me quedo con las palabras de Mbappé antes que el gesto grosero de Carvajal, pero tengo la impresión de que por alguna razón que no somos capaces de descifrar hemos depositado en los deportistas de élite —más en el fútbol que en otros deportes, más en los hombres que en las mujeres— una labor social, de representación política, para la que seguramente ni están preparados, ni les corresponde, ni, democráticamente, es saludable. Lo suyo, siendo relevante, es solo un juego. Lo nuestro, puede que sea un juego peligroso, porque lo importante, lo realmente relevante, empieza justo cuando las luces de los estadios se apagan.

Ahora, quizás, entiendan mejor el porqué me gusta leer a tipos como Valdano, a Pérez de Rozas y a gente como ellos. Porque son capaces, a contracorriente, de trascender su propio forofismo cuando se ponen a escribir o a hablar de futbol, quizás también porque se adentran en las áreas movedizas de lo que hay más allá del rectángulo de juego y de las bajas pasiones que allí se cuecen peligrosamente si ampliamos horizontes. Y, sobre todo, porque ni uno ni el otro son ya unos críos. Ellos dos —también otros— saben del poder de fútbol, conocen mejor que nadie que sus principales actores son unos críos, y difícilmente otorgarían a los jugadores una capacidad de representación para la que no están convocados. Se llamen Mbappé o se apelliden Carvajal.

Pepe López

Periodista.

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